Martes 7 de enero de 2003
 

Maniobra malévola

 
  Puede que, por la indignación que ha provocado la iniciativa, los peronistas no se salgan con la suya imponiéndole al país la llamada ley de lemas, pero el que se la hayan propuesto nos dice mucho sobre la mentalidad de los líderes de lo que, si fuera unido, sería el mayor partido político nacional. Sin embargo, como ha sido notorio desde hace muchos años, la unidad peronista no es más que una ficción mantenida por motivos apenas confesables. Por ser tan diferentes las ideas que afirman representar los distintos jefes, el PJ es a lo sumo una coalición oportunista aglutinada por nada más que el hambre compartida por el poder y por el dinero. Si no fuera por este factor, el PJ ya se hubiera fragmentado en tres o cuatro partes que, a su vez, se hubieran combinado con otros movimientos de ideario compatible, posibilitando de este modo el sinceramiento de un sistema político que a juicio de la ciudadanía está podrido de hipocresía.
En la raíz de la crisis fenomenal que se ha abatido sobre el país está la ruptura que se ha producido entre el discurso de "los políticos" y lo que éstos efectivamente hacen cuando están en el poder. Si bien es inevitable que en ocasiones determinadas un político cambie de opinión luego de trasladarse del llano al gobierno, escasean las democracias en las que una generación entera haya hecho de la viveza una metodología, ufanándose impúdicamente de mentir en el curso de las campañas electorales. Al separarse por completo la retórica proselitista de los políticos de lo que saben es la verdad, empero, la Argentina se ha visto transformada en una fuente de botín para "dirigentes" cínicos que repiten las palabras que les ponen en la boca sus infaltables asesores de imagen sin tener la más mínima intención de cumplir con sus promesas. No debería sorprendernos, pues, que los años últimos hayan sido tan trágicos para millones de personas, de las cuales muchos se prestaron durante años a los juegos de quienes sólo tenían en mente engañarlas, sin prever las consecuencias de dicha forma de complicidad.
Resignarse a la ley de lemas que quisieran aplicar los peronistas que se resisten a hacer frente al hecho de que ningún movimiento democrático que se respete pueda convivir con las diferencias ideológicas que, es de presumir, se dan entre sus precandidatos más notorios -Carlos Menem, Adolfo Rodríguez Saá y Néstor Kirchner, además del presidente interino Eduardo Duhalde-, equivaldría a aceptar la institucionalización de la mentira por constituir tal modalidad una manera de decirnos que para los peronistas las promesas y los principios de los que hablan tanto carecen de significancia al lado de "la lealtad" reflejada por aquella "verdad", de connotaciones netamente fascistas, cuando no mafiosas, acuñada por el general Juan Domingo Perón según la que "para un peronista no hay nada mejor que otro peronista". No hay que decir que un país que se someta a un partido único basado sólo en la sed de poder no tendrá ninguna posibilidad de desarrollarse: en cuanto se produzcan señales de prosperidad, sus "dirigentes" se encargarán de apropiarse de ellas tal y como ha sido su costumbre desde hace muchos años.
Para poder superar la crisis que tantos perjuicios nos ha causado será necesario un realineamiento político generalizado para que los partidos tengan cierta coherencia, lo que, de más esta decirlo, requerirá la desaparición de los dos movimientos populistas que ya se han agotado. Según parece, la UCR ha dejado de constituir una opción seria, pero si bien conforme a cualquier criterio objetivo el PJ se ha quebrado en media docena de pedazos, la ambición y la codicia aún le han permitido conservar una apariencia espuria de unidad. Mientras sus dirigentes se resistan a asumir esta realidad, los restos del peronismo continuarán bloqueando el camino por el que tendría que avanzar el país para poder dotarse de un esquema político adecuado para los tiempos que corren. Así las cosas, es absurdo suponer que la formalización del desmoronamiento del PJ sería un desastre tan terrible que nos convendría fingir creer que las grietas sean meramente anecdóticas, tan absurdo como lo sería convencernos de que sería factible acercarnos a la prosperidad y a la justicia social sin llevar a cabo reformas de ninguna clase.
     
     
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