Miércoles 18 de diciembre de 2002
 

Cada casa es un cuadro

 

Marino Santamaría le puso color a Barracas, dejó de lado el caballete y comparte su arte con los vecinos de su barrio.

 
Marino Santamaría frente a su obra de El Abasto.
Con una variedad de proyectos notable, el plástico Marino Santamaría (un asiduo visitante de Río Negro, donde expuso en General Roca, y tiene proyectos en Viedma), parece querer transformar la imagen de calles, barrios y lugares. Casas pintadas en abstracto, partituras musicales en los muros, estandartes en calles y edificios, ocupan su paleta. Después de 7 años como rector de la Prylidiano Pueyrredón , el pintor parece haber cobrado nuevos impulsos. Más allá del caballete su idea es que: "la situación de la plástica en forma masiva puede llegar a legitimarla como popular".
-¿Cuál es el nudo de estas realizaciones?
- Llegó un momento en que sentí un agotamiento con respecto a esta obra intimista hecha en soledad, el nuevo impulso nació en Barracas, como yo, cuando se me ocurrió hacer una intervención en la misma calle (Lanín ) de mi hogar. Previamente había pensado hacer algunas proyecciones en Buenos y en colectivos , pero cambiaron su formato y Jorge Orta produjo acciones similares en Venecia, y hubo algo así en Valencia. Cuando renuncié al rectorado en la Prylidiano, donde consolidé muchos proyectos, traté de que no me tome el síndrome de la desocupación y pensé que era mi tiempo de pintar, aunque había participado de muestras y expuesto en museos, la idea era ir hacia fuera, lejos del aislamiento que supone el caballete.
-¿En ese caso la tela se cambió por las paredes de las casas de Barracas?
-Con una previa propuesta a Jorge Glusberg que no llevamos a cabo en Retiro, decidí hacerlo en las paredes de mi barrio. Supuse que en un suburbio el contraste iba a tener mucha más potencia. Así se transformó en un lugar convocante, todo a partir de una carpeta armada con bocetos, unas mil fotos de las casas como estaban, fotomontajes (mis obras sobre las paredes), cuidé el nudo arquitectónico, en su mayoría son taperas y casas de principios de siglo, y diseñé así 36 casas a través de mi pintura. Presenté todo en la Legislatura con auspicios como la Unesco, OEA. Secretaría de Cultura y el apoyo de Alba.
Cada vecino empezó a pedir que le pinte la casa, y hasta se cambiaron veredas con adoquines originales. Con poco más de 20 ayudantes en dos años resultaron tres cuadras pintadas, además del paredón del ferrocarril con una instalación llamada "Huellas del aire", que son 24 fotos de cielo con tres espejos tomándolo en un contrapunto entre lo ilusorio y lo real.
-¿Fue un acontecimiento socio- cultural?
-Era una alegoría al aire puro (y color) en una zona de fábricas, todo eso produjo un gran cambio social en una zona donde la gente vive al fondo de las casas (mayormente en la cocinas) y motivó que abra sus puertas y se visiten. Cambió la identificación también, el número por el color. Los medios le dieron mucho espacio y la gente compartió comidas en la calle como antaño.Empezaron a sentir que existían. Y eso que lo motivos pintados eran abstractos, algo que se discutía en los años 70 en cuanto a función social, lo que no conduce a nada, sino que traba las posibilidades creativas. Aquí quedó demostrada la función social de lo abstracto, antes que nada está el detonante del color, sin prejuicios. No hubo nada melancólico, fue un quiebre que no molestó a nadie, una renovación.

Julio Pagani

   
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