Sábado 21 de diciembre de 2002

 

El despertar de la ganadería en el Valle Medio

 

Historias bajo cero

  Es poco recordado que el departamento Avellaneda, uno de los más importantes en el rubro ganadero dentro de nuestra provincia, nació como una zona exclusivamente ovina. Más tarde, una convergencia de distintos factores llevó al reemplazo del lanar por los actuales vacunos y con ello a la transformación de hábitos y costumbres que sólo han perdurado en la memoria de los más ancianos o en escasas fotografías que testimonian aquellos días pioneros.
Podría considerarse la llegada del ferrocarril a la zona como el punto de partida para el desarrollo ganadero de la misma. Hasta entonces y desde la denominada Campaña al Desierto los campos parecían haber continuado con su natural condición de siglos; la planicie era por entonces apenas recorrida por la milenaria rastrillada que unía los dos grandes ríos norpatagónicos, aquella de la que poco se apartaron más tarde los rieles. Una travesía que hasta la llegada del ferrocarril ocupaba varias horas de marcha y sin más agua que la de algunas lagunas temporarias.
Desde la ocupación militar, los dueños de aquellas tierras marcaban su desilusión con aquel descuido de casi veinte años; "han comprado sin tener el más remoto conocimiento de ellos, víctimas del mirage producido por las aguas del río Negro", diría el agrimensor Meyrelles allá por 1899, cuando recorriendo la zona se sorprendía por no encontrar, según sus propias palabras, "ni un miserable rancho".
Mientras el Valle, y en él principalmente la Isla Grande, buscaba penosamente un destino agrícola, la ganadería se afirmó en la planicie durante la primera década del siglo. Los avances en las técnicas frigoríficas y el consecuente reemplazo del lincoln por merinos en los campos bonaerenses desplazaron hacia estos territorios marginales a esta última raza, productora de lanas por excelencia. Así, los referidos desiertos vistos por el agrimensor Meyrelles en 1899 albergaron para 1908, tan sólo diez años más tarde, la nada despreciable cifra de casi 260.000 cabezas de ovinos.
El ferrocarril que alcanzó Choele Choel en 1898 agilizó este proceso. Con la inmigración rápidamente se ocuparon estos campos hasta entonces deshabitados y entre estos primeros pobladores -como medianeros, habilitados o peones- se destacó un buen número de inmigrantes, particularmente vascos. Muchos de aquellos apellidos pioneros aún continúan ligados al quehacer ganadero regional.
De aquel lejano tiempo, tanto sobre las costas como en la planicie, datan también muchas de las estancias más o menos importantes que han caracterizado al Valle Medio: Negro Muerto, La Julia, La Sara, La Manuela, La Fortuna por tan sólo citar algunas al azar. Hay otras, hoy casi incomprensiblemente olvidadas en su labor pionera, como Los Sauces de Colonia Josefa, cuyos ejemplares reproductores alcanzaron en los años "20 destacados primeros premios en Palermo, Rosario y aun fuera del país como en las ferias de Río de Janeiro. Aquellos pioneros de principios del siglo XX, y no siempre como propietarios, fueron quienes alambraron los campos, cavaron los jagüeles y construyeron toda la infraestructura necesaria. Precarias huellas fueron uniendo cada establecimiento a la estación más próxima, con lo que éstas se convirtieron, así, casi exclusivamente en punto de entrada y de salida de su amplia zona; allí junto a la estación y sus dependencias no estaba ausente el boliche de campo.
La estación de Benjamín Zorrilla y el vecino almacén de ramos generales de Alvarez & Pérez -más tarde de la familia Cassayous-Dötzel- fue uno de aquellos puntos de encuentro, hacia ella convergían las huellas de una amplia región ganadera. Hoy marginada por el cambio de traza de la ruta 22 y posteriormente abandonada por el ferrocarril, es apenas una simple referencia cartográfica marcada por escombros y envuelta por un particular silencio en el que parece escucharse el ajetreo de antaño.
Pocos kilómetros más adelante y en idénticas condiciones se encuentra la estación Choele Choel, otro de aquellos puntos de contacto con el mundo. Aunque apartada del pueblo mismo, por su situación esta estación hacía sentir su influencia a lugares tan alejados como Negro Muerto, Colonia Josefa o incluso Valcheta, cuando ésta aún no era alcanzada por el ferrocarril. Hacia ella convergía no sólo la producción de lana, sino que se sumaba la de semilla de alfalfa, muy común por entonces en los campos ribereños.
