Martes 10 de diciembre de 2002
 

Cooperativismo

 

Por Tomás Buch

  Los recientes acontecimientos que involucran a nuestra Cooperativa de Electricidad son una buena oportunidad para traer a colación una forma de propiedad social relativamente poco conocida. El cooperativismo tiene una larga historia, y es bastante difamada por el capitalismo individualista y los grandes intereses empresarios y aun perseguido por el Estado. Sin embargo, posee algunas de las características que podrían ayudarnos a salir de una situación económica casi desesperada.
¿Qué pasó en nuestra Cooperativa de Electricidad? No es mi propósito opinar sobre el problema puntual de la CEB, cuyos detalles desconozco. Al no involucrarme, he actuado en contra del espíritu cooperativista, ya que soy socio de la CEB y tengo derecho a opinar sobre la manera en que se la maneja. Pero el objetivo de esta nota es rescatar la democracia económica que el cooperativismo promueve, ya que en ninguna otra forma de propiedad yo, un simple cliente, tendría derecho a decir nada sobre la manera en que se maneja una empresa estatal o privada. El cooperativismo es, así, un perfecto complemento de la democracia política, frente a la falta total de democracia que rige las relaciones económicas. Lo que no deja de ser una contradicción que quita gran parte de su valor a aquella democracia política, a veces llamada "formal".
En el fondo, en la CEB pasó lo siguiente. Durante años, la cooperativa estuvo manejada por un grupo de personas que ocupaba la conducción y que manejó la institución de la manera que le pareció la más adecuada. Esto incluía la fijación de los precios que el servicio costaba a los asociados. Incluyó muchas otras cosas, que ahora se le critican: la fundación de empresas, que ya no eran cooperativas sino sociedades anónimas, con finalidades diferentes de la original, que era el suministro del servicio eléctrico. También incluyó la solución del problema del tratamiento de los efluentes cloacales, que era un intríngulis que ni la comunidad ni el Estado atinaron a resolver durante años. La cooperativa se metió, así, en campos ajenos al original, pero prestó servicios fundamentales a la comunidad.
Pero lo esencial no es esto, sino lo que vino después: una parte de los usuarios del servicio esencial que presta la CEB estimó que la conducción se había apoderado, virtualmente, de la cooperativa, se había extralimitado en sus atribuciones y que el servicio era demasiado caro. La "oposición" se organizó, y a través de los mecanismos democráticos previstos en los estatutos de la CEB, eligió una nueva conducción. Es de esperar que ahora esa nueva conducción haga mejor las cosas, al sentir de la mayoría de los socios, y que el excelente servicio prestado hasta ahora no se resienta. También es de desear que no caiga en el vicio muy argentino de decidir que todo lo que hicieron "los otros" estaba mal, que es una de las herramientas más fantásticas y eficientes de la máquina de impedir. Y lo peor de todo sería que cayese en manos de los clientelistas, como los que por desgracia manejan gran parte de los aparatos partidos políticos y que tanto han contribuido al repudio general de que gozan. Pero de lo que quiero hablar aquí es de otra cosa, que es muy fundamental: es la posibilidad de la democracia económica.
El capitalismo se basa en la propiedad privada de los medios de producción. El derecho de propiedad es uno de los derechos primarios. El o los dueños de una empresa tienen poderes casi absolutos: establecen las reglas del juego, controlados por el mercado y (en los países decentes) por las leyes. Los consumidores, clientes o usuarios no tienen ninguna participación en la fijación de precios ni en la calidad del servicio, ni en la manera en que se maneja el personal. Sólo tienen la opción de dejar de comprar, opción que, en el importante caso de los servicios públicos, es enteramente abstracta, ya que en los hechos son cautivos de un monopolio. Tampoco los empleados tienen arte ni parte en la fijación de las condiciones laborales, más allá del derecho de agremiación, lo que de entrada conduce a un enfrentamiento de oficio porque los intereses se enfrentan de modo antagónico. Sin embargo, junto con los usuarios, los empleados son los primeros interesados en que las cosas marchen bien
