Jueves 5 de diciembre de 2002
 

Feria de mezquindades

 
  Puede que en algunos países la política tenga que ver con el arte de gobernar y que con escasas excepciones los dirigentes supongan que sus adversarios, si bien están equivocados, se imaginan obrando en pro del interés de la comunidad en su conjunto. En el nuestro, empero, la política parece haber degenerado en nada más que una lucha despiadada, sin muchas reglas, por poder y dinero, entre individuos que están más que dispuestos a subordinar el bien común a sus propias ambiciones sin preocuparse en absoluto por el destino de la gente. Si no fuera así, sería imposible entender que en medio de una crisis que ya ha depauperado a millones de personas voceros oficiosos del gobierno se hayan puesto a acusar al ex presidente Carlos Menem de estar fomentando la violencia, sobre todo en el conurbano bonaerense, instigando a la Corte Suprema a declarar ilegal la base de la estrategia económica de los once meses últimos con el propósito de desencadenar el caos y procurando impedir que haya cualquier arreglo con el FMI. Por su parte, los allegados de Menem dicen creer que el actual presidente, Eduardo Duhalde, está tratando de encontrar un chivo expiatorio para minimizar sus propios aportes al estado nada satisfactorio del país.
Si sólo fuera cuestión de otro intercambio de lindezas entre dos agrupaciones notorias por la falta de escrúpulos de sus jefes, los demás podrían darse el lujo de minimizar su importancia. Sin embargo, sucede que a esta altura casi todos, incluyendo a los partidarios de los protagonistas de este conflicto que ya ha ocasionado una multitud de males, concuerdan en que tanto el uno como el otro serían plenamente capaces de actuar como dicen sus adversarios. Las dudas sobre la veracidad de los dichos del cacique piquetero Jorge Castells, según los cuales los menemistas han estado ofreciendo dinero a saqueadores en potencia para que provoquen desmanes espectaculares el 20 de este mes, el primer aniversario del golpe civil que puso fin a la gestión de Fernando de la Rúa, han tenido más que ver con la conciencia de que los enemigos de Menem no vacilarían en inventar rumores de aquella especie, que con la confianza en la voluntad del ex presidente de oponerse a operativos políticos canallescos.
Igualmente deletérea es la convicción ya difundida de que la Corte Suprema se habrá prestado a una maniobra política que, insinúan los duhaldistas, consistiría en demoler lo que aún queda de la economía para que Menem pueda abrirse camino entre las ruinas. Dicho de otro modo, muchos dan por descontado que los ministros de la Corte son personas que estarían dispuestas a causar perjuicios colosales a sus compatriotas y al país mismo no por estar sinceramente persuadidos de que la redolarización sería muy beneficiosa, además de un acto de justicia, sino por motivos egoístas. Asimismo, el que pocos hayan considerado absurda la idea impulsada por los duhaldistas de que economistas menemistas quieren que fracasen las negociaciones con el Fondo no por creer que el acuerdo anhelado nos resultaría contraproducente sino porque aspiran a debilitar todavía más al gobierno actual, hace pensar que la opinión pública ya se ha resignado a que los "dirigentes" nacionales más encumbrados actúen de forma traicionera, subordinando absolutamente todo a sus propios intereses inmediatos.
A menos que la mayoría crea en la buena fe de sus dirigentes, sean éstos integrantes del Poder Ejecutivo, candidatos a reemplazarlos, sindicalistas o jueces, la política no puede ser sino una farsa truculenta. Por cierto, es muy poco probable que algo positivo surja en el clima de cinismo exacerbado que rodea todas las actividades de las distintas fracciones del movimiento gobernante. Sin embargo, aunque en buena lógica las acusaciones y contraacusaciones que están formulando duhaldistas y menemistas deberían suponer tanto desprestigio para ambos "caudillos" para que los representantes de otros sectores logren consolidarse, las encuestas de opinión muestran que una proporción significante del electorado sigue apostando a líderes en los que no confía del todo. Mientras no se modifique esta realidad lamentable, el país continuará a la deriva y aquellos "dirigentes" que se han habituado a privilegiar sus prioridades personales seguirán tratándolo con desprecio.
     
     
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