Domingo 15 de diciembre de 2002
 

¿Un destino africano?

 
  Ya son muchos los que temen que de profundizarse las tendencias actuales América del Sur podría terminar como África, un continente devastado por la pobreza extrema, enfermedades, violencia y corrupción endémica que no parece tener ninguna posibilidad auténtica de reconectarse con el mundo desarrollado. Para colmo, lo que está sucediendo en nuestro país constituye el motivo principal por el que propenden a perder confianza en la capacidad del resto del subcontinente para superar sus problemas. Aunque poseemos casi todos los recursos materiales y humanos precisos para prosperar, nos falta uno que es fundamental: el talento colectivo necesario para dotarnos de un orden político capaz de aprovechar los otros. Sin éste, cualquier sociedad no tardará en hundirse en la miseria y en el caos. Puede entenderse, pues, por qué tantos están preguntándose si la Argentina no es capaz de abrirse camino en el mundo actual, ¿cómo podrán hacerlo países como Brasil, Bolivia, Perú, Colombia y Venezuela?
A pesar de todo cuanto ha sucedido a partir de la caída del gobierno de la Alianza, nuestros dirigentes siguen haciendo gala de su preferencia por dedicarse a luchas internas que a intentar enfrentar los muchos problemas "estructurales" que mantienen al país postrado. La pelea vergonzosa entre el ministro de Economía, Roberto Lavagna, y quien era presidente del Banco Central, Aldo Pignanelli, se ha visto sucedida por otra reyerta entre el gobierno y aquellos políticos que no quieren a Alfonso Prat Gay, de modo que parecería que por las razones que fueran tendrá que pasar mucho tiempo antes de que contemos con un Banco Central "normal". Aún más graves, si cabe, son las desavenencias constantes entre el Poder Ejecutivo y distintos representantes del Judicial: corre peligro la pesificación y todo hace pensar que resultarán vanos los esfuerzos por ajustar las tarifas de los servicios públicos a las nuevas circunstancias. Tengan razón o no sobre distintos puntos determinados los partícipes de estas luchas interminables, el resultado global de sus intervenciones es la parálisis. La Argentina, es evidente, sencillamente no puede funcionar como una sociedad. Es factible que todos estos "dirigentes" sean personas tan maravillosas como ellos mismos creen, pero sería difícil negar que conforman una colectividad que se asemeja más a un "Estado fracasado" africano que a una nación moderna.
Conscientes de lo trágico que sería que América del Sur terminara hundiéndose irremediablemente en la miseria y la anarquía, muchos norteamericanos y europeos han comenzado a exigir a sus propios gobernantes que hagan algo más a fin de impedirlo, atribuyendo los desastres de los años últimos a la falta de una política coherente para América Latina de la administración encabezada por George W. Bush, la inflexibilidad del FMI y la tendencia de los grandes inversores a perder interés en las perspectivas de países como el nuestro. Tales actitudes a menudo se inspiran más en la solidaridad que en el deseo de encontrar nuevos motivos para criticar a sus propios gobiernos, pero esto no quiere decir que sean constructivas. Por el contrario, al brindar a los políticos de la Argentina y de otros países de la región más pretextos para actuar como víctimas de los errores y del egoísmo de los países ricos, contribuyen a trabar los cambios drásticos y sin duda dolorosos que con toda seguridad tendrán que concretarse para que reanudemos el progreso en un contexto internacional que continuará haciéndose más arduo por momentos. Si bien es indiscutible que los países del Primer Mundo han cometido muchos errores y que el egotismo detrás del proteccionismo comercial ha incidido de manera sumamente negativa en nuestro desarrollo, tales aportes al colapso no sólo de nuestra economía sino también a la desmoralización, en ambos sentidos de la palabra, de la clase política local no pueden considerarse motivos legítimos para limitarnos a lamentar la crueldad del destino o perder el tiempo procurando inventar razones para culpar a otros por los fracasos que son innegablemente propios. Puede que tales reacciones sirvan para que la clase dirigente sienta mayor autoestima, pero mientras tanto el país en su conjunto continuará africanizándose.
     
     
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