Lunes 9 de diciembre de 2002
 

El miedo globalizado

 
  Hace algunos días, 47 personas murieron en un incendio que destruyó una discoteca en el centro de Caracas. Fue una tragedia atroz, pero sorprendería que afectara a la economía venezolana porque se trató de un accidente. En cambio, no cabe duda de que el asesinato de tres israelíes y seis keniatas en un hotel de Mombasa repercutirá duramente en la economía de Africa oriental al asustar a los turistas extranjeros, mientras que la aviación comercial, que está en problemas desde el ataque a las torres gemelas neoyorquinas, se verá golpeada por el intento fallido de derribar un chárter israelí con misiles portátiles porque se sospecha que los autores están vinculados con Al-Qaeda, la red terrorista manejada por el multimillonario saudita Osama ben Laden.
Tanto a los "islamistas" vinculados con Al-Qaeda que sueñan con un califato fundamentalista planetario, como a otros que por los motivos que fueran quieren luchar con las armas contra "el imperialismo" y lo hacen bajo los pretextos que más les convienen, les está resultando asombrosamente fácil provocar perjuicios enormes no sólo a economías precarias que dependen de las inversiones occidentales, sino también convencer a los gobiernos de los países desarrollados de que tomen medidas antes apenas concebibles: en Estados Unidos ya se ha creado una nueva repartición, el Departamento de Seguridad Interior, que podría incidir en la vida de todos los ciudadanos de la superpotencia. Además, está abriéndose una brecha entre los musulmanes y el resto del género humano: en Estados Unidos, Europa, la India y otras partes del mundo crece el número de quienes suponen que todo musulmán es un terrorista en potencia, mientras que entre los musulmanes mismos, sobre todo los que en Europa conforman una suerte de nuevo proletariado, son cada vez más los jóvenes que se sienten en guerra contra la sociedad occidental.
Pues bien: nuestra propia historia reciente nos ha enseñado que si bien es necesario combatir el terrorismo -que es una metodología, no una causa- con todo el vigor que sea necesario, también lo es impedir que la sociedad se deje intimidar por los que están tan resueltos a destruirla que terminen compartiendo la mentalidad de sus enemigos mortales. Sin embargo, aunque a partir de los atentados del 11 de setiembre del 2001 pocos golpes han sido achacables a Al-Qaeda, los gobiernos de Estados Unidos y otros países insisten en que sigue constituyendo una organización casi omnipotente contra la cual tienen que librar una guerra de aniquilación, afirmando, en palabras que nos son tristemente familiares, que no hay que lamentar demasiado la muerte de inocentes porque, como se sabe, en tiempo de guerra siempre se producen bajas civiles. Puesto que los estadounidenses aún no lograron capturar a Ben Laden, existe la sensación de que hasta ahora sus esfuerzos han sido infructuosos a pesar de que a juzgar por los resultados concretos fueron bastante exitosos. El que no consiguieran poner fin al terrorismo en el mundo no significa que hayan fracasado: decir lo contrario equivaldría a acusar a la policía de incompetencia por no haber logrado eliminar por completo el crimen. Por desgracia, es de prever que en nuestro mundo siempre habrá por lo menos algunos terroristas como siempre habrá delincuentes.
Es positivo que los países avanzados, conscientes de su propia vulnerabilidad, hayan decidido obligar a todos los demás a tomar en serio el peligro planteado por el terrorismo, o a desistir de permitir a pandillas asesinas utilizar su territorio como base de operaciones, pero no lo es que se pusieran a exigir en sus propias jurisdicciones un grado de seguridad que podría resultar totalmente incompatible con el funcionamiento de una sociedad democrática. En parte, esta actitud se ve impulsada por los medios de comunicación occidentales, sean éstos de "derecha" o de "izquierda", que naturalmente propenden a exagerar tanto las dimensiones de la amenaza terrorista, porque vende, como la ineficacia de las autoridades de turno. También incide la voluntad difundida de ver todo en blanco y negro, simplificándolo al reducirlo a un conflicto entre las fuerzas del bien por un lado y aquellos del mal por el otro, una tentación que el presidente norteamericano George W. Bush ni siquiera ha procurado evitar.
     
     
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