Jueves 23 de enero de 2003
 

Un dilema de hierro

 
  Existen buenos motivos para creer que el dictador iraquí Saddam Hussein quiere adquirir armas "de destrucción masiva" y que si las consiguiera estaría plenamente dispuesto a usarlas, de suerte que los demás se ven frente a un dilema de hierro: podrían desarmarlo por los medios que fueran o permitirle continuar desarrollándolas con la esperanza de que resulte ser un hombre pacífico que nunca pensaría en amenazar a nadie. De estas dos alternativas, la primera es la menos riesgosa: si Saddam sale con las suyas, otros tratarán de emularlo. Están en lo cierto, pues, aquellos que insisten en que la opción frente al régimen iraquí consiste en abandonar sus programas armamentistas de tal forma que no quepa duda alguna en cuanto a los resultados o ser desarmado por la fuerza.
Para que un dictador notoriamente beligerante cuya autoridad depende en buena medida de su imagen de guerrero acepte perder las armas que desde hace décadas está procurando adquirir, será necesario que entienda muy bien que la única alternativa es una guerra devastadora en la que sería derrotado. Por lo tanto, la movilización de las fuerzas norteamericanas en la región del Golfo podría servir para hacer menos probable una guerra y hacer más atractiva para Saddam y sus allegados la idea, impulsada por muchos árabes, de que si se exiliaran se pondría fin a la situación ya insostenible en la que se encuentran. En cambio, la agitación callejera que han estado protagonizando presuntos pacifistas en Estados Unidos, Europa y otros países, más la actividad "diplomática" de Francia y Rusia, están contribuyendo a aumentar el peligro al brindar a Saddam buenos motivos para creer que en última instancia no será atacado, que todo ha sido una farsa, y que en consecuencia le bastará con seguir jugando al gato y el ratón con los inspectores de la ONU. Si de este modo lograra sustraerse a la trampa que le ha tendido Estados Unidos, muchos occidentales celebrarían: ¿se sentirían igualmente contentos si dos o tres años más tarde Saddam anunciara, como acaba de hacerlo el dictador de Corea del Norte, que a pesar de los intentos de frustrarlo ya estaba en condiciones de sembrar muerte y destrucción en una escala apocalíptica? Puede que algunos que participen de las marchas pacifistas sinceramente crean que personajes como Saddam no plantean ninguna amenaza a nadie, que al presidente George W. Bush le interesan mucho más el petróleo o su propia imagen machista que la proliferación de armas de destrucción masiva y que la mejor forma de enfrentar a los dictadores es hablarles de amor. Sin embargo, para la mayoría -sobre todo para aquellos que reivindican a Lenin, Stalin y el "Che" Guevara-, lo que le importa no es la paz sino la oportunidad para manifestar su hostilidad hacia el gobierno de la única democracia que sea capaz de luchar contra dictaduras ambiciosas, Estados Unidos. Aunque tal sentimiento no necesariamente significa un compromiso emotivo con el totalitarismo, en el contexto actual el más beneficiado por las campañas contra una guerra en Irak no es "la paz" sino un líder despiadado que se ha convencido de que en el fondo los occidentales son demasiado débiles y sensibleros como para eliminarlo.
La amenaza planteada por la disponibilidad de armas químicas, biológicas o nucleares no es un cuco inventado por belicistas norteamericanos. Es una realidad terrible. A menos que los países que ya las tienen pero que, se espera, son lo suficientemente responsables como para no sentirse tentados a emplearlas, actúen para impedir que caigan en manos de quienes sí podrían utilizarlas sin preocuparse ni siquiera por su propia supervivencia, pronto habrá docenas de países gobernados por individuos comparables con los tiranos más brutales e imprevisibles del pasado, además de grupos terroristas, que posean los medios para matar a millones en cualquier parte del planeta. Mal que nos pese, es necesario trazar una línea por la que a ninguno le será permitido cruzar: el Irak de Saddam ha llegado a aquella línea y puede que la Corea del Norte de Kim Jong-il ya la haya cruzado. Obligarlos a retroceder es claramente imprescindible. Si la única forma de hacerlo consiste en declararles la guerra, sería mejor iniciarla lo antes posible porque con cada día que transcurra el peligro se hará mayor.
     
     
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