Miércoles 29 de enero de 2003
 

Amigos

 
  El gordo Yáñez tenía 750 pecas alrededor de sus ojos oscuros. O por ahí debían andar. A sus recién cumplidos 8 años se le había dado por contar cada una de las manchitas marrones que adornaban su rostro.
No era demasiado gordo entonces sino robustón, de piernas tipo jamón especial español. Igual, para simplificar las cosas, le decíamos así. Con la aparición del sagrado "Chavo del 8", el apodo fue metamorfoseándose en "Ñoño Yáñez", "Ñáñez" y, finalmente -en un camino hacia la pubertad que lo tuvo a ratos francamente delgado-, Yáñez. Cada vez que pienso en él se me viene esa palabra a la mente.
Aquel chico de risa asfixiada fue la primera persona a la que denominé pomposamente "mi mejor amigo". Entre la infancia y el fin de la adolescencia, cuando nuestros caminos se separaron, siempre me ocupé de recordárselo y de recordármelo. "Yáñez es mi mejor amigo, ¿no cierto Yáñez?", le decía a algún interlocutor que no estaba enterado de la novedad.
Me gustaban su buen humor, su sensibilidad y sus ganas de soñar. Con él intentamos construir el primer robot parlante de la Patagonia, nos fuimos de excursión con una manzana en el bolsillo y recorrimos el cielo con la mirada a la caza de naves de otros planetas. Creo que ése fue mi último "mejor" amigo.
Con los años conocí en Buenos Aires a alguien que se transformó en un hermano espiritual, pero esta historia de gentes que se te cuelan por el pecho, en mi caso, termina acá. Se me ha ido haciendo difícil aceptar a otros en el círculo íntimo. En algunas ocasiones yo no lo permito, en las restantes a los demás no les da la regalada gana entrar.
La soledad es una asignatura sin excusas. Un día descubrimos que nuestros sueños son nuestros sueños y los de ninguna otra persona. O que una sonrisa, un abrazo, equivalen a un gesto de urbanidad y no a una declaración de principios. Queremos a los seres que nos acompañan en la rutina, cierto, y también sabemos que no son amigos. Son gente que uno conoce.
Si la vida da vueltas, y una de esas vueltas nos toca con suerte, los amigos de entonces todavía permanecen cerca. Amigos con mayúsculas se hacen cada tantísimos años. De adultos carecemos de la pureza necesaria; y la energía que requiere este emprendimiento la guardamos para causas menos nobles.
La vida es cruel, por eso anhelamos tanto los momentos de paz. La noche en que nos olvidamos de todo mirando las estrellas hemos conseguido una tregua en el frenesí del rebusque. No hay placer sin lucha ni alegría sin conciencia de finitud. Los amigos son islas seguras en un enorme archipiélago de interrogantes. Lugares a los cuales llegar.
De a ratos, lamento no ser amigo de determinadas personas, de no estar en su camino. Las deseo. A pesar de la nostalgia estamos más condenados a la búsqueda que al encuentro. Tardes sin fin y sin testigos.
Sólo Dios o los locos pueden existir solos. Y, hasta donde sé, la cordura no es una característica permanente en los hombres.

Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar

   
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