Sábado 18 de enero de 2003
 

Caudillos en campaña

 
  A todos los candidatos o precandidatos presidenciales les gusta hacer creer que son dueños de "proyectos" bien definidos, pero la verdad es que con escasas excepciones lo único que les interesa es el poder, razón por la cual la campaña electoral, que ya está por entrar en su fase final, ha tenido mucho más que ver con las imágenes personales de los contrincantes, que con lo que éstos se han propuesto hacer en el caso de que a uno de ellos le tocara suceder al presidente interino Eduardo Duhalde. Por cierto, a esta altura pocos dudarían de que Carlos Menem, Adolfo Rodríguez Saá y Néstor Kirchner no vacilarían un solo momento en modificar sus "propuestas" si tuvieran buenos motivos para suponer que hacerlo los ayudaría a trasladarse a la Casa Rosada. En efecto, pocos días transcurrirán sin que las retoquen por suponer que les convendría hacer hincapié ya en su sentido de la responsabilidad, ya en su magnanimidad. Por su parte, a pesar de su supuesto principismo a ultranza, la diputada chaqueña Elisa Carrió está tratando de reconstruir su imagen con la esperanza de recuperar el terreno que perdió al manifestarse en favor de boicotear la campaña electoral: quiere persuadir a los escépticos de que es una persona muy seria, no una "mística" proclive a entregarse a visiones delirantes. Otro ex radical, Ricardo López Murphy, tiene un perfil que es mucho más nítido que los ostentados por sus rivales, pero hasta ahora por lo menos la mayoría abrumadora de los consultados por los sondeadores de opinión ha dado a entender que preferiría una alternativa más vaga que, suponen, les resultaría menos exigente que la ofrecida por un hombre que insiste en la necesidad de obrar con la máxima seriedad.
Una causa de esta situación nada promisoria consiste en la transformación de una campaña electoral cuyo desenlace podría decidir el destino del país en un episodio más de la interna peronista, o sea, de la lucha interminable por pedazos de poder que está librando desde hace varias décadas un conjunto de caudillos inescrupulosos de actitudes primitivas. La desintegración de la UCR, partido que hoy en día se parece a un apéndice del radicalismo rionegrino -el que la heredó de la versión chaqueña-, más la virtual desaparición del cavallismo, ha dejado al PJ como el único partido de alcance nacional, lo cual, en vista de las tradiciones escasamente democráticas del movimiento fundado por el general Juan Domingo Perón, no puede presagiar nada bueno. Si bien hay indicios de que una proporción creciente de la ciudadanía está comenzando a sentirse indignada por la convicción de los gobernadores peronistas de que sus compatriotas los consideran sus "dirigentes" naturales, de suerte que, lo mismo que los señores feudales de siglos pasados, puedan cometer cualquier barbaridad sin que a nadie se le ocurra cuestionar su derecho a gobernar, todavía parece más que probable que el próximo presidente sea el candidato del PJ. De ser así, empero, el eventual ganador no deberá su triunfo a que a juicio de la mayoría sea la persona indicada para liderar el país en una etapa extraordinariamente difícil, sino a que por las razones que fueran se las habrá arreglado para dejar fuera de combate a sus adversarios internos.
Para colmo, las reglas -mejor dicho, los "códigos"-, que rigen en la interna peronista distan de ser evidentes. Por tratarse de una lucha entre individuos de mentalidad paternalista, por decirlo de una manera caritativa, que se conocen desde hace muchos años y que están acostumbrados a resolver sus diferencias en privado mediante acuerdos que sólo respetarán hasta que les convenga declararse "traicionados" por los ya ex socios, la ciudadanía no está en condiciones de participar directamente de las intrigas que están en marcha: a lo sumo, puede incidir en el resultado mostrándose atraída por un caudillo determinado e indiferente ante los intentos de congraciarse de otro, aunque de por sí el repudio así expresado no será suficiente como para sepultar para siempre las aspiraciones presidenciales de nadie. Al fin y al cabo, aunque más del setenta por ciento juran que jamás soñarían con votar por Menem, el ex presidente aún se encuentra entre los más favorecidos por los apostadores, realidad ésta que nos dice mucho sobre el estado precario de la democracia en el país.
     
     
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