Domingo 26 de enero de 2003
 

Visibilidad limitada

 
  Aunque miles de instituciones, entre ellas el FMI y el Banco Mundial, difunden a diario previsiones asombrosamente detalladas sobre la evolución en los próximos años de la economía internacional, la verdad es que ninguna es capaz de prever lo que sucederá esta tarde, para no hablar de las semanas siguientes, razón por la cual sus informes propenden a desactualizarse enseguida. Tampoco les es dado decidir cuáles de los dos "modelos" actualmente en carrera, el "anglosajón" o el "europeo", funcionará mejor en los próximos años: a inicios del nuevo milenio, muchos dijeron que el "europeo" estaba por sobrepasar a su rival, pero el optimismo en tal sentido no tardó en disiparse aunque la economía estadounidense ya no parece tan vigorosa como era cuando George W. Bush sucedió a Bill Clinton en la Casa Blanca.
Puesto que las opiniones sobre tales asuntos no son mucho más que expresiones de deseos, no debería sorprender a nadie que en las polémicas que están dándose en la localidad suiza de Davos, sede de la cumbre del "Foro Económico Mundial", las tesis de los distintos participantes sobre el impacto de una eventual guerra en Irak -mal que nos pese, se trata del tema dominante, de modo que nuestra crisis no recibirá la atención debida- parecen inspirarse más en los prejuicios políticos que en los datos disponibles o la experiencia. Los que preferirían dejar a Saddam Hussein en paz, aunque sólo porque no les gusta el unilateralismo de Washington, vaticinan que las hostilidades desatarían una recesión catastrófica, mientras que otros dicen que bien podrían tener efectos económicos tónicos. Asimismo, los partidarios de lo que en cierto momento se llamaba el "modelo renano" propenden a exagerar la gravedad de las dificultades actuales de Estados Unidos y sus adversarios insisten en que por su compromiso con un sistema anticuado los europeos continentales, encabezados por los alemanes, están perdiendo tanto terreno que nunca lograrán igualar a los norteamericanos
Con todo, si bien los debates que se celebran no sólo en Davos sino en todas partes en torno del futuro de la economía mundial suelen reflejar más que nada tanto los diversos intereses concretos que están en juego como los compromisos ideológicos, esto no quiere decir que carezcan de importancia. Por poco objetivas que sean las opiniones de los protagonistas, de ellas surgirán las estrategias que se verán aplicadas en el mundo entero, con resultados a menudo inesperados. Al imponerse el antiestatismo en los años noventa del siglo pasado, se desató una ola de privatizaciones y otras medidas similares no sólo en los países ya ricos sino también en América Latina y, con menos fervor, en Asia. Asimismo, las dudas que han sido provocadas por el colapso de la burbuja tecnológica y por la vulnerabilidad extrema de muchas economías débiles frente al movimiento anárquico de inmensas cantidades de dinero especulativo, ha ocasionado una reacción en favor de una mayor intervención estatal, sobre todo en países en los que es notoriamente deficiente la capacidad administrativa del Estado nacional.
La tendencia a adoptar como propias las teorías de moda, oscilando entre el liberalismo y el dirigismo según lo que parece ser el consenso de turno, sin prestar demasiada atención a las circunstancias locales, ha contribuido mucho a agravar nuestros problemas. No es que las teorías hayan sido necesariamente malas, es que por lo común sus presuntos partidarios han estado más interesados en aprovechar las ventajas que podrían suponerles que en entender todas sus implicancias. Así, pues, los menemistas supuestamente "liberales" no procuraron impulsar las miles de reformas grandes y pequeñas precisas para convertir a la Argentina en un país capitalista moderno, empresa que los hubiera obligado a desmantelar un sistema político parasitario que es incompatible con el "liberalismo" del cual hablaban sus paladines más respetados del Primer Mundo. Por su parte, los "estatistas", por llamarlos así, jamás han manifestado voluntad alguna de construir un Estado profesional fuerte y competente porque, obvio es decirlo, su mera existencia haría imposibles las prácticas clientelares de las que dependen. Por eso, a veces nos convendría pensar un poco menos en los debates económicos mundiales y más en nuestra realidad particular.
     
     
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