Martes 21 de enero de 2003
 

Triunfo pírrico

 
  En un mundo racional, el gobierno del presidente Eduardo Duhalde y el FMI estarían colaborando estrechamente en un esfuerzo conjunto por encontrar la mejor forma de asegurar que en adelante la Argentina pueda actuar como un miembro "normal" de la comunidad internacional. En el mundo que efectivamente existe, la relación entre el gobierno y el FMI se asemeja a aquella de dos escorpiones encerrados en una botella. Mientras que el primero da a entender que durante un año ha luchado heroicamente en defensa de los intereses nacionales contra un siniestro organismo foráneo resuelto a pisotearlos, el segundo deja saber que a su juicio su interlocutor sólo quiere engañarlo para conseguir dinero sin comprometerse a hacer nada. Así las cosas, es lógico que el acuerdo que se ha alcanzado después de tantos meses de negociaciones acrimoniosas haya sido tan poco satisfactorio. Mientras que los voceros oficiales lo han celebrado como un triunfo propio y por lo tanto una derrota del FMI, el director general de éste, Horst Köhler ha brindado la impresión de coincidir al señalar que "implica riesgos excepcionales" para la Argentina, la región y el Fondo mismo por no basarse en un programa de reformas convincente.
Huelga decir que debido a la actitud tanto de los duhaldistas como de los directivos del FMI el valor del acuerdo es mínimo. Si bien significa que por ahora cuando menos no hay peligro de que la Argentina caiga en default ante las principales instituciones internacionales, el FMI, el Banco Mundial y el BID, no servirá para que los inversores privados modifiquen su opinión en cuanto a las perspectivas frente al país. Lejos de habernos dado su sello de aprobación, el FMI se las ha arreglado para subrayar su escasa confianza en las autoridades actuales y en sus probables sucesores, lo cual, en vista de la importancia fundamental de "los mercados", equivale a un beso de la muerte. Es que, lo entiendan o no los dirigentes políticos, el porvenir nacional dependerá en buena medida del estado de ánimo de los inversores privados tanto extranjeros como nacionales. De creer éstos que la Argentina, aleccionada por sus experiencias recientes, ha iniciado un período prolongado de crecimiento, vendrían capitales en cantidades suficientes como para impulsar una recuperación fuerte y también para reducir al mínimo el problema planteado por la deuda pública: felizmente para nosotros, los inversores suelen interesarse más por el futuro que por el pasado, característica que no nos perjudicaría si por fin el país se viera gobernado por dirigentes plenamente conscientes de sus responsabilidades. En cambio, si persiste el clima sumamente escéptico que impera desde hace varios años, los capitales seguirán alejándose del país por mucho que un gobierno futuro jurara no tener nada en común con sus antecesores.
La razón por la que Köhler ha sido tan reacio a firmar un acuerdo con el gobierno de Duhalde habrá tenido algo que ver con sus diferencias ideológicas con el peronismo bonaerense, pero el factor más importante ha consistido en el temor a que si el país sigue protagonizando más desastres, el FMI será acusado de ineptitud por no haber sabido cómo impedirlo. Con toda seguridad, tal veredicto sería festejado por los muchos que insisten en que la implosión de nuestra economía es obra casi exclusiva del FMI, pero de imponerse la tesis neoconservadora de que sería mejor desmantelar el organismo por inservible, las implicancias de una decisión en tal sentido no serían del todo positivas para los países en dificultades. Por el contrario, supondría el abandono de los intentos naturalmente complicados de encontrar una forma "política" de atenuar los problemas financieros de aquellos países que por cualquier motivo no están en condiciones de mantenerse a flote sin ayuda institucional para que queden a merced de los mercados. Aunque la ruptura así supuesta sería aplaudida tanto por los "neoliberales" como por los contestatarios que parecen creer que los países pobres deberían alzarse en rebelión contra los ricos, semejante cambio no podría beneficiar a los que dependen de la evolución de la economía en la que están atrapados y que no quieren ser carne de cañón a merced de quienes anteponen sus preferencias ideológicas o políticas al bienestar de los pueblos.
     
     
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