El despertar económico de la zona trajo aparejada una necesidad de transporte hacia aquellos puntos de concentración y dispersión de mercancías. Ello dio lugar a que se organizaran en nuestro ámbito distintas tropas de carros para acercar a las estaciones los frutos de la amplia zona.
A modo de ejemplo, en 1908 se organizaron dos estancias características de nuestro medio, como lo son Castre-Negro Muerto, por entonces de la familia Galli, y La Julia, de la familia Gabers; en ambos casos aprovechando su condición ribereña, la producción se orientó a la semilla y el resto del campo a la producción de lana. Atraído por esta necesidad de transporte llegaron a Choele Choel don Tomás Boland y su tropa de carros, allá por 1910.
Por entonces las huellas seguían siendo tan difíciles como antaño, dado que en lo posible poco se apartaban del río, y a las subidas y bajadas se agregaban zanjones y arenales causados por las lluvias y vientos.
Por otra parte un viaje a la margen sur suponía, además, la dificultad de cruzar el río, no una, sino dos veces, dado que se interponía la isla a la que se debía cruzar por la huella diagonal que unía los entonces Paso Palacios y Paso Tello, frente a Choele Choel, con el Paso Peñalva, hoy Pomona, primitivos vados y después puntos de balseo hasta casi los años "50, en que se construyeron los actuales puentes.
Otra dificultad que se agregaba en la isla era el sistema de algunas centrales que fue salvado con el hoy casi olvidado Puente Molina, construido por iniciativa de los dueños de la estancia Santa Genoveva y que a 100 años se mantiene en pie a la vera del actual camino vecinal, que no es otro que el antiguo "Camino del Puerto", como lo denomina en su mensura de la isla el ingeniero Eliseo Schieroni a principios del siglo pasado.
Recordaba don Perico Boland -quien siendo niño llegó a hacer algunas salidas en la tropa de su padre- que un viaje a Negro Muerto por la margen norte insumía casi una semana ida y vuelta. La vieja huella unía distintos puntos con nombres hoy perdidos como Estancia Chica, Barranca Alta, Tres Sauces, Bajo de Juárez o Lote 14, por sólo citar algunos. El viaje era aprovechado en los dos sentidos, dado que se llevaban comestibles e insumos y se retornaba con cueros, lana y semilla. Casi 5.000 kilos en cada carro.
La de don Tomás Boland no fue la única tropa de la zona de Choele Choel, había otra: la de Uzcudum por lo que hoy es Luis Beltrán (por entonces Villa Galense), la de Relinqueo por Paso Peñalva (hoy Pomona), los hermanos Berthe por Lamarque. Todos se destacaron en el duro oficio de carreros y que con más o menos vehículos "guapearon por estas sendas".
No faltaban sus puntos de encuentro, ya sea a la espera de la balsa o en la playa de la estación, como cita don Guillermo Yriarte en uno de sus libros, y en los cuales no faltaban bromas y desafíos de fuerza, entre otros, como el que relata producido en la referida estación de Choele Choel.
En don Perico Boland estaban vivos recuerdos de aquel viejo Choele Choel: el de los carreros de su padre, de sus historias de la huella, de sus reuniones en el boliche de Patricio Cañón, en las desaparecidas herrerías de Dubocks, de Herder o especialmente en la de Cifré, en donde se reunían en lo que hoy es centro de Choele Choel alrededor de grandes fogatas para enllantar las ruedas o para ajustar los carros en general como paso previo a cada temporada.
Personajes de un Choele Choel casi olvidado que ya no existe y que hoy nos parece muy lejano. Con ellos se fueron frases, vivencias y muchos recuerdos que apenas se insinúan en alguno que otro carro rescatado del olvido para engalanar una plaza o para adorno de algún parque.
Para finales de los años "20 los camiones hicieron su aparición y si bien en un primer momento su carga parecía insignificante, con su novedosa agilidad se impusieron en la huella y sellaron de esa manera la suerte de aquellos grandes carromatos.
Para los años "30 dejaron de escucharse en nuestra zona los reclamos por una estación más próxima o por un ramal a la isla; por el contrario, los reclamos de la comunidad y preocupación del gobierno fueron a partir de entonces por nuevas rutas y nuevos puentes. La base de la actual red vial vallemediense tiene su origen en esos tiempos. Poco a poco las huellas dieron lugar a los caminos que más tarde fueron asfaltados y las balsas resignaron su función ante los nuevos puentes, para entonces también el ferrocarril cedió un importante espacio al automotor. Las actividades agrícolo-ganaderas de la región también sufrieron transformaciones, pero ésta es ya otra historia.

Omar Norberto Cricco
   
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