Sábado 28 de diciembre de 2002
 

El agujero radical

 
  Cuando de la política se trata, puede decirse que cuanto más chico sea un partido, más feroces serán las luchas internas porque, como sucede en las familias, todos los protagonistas se conocen muy bien. No es sorprendente, pues, que el intento de la UCR -agrupación otrora muy amplia que se ha visto reducida a ser poco más que un sello de goma- de celebrar elecciones internas ejemplares que servirían para diferenciarla del PJ haya desatado tanta confusión que ya parece nula la posibilidad de que cumpla un papel digno en los comicios presidenciales fijados para abril. En el corto plazo, el más perjudicado por el espectáculo absurdo que los punteros radicales organizaron ha sido Rodolfo Terragno, político que, gracias al desgaste que han estado experimentando los peronistas atrapados en su propia interna de características a veces brutales, podía soñar hasta hace poco con alcanzar una proporción respetable de los votos, pero aunque algunos radicales como Terragno logren sobrevivir a la autodestrucción de la UCR al construirse otro vehículo político o trasladarse a uno ya existente, a menos que el viejo partido se las arregle para recuperarse pronto el país se verá frente a un problema muy engorroso, sin solución evidente, planteado por la virtual desaparición de una parte fundamental del orden corporativo imperante. En algunos países de tradiciones democráticas un tanto distintas de las nuestras, el naufragio de un partido antes importante sólo incidiría en la conformación de la Legislatura que, por supuesto, seguiría funcionando como antes. Aquí, empero, tendrá repercusiones más profundas debido a la colonización por parte de los partidos políticos de virtualmente todas las instituciones, incluyendo las relacionadas con el Poder Judicial.
Si bien la UCR como tal ha dejado de representar más que muchos minipartidos de los tantos que están en el país, sus afiliados o personajes vinculados con ellos continúan ocupando una cantidad nada despreciable de puestos en diversas entidades que supuestamente son públicas pero que en realidad han sido reservadas para operadores políticos. De más está decir que los beneficiados por este sistema no están dispuestos a abandonar los nichos que ocupan. Por el contrario, a pesar de que conforme a las encuestas de opinión los radicales han dejado de figurar entre las opciones políticas significantes, sus jefes aún creen que les corresponden algunos lugares en la Corte Suprema y que por lo tanto tienen derecho a designar a quienes los ocupen en el caso de que más ministros acepten jubilarse: según la teoría jurídica de los jefes partidarios, la independencia del tribunal se ve garantizada por el reparto equilibrado de los lugares disponibles entre los movimientos políticos dominantes, o sea, el PJ y la UCR. Sin embargo, por el suicidio de ésta, el arreglo así supuesto ya parece haberse desactualizado.
Una razón por la cual los grandes partidos nacionales no han aprendido a evolucionar con el tiempo consiste en que han aprovechado su poder para ubicar a afiliados en una multitud de organismos burocráticos, algunos creados con el fin de ayudarlos, ya con el propósito de premiarlos por los servicios brindados, ya con la intención de convertir a las entidades conquistadas en "cajas". Esta práctica ha contribuido enormemente a institucionalizar la corrupción al privilegiar la "lealtad" por encima de la honestidad y la eficiencia, además de asegurar que radicales y peronistas, los más beneficiados por esta modalidad perversa, compartan un sinnúmero de intereses que el público raso suele desconocer. También ha incidido profundamente en su actitud hacia el Estado como tal: puesto que cada cambio, por mínimo que fuera, destinado a permitirle funcionar mejor ha de recibir el beneplácito de dos movimientos que siempre han sido decididamente reacios a ver eliminado cualquier nicho que han ocupado, todas las reformas propuestas se han visto frustradas en seguida, con el resultado de que tal y como está el Estado parece congénitamente incapaz de cumplir sus funciones mas básicas, las que, en buena lógica, no deberían incluir la de brindar a los partidos políticos una fuente inagotable de sinecuras aptas para los amigos, familiares y allegados de sus integrantes.
     
     
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