Viernes 3 de enero de 2003
 

La hora de Lula

 
  Como ya es tradicional en América Latina cuando empieza su gestión un nuevo presidente, Luiz Inácio Lula da Silva cuenta con la aprobación de más del setenta por ciento de sus compatriotas, o sea, de una proporción muy similar a aquella que hace poco más de tres años acompañaba, por decirlo así, a Fernando de la Rúa. Se trata de un capital político valioso, pero de uno que Lula tendrá que ponerse a gastar si quiere que su promesa fundamental de asegurar que al final de su mandato todos los brasileños tengan "la posibilidad de desayunar, almorzar y cenar" resulte ser algo más que otra consigna vacía. Es que en cualquier país, pero sobre todo en uno que es tan estructuralmente inequitativo como el Brasil, es imposible llevar a cabo cambios significantes sin superar la oposición decidida de fuertes sectores atrincherados que se resistirán por todos los medios disponibles a ceder un solo centímetro en aras del bien común. Lo ideal, pues, sería que después de un año su índice de aprobación fuera menos consensual, pero que la hostilidad de grupos poderosos no pusiera en peligro la estabilidad institucional. Desafortunadamente, en las democracias aún relativamente precarias de América Latina muchos se resisten a entender que no es necesariamente malo que por algunos meses, acaso por años, un gobierno tenga que luchar contra la corriente.
Si bien todos los simpatizantes de Lula dicen ser plenamente conscientes de las dificultades que le tocará enfrentar, es poco probable que sigan pensando de este modo si las medidas tomadas por su gobierno comienzan a afectar los intereses creados con los que se sienten comprometidos. Sin embargo, a menos que Lula esté dispuesto a desafiar a los industriales paulistas, a muchos gobernadores estaduales y también a los sindicatos que forman parte de su propia base de apoyo, no le será dado impulsar los cambios importantes que afirma tener en mente. Tampoco le serviría para mucho procurar pasar por alto la realidad financiera, por antipática que ésta le parezca: quienes terminan pagando el grueso de los costos de los intentos "principistas" de derrotar a "los mercados" no son los ricos, que ya saben protegerse en tiempos de inestabilidad, sino los más pobres.
En cuanto a la promesa de Lula de desechar "el modelo", sólo se trata de palabras huecas como las pronunciadas en ocasiones por el presidente Eduardo Duhalde. Lejos de ser un dechado de "capitalismo liberal", el Brasil actual, lo mismo que la Argentina, es una mezcolanza improvisada en la que se combinan prácticas preindustriales, el corporatismo, el proteccionismo, el amiguismo, el clientelismo y la corrupción a la que se han agregado últimamente algunas dosis de liberalización macroeconómica. Por tratarse de una situación sumamente compleja, a Lula y sus allegados les ha sido sin duda tentador, y electoralmente provechoso, simplificarla mirándola a través de los prismas populistas, izquierdistas o globalifóbicos que están en boga, pero los análisis resultantes no los ayudarán mucho a la hora de gobernar, de suerte que les convendría no tomarlos en serio.
Muy pronto Lula se verá frente a dos riesgos. Uno, que se planteará en cuanto se dé cuenta de que producir cambios positivos auténticos es mucho más difícil que hablar de ellos, sería resignarse a dejar intacto un orden que es muy pero muy injusto por entender que sólo así podría sobrevivir en el poder. Otro riesgo sería que optara por radicalizar su gestión a fin de desempeñar el papel que le tienen reservado los ideólogos más vehementes del Partido de los Trabajadores, a quienes les encantaría que protagonizara una "epopeya" a su juicio espléndida aun cuando sólo sirviera para agravar todavía más las condiciones en las que subsiste la mayoría de los brasileños. Si Lula sabe mantenerse alejado de la Escila de la resignación pasiva contra la que se han estrellado tantos mandatarios latinoamericanos y de la Caribdis del show supuestamente revolucionario que en el fondo no sería más que una forma de exteriorizar la frustración que podría sentir, tendrá la posibilidad de cumplir con su promesa básica de posibilitar que todos puedan disfrutar de por lo menos lo mínimo necesario para una vida digna, lo que tal vez no impresionaría a sus adherentes más entusiastas pero que así y todo constituiría un logro muy importante.
     
     
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