Miércoles 8 de enero de 2003

 

Karma

 

Mediomundo

  No he aprendido nada. De nada. Tengo en mi biblioteca personal cientos de libros que me miran con cara de vaca y se golpean unos a otros los lomos porque no entienden cómo es posible que alguien tan obtuso sea su dueño. Y sus miradas traspasan mi cuerpo, siguiendo un infernal círculo vicioso de ignorancia. Hace unos días alguien me lo hizo notar sin sutilezas: ¿Te diste cuenta de que tienes párrafos subrayados sobre subrayados? No, la verdad que no. Tampoco me había dado cuenta de que, por ejemplo, tengo a la miseria el libro de Shunryu Suzuki, "Mente Zen, mente de principiante" y uno de Alan Watts y el de otro célebre Suzuki, que alguna vez comparó su vida con la sobriedad de un árbol. Los he leído sin entenderlos. No encontré el modo correcto de aplicarlos a mi realidad.
En los últimos 15 años he practicado yoga de la india, yoga práctico, meditación zen, meditación por las mías, relajación a secas, y ni noticias. Nunca obtuve un cachito de relajación. Nací tenso como un arco, poseído por fobias cotidianas -no hablemos de volar, tomar éxtasis, clavarme un clavo en un dedo ¡no vaya a ser que estuviera oxidado!- y síntomas extraños -palpitaciones, moluscos en la garganta, cuchillazos-.
Conozco gente que, sin buscarlo, ha visto cómo su cuerpo se traslada a una velocidad mayor que la de la luz de un lugar a otro. Sé de algunos que gozan con indiferencia del río de la vida y ni se les ha cruzado por la cabeza visitar el sillón de un analista. Estoy seguro de que hay personas sabias porque sí. Porque ése es su karma. Ese es su Dharma. A mí jamás me pasó algo semejante. Después de tanto esfuerzo sincero concluí que debo acotarme al mandato que en otra vida le he dado a esta historieta tan de telenovela mexicana. Contaba Borges que los budistas piensan que encarnar en un ser humano es una experiencia muy rara. Es también una de las pocas oportunidades que tenemos de crecer.
Encuentro cierto consuelo en el murmullo de los libros y en las fórmulas del lenguaje que me salvan del bajón. Es lo único que tengo. Esos mismos libros me han vuelto un poco loco. Soy, antes que nada, irremediablemente humano. Puro ego. Aventurero cobarde, incapaz de controlar el estrés o el temblor de las manos. La contradicción es mi credo. Por eso, amando viajar, me reconozco el mayor de los hipocondríacos. De tener algún talento, quisiera ser músico. Y de tener alguna fe, escritor.
El árbol siempre me ha impedido ver el bosque. No recuerdo una oportunidad en la que me haya tomado los problemas con calma. Me resigno a la voluntad antes que a la suerte.
Debo confesar que sé más de las personas de la Patagonia que de sus bellezas naturales. Jamás subí una montaña. No tengo la más pálida idea de cuáles son los pájaros que viven en sus extensiones. De estos fenómenos he sido apenas un espectador. Pero de los hombres conozco cosas que a veces ellos mismos ignoran. Me las cuentan a la tercera copa, o cuando la madrugada se hace profunda y las palabras funcionan igual que un mantra. Supongo que todo está ordenado de un modo inexplicable.
A todo esto, dice Suzuki: "A veces el maestro y el discípulo juntos se inclinan ante Buda. A veces suele ocurrir que nos inclinamos ante gatos y perros".
Yo, por lo general, me descubro dándome de narices con los demás.
Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar
   
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