Lunes 20 de enero de 2003
 

Brecha creciente

 
  Sería de suponer que de todos los presidentes de los años últimos, Eduardo Duhalde sería el más comprometido con la igualdad económica. Antes de llegar a su eminencia actual, el caudillo bonaerense no perdía oportunidad para declararse escandalizado por el abismo cada vez mayor que separaba los ingresos de los más pobres de aquellos de los ricos, fenómeno que, lo mismo que tantos otros, atribuía al "modelo neoliberal", dando a entender así que en el fondo era cuestión de la voluntad de los gobernantes de turno. Sin embargo, desde que Duhalde se encargó del gobierno nacional, dicha brecha se ha ampliado de forma notable, casi tanto como hizo cuanto otro igualitario, Raúl Alfonsín, estaba en la Casa Rosada. Según las estadísticas más recientes, a pesar de las medidas asistencialistas que ha tomado el gobierno duhaldista, en la Capital Federal y Gran Buenos Aires el diez por ciento más rico de la población tiene ingresos que ya son 30 veces mayores que los del diez por ciento más pobre. Además, no se dan motivos para prever que la situación se modifique en los próximos tiempos. Por cierto, de emprender el próximo gobierno un programa destinado a transferir recursos de los "ricos" -los que a menudo tienen ingresos que apenas les permitirían sobrevivir en una comunidad de clase media europea o norteamericana-, a los pobres, el resultado inmediato sería la depauperación de los muchos que dependen de los gastos de sus compatriotas más acomodados.
El que los ya pobres hayan sido los más duramente golpeados por el colapso de la economía desatado por el default festivo proclamado por el sanluiseño Adolfo Rodríguez Saá y la devaluación "asimétrica" confeccionada por Duhalde, no debería sorprender a nadie. En períodos de crisis, los pobres son siempre los menos capacitados para defenderse, motivo por el que la prioridad de todo igualitario auténtico tiene forzosamente que ser la estabilidad y no, como suele ser el caso, el cambio por el cambio mismo. En efecto, desde el punto de vista de los pobres, no hay nada peor que la llegada de un gobierno que se ha propuesto desmantelar el "modelo" existente por creerlo nefasto, sin haberse dado el trabajo de pensar en lo difícil que será reemplazarlo con otro mejor. Mientras que los más ricos saben aprovechar la incertidumbre y otros son capaces de manejarse en medio del caos, quienes subsisten al borde de la indigencia están totalmente a merced del mercado o de la evolución de los esquemas clientelistas manipulados por caciques locales.
Los presuntamente deseosos de reducir la distancia que separa a los pobres de los ricos, para que el país tenga un perfil de ingresos menos tercermundista, cometen un error garrafal cuando atribuyen la iniquidad a nada más que el egoísmo de sus adversarios. Por más "neoliberales" o "conservadores" que éstos hayan sido, ninguno ha querido depauperar a buena parte de la población del país. Si bien a los populistas siempre les ha resultado fácil acusar a los regímenes castrenses o, últimamente, al gobierno de Carlos Menem, de querer sacrificar a la mayoría para que un puñado de ricos pueda enriquecerse todavía más, no cabe duda alguna de que tanto a los militares como a los menemistas les hubiera encantado ver a los rezagados duplicar o triplicar sus ingresos, lo cual, de más está decirlo, hubiera servido para asegurar a las dictaduras un grado de legitimidad impresionante y a Menem la posibilidad de ser reelegido varias veces más. De haber sido cuestión de nada más que una táctica política astuta, la costumbre de la oposición de turno de achacar el empobrecimiento de franjas cada vez más anchas de la población a la voluntad siniestra de los oficialistas pudo tomarse por una maniobra relativamente inocua, pero desgraciadamente para el país casi todos los radicales, izquierdistas y peronistas no menemistas, además, es innecesario decirlo, de los voceros de la Iglesia Católica, han creído a pie juntillas en su propia retórica, convenciéndose de que por ser ellos mismos personas solidarias, su presencia en el gobierno sería suficiente como para garantizar la igualdad. Por lo tanto, no les pareció preciso hacer un esfuerzo genuino por analizar un problema que es sumamente complicado y que, lo mismo que el planteado por el desempleo, requiere "soluciones" que no sean meramente voluntaristas.
     
     
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