Martes 21 de enero de 2003 | ||
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El motivo del viaje II |
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Viajar es sinónimo de cambio, de sorpresa, de intriga. Será por eso que el motivo del viaje es central a lo largo de la historia de la literatura, los ejemplos se suman a los de columnas anteriores. Olvidaba, antes de dirigirme hacia los tiempos modernos, a las novelas de caballería como el "Amadís de Gaula", por nombrar una de las más famosas. En estas novelas es esencial el desplazamiento geográfico en busca de aventuras generalmente por un territorio casi fantástico. El mar es sinónimo de aventura, también de pesares. Muchos de los grandes relatos de viaje están situados en ese infinito salobre. Herman Melville nos abrió la puerta a la cabina del barco parra recorrer los mares en busca de "Moby Dick", la ballena blanca. Patético es el caso de Emilio Salgari, ese inolvidable autor del aventurero "Sandokán, el tigre de la Malasia"; digo patético porque cuenta la anécdota que jamás salió del norte de Italia, y sus novelas, siempre ambientadas en lugares exóticos fueron el resultado de su imaginación creadora y de sus lecturas. Si del mar hablamos, imposible soslayar a ese marinero polaco devenido en escritor inglés, como es Joseph Conrad, autor de esa novela cíclica llamada "El corazón de las tinieblas", donde se narra un viaje hasta los límites mismos de la civilización para que una vez terminada la novela nos quede la duda de qué es eso que llamamos civilización. ¿Quién en su ilimitada imaginación infantil no soñó ser el capitán Nemo y conducir el submarino Nautilus a lo largo de "20.000 leguas de viaje submarino"? Julio Verne, autor de esta novela y creador de varias donde las aventuras rondan con la ciencia ficción -de hecho está considerado uno de sus precursores- al parecer llevó una vida bastante reposada de escritor profesional. Sin embargo nos ha regalado a sus lectores el placer del viaje en novelas como "De la tierra a la luna", "Viaje al centro de la tierra" y una que me gusta y mucho "A través de la estepa", un viaje en el famoso tren transiberiano. Y antes de dejar el mar y para que esta desordenada enumeración no entre el caos más absoluto, cito una novela que es un viaje simbólico hacia uno mismo: "El viejo y el mar", esa versión moderna de la tragedia griega escrita por Hemingway. "La vorágine" es un viaje hacia el infierno mismo de la selva colombiana, escrita por José Eustasio Rivera, esta novela tuvo en su época el valor social de hacer conocer el drama de los caucheros. Y ya que hablamos de selva, una de las mejores novelas de viaje, de un viaje imposible en el fondo, es "Los pasos perdidos" del cubano Alejo Carpentier que relata el itinerario de un músico en su viaje al fondo de la selva, que es también un viaje en el tiempo. Hay viajes que sirven para otorgar placer, como el que hace el escuadrón de prostitutas para visitar a los soldados desperdigados en cuarteles solitarios en medio de la selva. De eso trata "Pantaleón y las visitadoras", la novela de Vargas Llosa.
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