Jueves 9 de enero de 2003
 

Luces de alarma

 
  Desde que el mundo es mundo, los precios de los distintos bienes y servicios dependen más de la oferta y la demanda que de la voluntad de los gobernantes, pero, por motivos comprensibles, éstos siempre se han resistido a darse por vencidos, de modo que era de prever que frente a los aumentos recientes de ciertos productos básicos, entre ellos la carne y la leche, el gobierno del presidente Eduardo Duhalde trataría de intervenir en "defensa del consumidor". Según parece, en su opinión todo se debe a la rapacidad de personajes que ya se han visto beneficiados por la megadevaluación, pero que aun así no vacilan en aprovechar la situación a pesar de que los más golpeados por los aumentos sean los pobres que en todas partes gastan una proporción elevada de sus ingresos en alimentos. Puede que esta forma de entender el asunto sea ingenua, pero en base a ella el gobierno se ha puesto a desplegar una batería de medidas fiscales destinadas a inducir a mayoristas y minoristas a conformarse con menos aunque, por ahora, parece haber descartado los controles de precios. Dicha medida suele ser popular pero sólo sirve para demorar lo inevitable: de aplicársela, los productos afectados se esfumarían, lo cual obligaría al gobierno a intentar asegurar el abastecimiento, paso que a la larga sería contraproducente. Asimismo, en otras épocas, los gobiernos preocupados por aumentos a su juicio injustificados podían intentar frenarlos estimulando la importación de bienes "estratégicos", pero mientras el peso siga deprimido no le será dado intentarlo. Dadas las circunstancias, subsidios directos constituirían la opción menos mala, aunque sólo fuera porque todos entenderían de qué se trata.
Como es lógico, el buen momento que está experimentando el turismo a raíz del costo de trasladarse al exterior ha redundado en fuertes aumentos de precios en los lugares más favorecidos que pronto podrían repetirse en el resto del país, lo que hace pensar que en enero el índice minorista subirá por lo menos el tres por ciento, lo que ha encendido las luces de alarma en el Ministerio de Economía. Roberto Lavagna, reacio a pensar en la posibilidad de que la estabilidad de los meses últimos esté por llegar a su fin, ha querido dar la impresión de que los brotes inflacionarios son consecuencia de nada más que la falta de escrúpulos de algunos empresarios determinados. Aunque el ministro estuviera en lo cierto en cuanto a la codicia de los hombres de negocios, se trataría de una actitud voluntarista por suponer que con tal de que el gobierno lograra convencerlos de actuar de forma más solidaria el problema se solucionaría. Por desgracia, la larga experiencia del país en esta materia debería haberle enseñado que si bien los pactos intersectoriales y los grandes acuerdos nacionales pueden resultar políticamente ventajosos, no sirven para derrotar la inflación sino que, a lo sumo, posibilitan algunas semanas de tranquilidad aparente seguidas por estallidos, mientras que a lo peor permiten que la inflación reprimida cobre tanta fuerza que cuando por fin salga a la superficie lo haga con violencia volcánica.
De todas maneras, pocos supondrán que la estabilidad relativa de precios de la que el país ha disfrutado a partir de mediados del año pasado haya sido evidencia de que en el fondo la economía es sana por haber encontrado ya un punto de equilibrio. Antes bien, se ha basado en una larga serie de factores anómalos: tarifas congeladas, depósitos bancarios acorralados, una tasa de cambio nada realista, la caída estrepitosa del poder de compra de casi todos los habitantes del país. Así las cosas, extrañaría que de producirse algunas señales de "reactivación" los precios al consumidor se negaran a adaptarse a la nueva situación al procurar los distintos agentes económicos recuperar una parte del terreno perdido. Por el contrario, hasta que el gobierno haya tomado las medidas necesarias para que la inflación reprimida se materialice, los precios continuarán presionando en un esfuerzo por llegar a su nivel natural, el que, por desgracia, será en última instancia fijado por "el mercado", no por burócratas u otros funcionarios, por buenas que fueran sus intenciones y por mucho que quisieran hacer creer que la inflación es un fenómeno histórico que nunca volverá.
     
     
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