Miércoles 8 de enero de 2003
 

Comicios de terror

 
  La decisión del presidente interino Eduardo Duhalde de adelantar las elecciones, celebrándolas el 27 de abril y comprometiéndose él mismo a dar un paso al costado el 25 de mayo del año que ya está en curso, le sirvió para apaciguar a aquellos políticos y activistas que a mediados del 2002 pensaban en abandonarlo a su suerte, pero el que aún no haya ninguna señal de que esté por conformarse una alternativa viable al penoso régimen actual hace pensar que podría resultarle igualmente conveniente postergarlas para que se realicen en la fecha original, o sea, en octubre. Aunque nadie, con la presunta excepción del senador catamarqueño Luis Barrionuevo, que acaba de presentar un proyecto para convocar a un plebiscito sobre la eventual permanencia de Duhalde en su cargo casi siete meses más, puede creer que el gobierno encabezado por el bonaerense sea el indicado para un país que se ve hundido en una crisis tan exasperante como la nuestra, esto no quiere decir que un sucesor surgido de las urnas en abril no pudiera ser llamativamente peor. Además, la conciencia de estar por irse ha agravado el cortoplacismo congénito de un gobierno cuya estrategia se limita a esquivar todos los problemas difíciles para que estallen en manos del próximo presidente, lo cual, imaginan los duhaldistas, supondrá que la ciudadanía recordará con nostalgia el "veranito" y que por lo tanto se encolumnará detrás de la figura del mandatario presuntamente responsable del pequeño milagro así denominado.
Si bien es posible que aun cuando el gobierno eligiera aplazar los comicios hasta octubre lo único que lograría sería prolongar la confusión actualmente imperante, también lo es que el país aproveche el intervalo para conseguir avanzar un poco más en la reestructuración de un orden que difícilmente podría ser más anacrónico. Aunque es innegable que el panorama es deprimente, existen algunos motivos tenues para sentir que por fin la ciudadanía ha comenzado a tomar la política en serio. Según las encuestas más recientes, el demagogo sanluiseño Adolfo Rodríguez Saá y su corte de impresentables ya han dejado de parecer tan atractivos como era el caso algunos meses antes, el ex presidente Carlos Menem, hombre cuya reelección enviaría un mensaje nada esperanzador al resto del mundo, podría haber alcanzado su techo, y las debilidades manifiestas de la candidatura de la ex radical Elisa Carrió, política que depende por completo de su "carisma" mediático, la han perjudicado. En cambio, Ricardo López Murphy ha estado ganando adherentes al difundirse la impresión de que por lo menos entiende la gravedad de la situación en la que se halla el país y que estaría dispuesto a tomar las medidas con toda seguridad antipáticas necesarias para remediarla, mientras que el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá, otro político equilibrado, ha hecho saber que de postergarse las elecciones podría postularse.
El paisaje político está modificándose, pues, pero lo está haciendo con lentitud geológica, de manera que sorprendería que antes de fines de abril se produjeran cambios que fueran lo bastante importantes como para permitirnos salir del embrollo infernal que fue provocado por el colapso de la Alianza y la irrupción inmediata de una cantidad de facciones peronistas mutuamente hostiles obsesionadas por las rivalidades personales de sus líderes. De postergarse las elecciones, medida que a su modo reflejaría el reconocimiento por parte de los peronistas mismos de que, su variedad absurda no obstante, la oferta partidaria es asombrosamente mediocre, el proceso evolutivo que está en marcha podría acelerarse a causa del desgaste ocasionado por la rencillosa "interna" oficialista y la virtual desaparición de la otra ala del populismo vernáculo representada por la UCR. Después de todo, de optar Duhalde por aplazar las elecciones lo haría no por considerarlo en el interés del país sino por entender que su propio partido sencillamente no está en condiciones de celebrar una interna, juicio que de por sí debería descalificarlo pero que, gracias a la tolerancia casi infinita de amplios sectores del electorado que aún no se han dado cuenta de que les corresponde exigir algo más a sus "dirigentes" que la voluntad de jurar lealtad hacia su propio partido, por ahora sólo ha motivado resignación.
     
     
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