Lunes 2 de diciembre de 2002 | ||
Intervalo apretado |
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El candidato a la presidencia de la Nación Ricardo López Murphy ha puesto el grito en el cielo para protestar contra el cronograma electoral que ha sido presentado por el presidente Eduardo Duhalde según el cual la segunda vuelta de los comicios presidenciales se celebrará apenas una semana antes del 25 de mayo, fecha en la que el triunfador debería iniciar su etapa en el poder. A juicio del ex radical, se trata de una "incoherencia" porque es absurdo pensar que "se pueden designar 800 funcionarios en una semana". Según las pautas tradicionales, López Murphy está en lo cierto: es de prever que, por los motivos que señaló, las primeras semanas de la gestión del eventual sucesor de Duhalde sean decididamente caóticas y que por mucho tiempo algunos puestos clave quedarán vacíos u ocupados por personajes sin interés en desempeñar bien sus funciones. Sin embargo, lo más absurdo no es que el presidente provisional haya apretado al máximo el calendario electoral, es que en nuestro país los aspirantes a ser elegidos presidente raramente comienzan a organizar sus gobiernos antes de verse consagrados por el electorado. Aunque la situación en otros países americanos, entre ellos Estados Unidos, es muy similar, no cabe duda de que en la Argentina el personalismo excesivo supuesto por la idea de que convenga dejar al presidente electo las manos libres para que seleccione a su antojo sus colaboradores sin sentirse comprometido por lo que habrá dicho en la campaña, ha tenido consecuencias muy poco felices, razón por la que podría ser muy positivo que los candidatos divulgaran bien antes de las elecciones, no después, los nombres de quiénes formarían parte de sus equipos. Por supuesto, la decisión de Duhalde de que la segunda vuelta que con toda seguridad resultará necesaria tenga lugar a una semana de la asunción del ganador no tuvo nada que ver con el deseo de obligarlo a probar estar bien preparado para emprender la tarea enorme que le esperará. Se debió exclusivamente a su propio deseo de conservar hasta el último minuto una cuota suficiente de poder político como para gobernar sin sentirse constreñido a aceptar la existencia de un polo de poder paralelo que tal vez no sea de su agrado. Con todo, dadas las circunstancias puede considerarse razonable su temor a que un intervalo de varios meses le ocasionara tantas dificultades que no estaría en condiciones de seguir manejando el país. La experiencia en este sentido de su aliado actual, Raúl Alfonsín, el que por haber imaginado que le sería dado continuar medio año en la Casa Rosada mientras aguardara su turno el presidente electo, el que sería Carlos Menem, le habrá resultado bastante aleccionadora. Por lo demás, el gobierno de Duhalde ya es tan débil que de surgir una alternativa convincente o por lo menos legítima caería muy pronto, de suerte que conviene que la demora sea lo más breve factible para que no se produzca otro "golpe civil" comparable con aquellos que pusieron fin a la gestión de Fernando de la Rúa y, días más tarde, Adolfo Rodríguez Saá. Aunque la actuación lamentable del Congreso estos años parece destinada a tener el efecto perverso de fortalecer las tendencias presidencialistas, es decir, caudillescas, que ya son exageradas en el país al hacer pensar que sería ridículo permitir que aumentara la influencia de diputados y senadores al parecer congénitamente irresponsables, la reducción del intervalo habitualmente prolongado entre la celebración de las elecciones y el inicio del período del triunfador podría contribuir a contrarrestarlas. Sería muy bueno que a la luz de lo poco impresionantes que son casi todos los candidatos o precandidatos que se han presentado el país se acostumbrara a la idea de que le toque elegir un gobierno, no sólo a un individuo que acaso sea el menos malo de los dispuestos a ofrecerle sus servicios. Asimismo, de verse forzados los aspirantes a aparecer en el curso de la campaña flanqueados por los futuros ministros, secretarios y subsecretarios, sería menos probable que el país cayera víctima de otra estafa protagonizada por candidatos cuyas promesas electorales no tengan ninguna relación con sus intenciones reales, o que resultaran ser tan vagas que no habría forma concebible de instrumentarlas. |
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