Jueves 2 de enero de 2003
 

Unidad mortífera

 
  Según el presidente interino Eduardo Duhalde, "el peronismo está fragmentado y con riesgo de quebrarse", lo cual es sin duda cierto, pero sucede que desde hace casi medio siglo cualquier dirigente del PJ habría tenido motivos concretos contundentes para afirmar lo mismo. En verdad, ya antes del derrocamiento del régimen peronista en 1955 las divisiones en el peronismo se habían hecho evidentes, aunque por tratarse de un movimiento aglutinado por la devoción ritualizada al líder máximo en aquel entonces pocos les prestaron la debida atención. Sin embargo, a pesar de grietas que en ocasiones han sido más anchas que las que serían factibles en un sistema democrático sano, para no hablar de un solo partido, como aquellas que en diversas oportunidades han separado a grupos fascistas por un lado de otros de discurso más bien izquierdista por el otro, el PJ ha seguido unido en el sentido de que a muy pocos se les ha ocurrido probar suerte independizándose por entender que en tal caso no les sería dado compartir el voto cautivo del cual, para desesperación de los demás, el peronismo siempre ha sido el dueño. Para algunos, haberse mantenido "unido" durante tanto tiempo debería considerarse una hazaña notable en un país en el que lo normal es que los partidos grandes se dividan en facciones cada vez mas pequeñas, pero el precio que ha pagado la Argentina por la elasticidad extraordinaria de su movimiento mayor ha sido colosal. Una consecuencia lógica del esfuerzo por fingir creer que neonazis y trotskistas, liberales y socialistas, conservadores y progresistas, encarnen los mismos principios ha sido el clima de cinismo asfixiante que tanto ha contribuido a desprestigiar la política como tal. Asimismo, a raíz de "la lealtad" que suelen exigir los caudillos, caciques y operadores, todos los peronistas se han habituado a solidarizarse con personajes emblemáticos de la corrupción, motivo por el que los asqueados por su conducta sí se han sentido obligados a alejarse del PJ.
Mal que les pese a los políticos de instintos corporativos, en una democracia auténtica no es dado a ningún partido aspirar a representar más que una parte de la sociedad aunque, claro está, todos deberían comprometerse a respetar plenamente los derechos de los sectores que dejen a un partido rival. Por una variedad de motivos, esta regla sencilla se ha visto resistida por los líderes radicales y peronistas que nos han llevado a la crisis "terminal" actual. Aunque parecería que últimamente nuestra cultura política está adaptándose mejor a las exigencias planteadas por la democracia representativa moderna gracias en buena medida al desprecio que tantos sienten por los movimientos populistas tradicionales, para que el país pueda superar la fase actual de su larga crisis institucional será necesario que mucho cambie.
Con todo, lo que Duhalde tiene en mente no es la reorganización del sistema partidario para que las distintas agrupaciones coincidan aproximadamente con las escasas opciones ideológicas o programáticas disponibles sino permitir que las líneas internas peronistas se encolumnen detrás de varios "lemas" para que el candidato más votado, aún cuando lo apoye una minoría exigua, se apropie de los sufragios de todos los demás peronistas. De aplicarse tal sistema el peronismo tendría una muy buena posibilidad de triunfar porque sorprendería que en su conjunto los seis o siete candidatos que llevarán su camiseta no lograran sumar más votos que Elisa Carrió o Ricardo López Murphy. Puesto que no sería nada probable que todos los no peronistas optaran por declararse afiliados de un solo partido -maniobra que de todos modos plantearía un sinfín de dificultades jurídicas-, los deseosos de impedir que el país siguiera en manos del movimiento actualmente hegemónico tendrían que frustrar las maquinaciones poco democráticas del presidente interino o esperar que el electorado, harto de la primitiva interna del PJ, finalmente decida que ha llegado la hora de decir adiós al movimiento fundado por el general Juan Domingo Perón que ha sido el gran artífice de la transformación de la Argentina de un país relativamente próspero en uno que, por sus propios esfuerzos, se ha reducido a un nivel de miseria comparable con el existente en Bolivia, Paraguay y el Perú.
     
     
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