En una cooperativa, los empleados y/o los clientes, según se trate de una cooperativa de producción o de consumo, son a la vez los propietarios, generalmente en forma igualitaria. Claro que en el cooperativismo, como en toda empresa humana, existe la posibilidad de abusos de poder y de actos de corrupción. Tales lacras han conducido al fracaso de numerosas cooperativas, y a una especie de "privatización" fraudulenta de otras. También hubo casos de quiebras, porque los mandatarios tomaron decisiones equivocadas, o porque los socios no tuvieron la visión necesaria como para reinvertir una parte suficiente de sus ganancias para hacer subsistir la empresa. Estos defectos los comparten con cualquier empresa privada, aunque siempre han sido aprovechados por el "sistema" para desprestigiar al cooperativismo, ocultando que en las empresas privadas el nivel de corrupción era por lo menos equivalente. Por otra parte, el Estado, en los últimos años, lejos de fomentar el cooperativismo como forma de democracia económica, hizo todo lo posible para dificultar su accionar y su crecimiento.
El cooperativismo es una forma de propiedad social que nació como movimiento de autoprotección de los trabajadores de los peores excesos del capitalismo. La primera que se conoce fue una cooperativa de consumo de los trabajadores textiles ingleses fundada en 1844, contra la presión de los comerciantes establecidos. En la Argentina, la primera cooperativa agraria fue fundada en 1898 por colonos franceses en Pigüé. La cooperativa argentina más conocida fue El Hogar Obrero, fundada por los socialistas en 1905 y que en 1991 estuvo al borde de la quiebra porque se había extralimitado al crear una cadena de supermercados, en medio de graves sospechas de corrupción.
El cooperativismo es una alternativa válida a la creciente concentración del capital y su sumisión al sistema financiero, que son las características del capitalismo tardío. La misma función puede cumplir ahora y siempre. Por eso es que en estos meses de crisis han surgido muchos emprendimientos organizados como cooperativas. Incluso es frecuente que los trabajadores que se han hecho cargo de las empresas de sus empleadores quebrados se organicen.
Existen cooperativas de diversos grados, y hay casos en que se agrupan ramas enteras de la industria. Aquélla donde este proceso es más avanzado es el de la industria láctea y sus derivados, encabezada por una cooperativa de segundo grado, la gran empresa SanCor, cuyos socios son a su vez cooperativas de productores, especialmente los tambos.
Al parecer, la primera forma de cooperativa fue la de consumo. Luego surgieron cooperativas de producción, sobre todo agraria, y de servicios. Pero el exponente más interesante del movimiento cooperativo tal vez sea el banco cooperativo, en el cual todos los clientes son socios. En este momento de crisis profunda del sistema financiero nacional, no deja de ser interesante constatar que el presidente del banco cooperativo Credicoop ha sido elegido presidente de la asociación de los bancos argentinos. ¿Es un reconocimiento? ¿Es un intento de cooptación? ¿Es un intento de blanqueo ante la sociedad? La cuestión es que el cooperativismo es una forma reconocida, válida y democrática de propiedad de los medios de producción, de distribución y de consumo, aunque adolece de todos los defectos de la democracia que supimos conseguir. En tiempos difíciles, es una forma de organización de los grupos que se ponen de acuerdo para producir cualquier bien o servicio. En tiempos más normales, puede ser una manera de superar la irrefrenable tendencia hacia la concentración y la extranjerización del capital.
Allí donde la tentación de vender una empresa privada al capital internacional puede ser irresistible para un propietario privado, si la propiedad de esa empresa forma parte del tejido social, el motivo del lucro deja de ser el único posible, y se plantean otros valores, como el de la solidaridad, el amor por lo propio, e incluso una virtud casi anacrónica: el patriotismo.
     
     
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