Domingo 22 de diciembre de 2002
 

El final

 

Por Carlos Torrengo
rnredaccion@rionegro.com.ar

  Una regla de la política dice que el arraigo en el pasado no es garantía de eternidad.
Lo recuerda Carlos Alvarez en su tediosa y barroca confesión ante el grabador de Joaquín Morales Solá (*).
Prolijo lector de Winston Churchill y de Juan Perón, el ex vicepresidente suma un concepto habitual en ambos: la política es, ante todo, un arte de ejecución.
Ambas reflexiones tienen una férrea ligazón con la desarticulación de poder que erosiona hoy a la Unión Cívica Radical como partido nacional. Proceso cuya trascendencia sólo podrá ser merituada vía la dialéctica de la historia por venir.
Pero la crisis de las huestes de Alem genera sugerencias.
Sugiere, por caso, un interrogante muy puntual: ¿cómo será el sistema político argentino con un radicalismo cuya gravitación se evapora día a día a través de grietas complejas de sellar?
¿Puede esa evaporación generar desequilibrios peligrosos en el funcionamiento de ese sistema? ¿O es el ariete que, arremetiendo contra el bipartidismo que signa a la política argentina, termina mejorando la aptitud del sistema?
El tiempo dará la respuesta.
Pero sí hay hoy una certidumbre sobre el estallido del radicalismo: no sorprende.
Porque estaba en la naturaleza del radicalismo que, llegado el momento, crujiera el partido. Las causas se remontan a las entrañas más profundas de su historia.
El radicalismo no se hunde por el colapso con que terminaron los días de la administración Alfonsín. Tampoco por el sangriento descalabro con que partió el ecléctico Fernando de la Rúa.
Naufraga porque jamás se interesó en superar la vaga e incomprensible visión que tiene de cómo hacer política y cómo ejercer el poder.
Porque desde sus orígenes mismos, hace más de 110 años, de la mano de una lógica temeraria, antepuso la búsqueda del poder a la construcción de soluciones a los problemas nacionales. De ahí devino su fantástica voluntad de hacer del partido más una máquina electoral que una usina dinámica de ideas destinadas a aplicar desde el poder.
Ahí se ubica mucho de la génesis de su inmensa disociación con la realidad. Hay un abismo entre la lógica electoral que alienta la dirigencia radical y lo que la sociedad espera del resultado de una elección.
O sea, de un gobierno.
Pero ahora, cuando la sociedad demanda con precisión qué es lo que quiere de la política y sus gestores, el radicalismo se deshace de la peor manera. Apelando incluso a los métodos contra los que épicamente ofrendó mucho de su existencia.
Fraude, coimas, aportes oscuros para el partido son sinónimo de este radicalismo.
Ni rastros quedan de aquella convicción expresada por Gabriel del Mazo en la que se formaron muchas generaciones de radicales: "Para el partido, la política no es sino una rama de la moral".
Y el radicalismo se derrumba sin admitir lo fatídico de muchos de sus inveterados convencimientos.
Convencimiento como ése de creer que, de alguna manera, el tiempo siempre soluciona los problemas.
O ese otro romántico convencimiento que lo lleva a desdeñar la economía como pieza de gravitación en el ejercicio del poder.
Un desdén de viejo cuño, como lo demuestra Juan José Sebreli en su reciente "Crítica de las ideas políticas argentinas".
Recuerda ahí que, en una famosa polémica que mantuvo sobre el ideario radical, Hipólito Yrigoyen dijo que un debate sobre economía le parecía "una futilidad".
¿No fue ese desdén el que provocó pérdida de tiempo por parte de Raúl Alfonsín en encarar la lucha contra la inflación, que finalmente le pondría el epitafio a su gobierno?
Preso de la liturgia que le deviene de un vago y voluntarista discurso, el radicalismo va entrando en el tramo final de su apasionante historia.
Computando esta realidad, ¿qué sucederá con el radicalismo rionegrino?
Ya no es una falange todopoderosa. Está carcomido por la carencia de ideas, internismo y cuanta peste degrada a la política.
Espontaneísmo e improvisación definen la acción de su gobierno. Todo es estrategia de supervivencia.
Ensimismado en la operación política destinada a aglutinar poder, su dirigencia sólo tiene reflejos para buscar arreglos de cúpulas. Confunden operación con política.
El "vivo" es el que arma la rosca.
Ese es el perfil más firme que tiene el radicalismo rionegrino a la hora de hacer política.
Ahora, lo toca la crisis nacional del partido. Un proceso que amenaza con podarle su apoyatura en puntos neurálgicos del poder. Porque la segura debacle electoral del radicalismo lo dejará flaco de referencias en, por caso, el Congreso nacional.
No es lo mismo pertenecer a una fuerza que es segunda en el concierto político, que a una que quizá no supere el 10 % de los votos en la elección para presidente.
Porque hasta ahora el radicalismo rionegrino se benefició del poder que emana del pertenecer al bipartidismo. Era parte consustancial de él. Y lo supo aprovechar. El acuerdo financiero con la administración Duhalde logrado este año es un caso.
¿Se dispersará la clientela electoral del radicalismo rionegrino?
-Con esta crisis que vive el partido, a mí me van a votar muchos radicales -le dijo el miércoles en Capital Federal Ricardo López Murphy a Ricardo Sarandría.
Una volada que incluso permitiría a López Murphy sumar aquí a no pocos dirigentes del radicalismo para fortalecer su estructura provincial.
Y en medios políticos se especula que, amparado por la crisis, el no veranismo puede irse del partido con rumbo a no se sabe dónde. Pero irse.
Partir persuadidos de que la crisis nacional del partido no tiene antídotos.
Hacer el bolso desde un partido que quizá, en Río Negro, termine siendo una fuerza provincial.
Porque en política, lo eterno no existe.


(*) "Sin Excusas", Edit. Sudamericana -
La Nación; Bs., As., 2003
     
     
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