Sábado 7 de diciembre de 2002

 

El último tren

 
 

ra un agradable y tibio anochecer otoñal, en marzo de 1991. No registro datos precisos en cuanto a la fecha, pero sí en cuanto a las circunstancias de tiempo y lugar. Estábamos sentados con un amigo en la acera del bar Bristol, conversando y sorbiendo alguna infusión. De pronto, un rumor familiar se esparció en las cercanías porque un tren se aproximaba al paso a nivel de la avenida Roca, y enseguida apareció ante nuestra vista y se detuvo en el andén de la estación local.
En ese preciso momento me ubiqué con respecto a un evento histórico -tristemente histórico- que se estaba produciendo: era el último tren de pasajeros procedente de Buenos Aires que llegaba a la región desde la estación Plaza Constitución. A partir de ese día, el antiguo Ferrocarril Nacional General Roca, ex Ferrocarril del Sud, privatizado y adquirido por la señora Amalia Lacroze de Fortabat, terminaba el histórico recorrido cuya inauguración se anunciaba el 31 de mayo de 1899 en la estación del antiguo General Roca.
Como todos saben, la llegada de la línea del Ferrocarril del Sud a nuestra zona coincidió con el desbordamiento del cauce del río Negro, que terminó invadiendo las vías e impidiendo el acceso del convoy que trasladaba al presidente de la República y sus acompañantes para asistir a la proyectada fiesta. El 19 de julio siguiente se consumaría el final de la furia hídrica, que destruyó el Fuerte General Roca y otras poblaciones ribereñas, incluyendo a Viedma, capital del entonces Territorio de Río Negro.
Podemos decir en consecuencia que aquel anochecer de marzo de 1991, que recordamos al comienzo, estaba cerrando penosamente un ciclo de impetuoso desarrollo poblacional y colonizador que, a partir de 1899, tuvo en el ferrocarril y el riego fiscal, sumados al esfuerzo de los inmigrantes, los basamentos del espectador despegue del Alto Valle del Río Negro y Neuquén.

El ferrocarril y su historia

Cuando en 1947 el presidente Perón nacionalizó los ferrocarriles que pertenecían a empresas privadas, mayoritariamente británicas, una frase ganó la calle: "Ahora son nuestros". Pero en la década del "90 el Estado se desprendió de ellos y muchas líneas desaparecieron en un país como el nuestro, en el que la geografía y la economía los seguían y continúan necesitando.
Después de la inundación de 1899 nuestra ciudad, General Roca, se reconstruyó en su actual asentamiento, unos tres kilómetros hacia el NO. Durante más de treinta años, la estación ferroviaria continuó siendo la situada en jurisdicción del primitivo pueblo; se llamó en principio "Río Negro", más tarde "Los Perales" y después "Padre Alejandro Stefenelli". Los que llegaban y los que salían de la estación tenían que viajar en vehículos de alquiler que partían de la esquina de las calles Tucumán e Italia, donde funcionaba el hotel Toscano. El antiguo vecino Guillermo Albretch, conducía un "coche de plaza", con caballos, que llevaba y traía pasajeros.
Durante la gestión municipal de Edmundo Gelonch (1927-1933), culminó la campaña pública que reclamaba la habilitación de una estación céntrica en General Roca. Fue inaugurada finalmente el 20 de setiembre de 1931 y, durante muchos años, el paso de los trenes de pasajeros se convirtió en un paseo tradicional.
Pero hubo, desde 1916 hasta 1931, una variante que adquirió un típico color pueblerino: la "parada del trencito". Ocurre que funcionaba entonces un servicio "local", un tren reducido que recorría diariamente las estaciones entre Neuquén y Chichinales. En Roca, se subía o bajaba del "trencito" en el paso a nivel de la calle Chacabuco (ahora Sarmiento). Tanta popularidad adquirió el lugar, que el restorán instalado en las inmediaciones de la actual calle Sarmiento (donde está instalada ahora la empresa Cable Visión del Comahue) recibió el nombre de "La Parada del Trencito".
En todo esto meditaba aquel anochecer de marzo de 1991, cuando el último tren de la histórica línea inaugurada en 1899 por el presidente Roca arribaba penosamente a nuestra querida estación del km 1.150.
Terminó desde entonces aquel trajín de los pasajeros y los empleados postales que acercaban la correspondencia y las encomiendas desde la oficina de Correos (que funcionaba próxima a la esquina de Sarmiento y 9 de Julio) hasta el acceso a la estación por la calle España.
"Río Negro", entonces semanario, aparecía los jueves. El periódico, impreso en una antigua plana, era tirado por la tarde. Los ejemplares destinados a suscriptores de la línea a Neuquén y Zapala, eran llevados presurosamente a la cercana oficina postal, que los trasladaba a la estación para que alcanzaran el "trencito" que partía hacia Neuquén. No pocas veces vimos a don Fernando Rajneri detener a los carteros que corrían hacia la estación, al pasar frente al edificio del periódico, para entregarles los últimos ejemplares de esa edición.
Ahora ya han sido olvidadas estas penurias, pero sufrimos otras de mayor gravedad: la desaparición de los trenes de pasajeros, que ofrecían un servicio eficiente y barato, en un área muy extensa de nuestra geografía. Si bien otros transportes reemplazan a aquellos vagones y locomotoras que conocimos de niños, nunca podrán devolver al país la sólida dinámica de ese trepidar civilizador que acompañó la transformación de nuestra Patagonia.
La imagen del tren ha quedado estereotipada en las vías que atraviesan nuestras ciudades y parajes, y el paso de algunas formaciones de carga que transportan combustibles o minerales reaviva el recuerdo de los andenes poblados de pasajeros. En un país desquiciado en sus estructuras tradicionales, con dolorosos vacíos en la continuidad de sus servicios, con correos y teléfonos interferidos por empresarios ajenos al interés nacional y desentendidos del respeto al público que los financia, la desaparición de los trenes ha inferido un agravio a la imagen argentina como país organizado y responsable.
Ha pasado más de una década ya desde aquel arribo silencioso del último tren que vimos llegar a nuestra estación, cuyo letrero que atraviesa el andén se muestra decadente con la pérdida de algunas letras que desfiguran la grafía del histórico nombre que honra a los civiles y militares que lo fundaron con esperanza y sacrificio.

Pablo Fermín Oreja

   
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