Domingo 24 de noviembre de 2002
 

Buzones: pocos creen, pero que los hay, los hay

 

Fabricados a principios de siglo, siguen inmutables aferrados a las paredes.

  El buzón recibía nuestras esperanzas y en el cartero depositábamos nuestras expectativas.
Las décadas pasaron y los correos, couriers y mensajerías se multiplicaron. Con la telefonía celular y los e-mails desaparecieron los buzones y los carteros.
Pero... ¿desaparecieron los buzones y los carteros? Bueno, los carteros todo lo contrario, se multiplicaron, hay uno por cada impuesto o empresa de correo. Se mimetizaron en la cantidad que es una manera de despersonalizarse, de desaparecer del cartero "de cabecera".
¿Y los clásicos buzones? Seguro que usted cree que ya no existen.
Hasta pasada la mitad del siglo XX el correo fue el principal canal de comunicación entre las personas cuando el teléfono todavía era un artículo de lujo.Casi todo era posible hacerlo por correspondencia. Recibir mercaderías, estudiar y hasta casarse por poder. El principio de una intrincada red mundial de etapas postales era el buzón que en muchos casos estaba en la esquina.
Y quizás es ése que está cerca de su casa y usted no lo sabe. Es más, todavía funciona.
Se fabricaron a principios de 1900 y en 1957 pensaron en reemplazarlos por otros más modernos, que nunca llegaron. En Roca hay tres buzones de amurar que sobrevivieron como seguramente otros tantos en la región.
Las nuevas estrategias de marketing del correo los opacaron. La novedad fue poner pequeñas estafetas postales en quioscos y locutorios.
¿Quién compra estampillas para mandar cartas hoy en día y cuántos las echarán en esos viejos buzones? Muy pocos. Seguramente lo hicieron desde siempre y siguen creyendo en ellos a pesar de su aspecto tan poco "moderno". Pero no se sienten defraudados, las cartas llegan.
El correo existía desde 1769 pero fue la primera estampilla argentina de la provincia de corrientes en 1856, la que dio origen a la necesidad y posibilidad de los buzones. Primero fueron importados de Europa y después se fabricaron en el país. Comenzaron a poblar Buenos Aires y se multiplicaron en comercios y esquinas de todo el país. Sobre todo los colorados de "sombrerito".
Desde aquel entonces y a fuerza de perseverar con su estoico cuerpo de hierro fundido en la esquina del barrio, se transformó en un ícono de la época. Lo visitaban desde el chico que se ponía en puntas de pie para enviarle la carta a los reyes magos, la costurerita que insistía con un amor imposible, hasta el guapo que por las noches apoyaba su inclinada humanidad, marcando con un punto incandescente la esquina en penumbra.
Los descubrimos caminando la ciudad, espiándola.
Parecían antiguos organismos enquistados en los muros. Abulonados. Habían quedado tan agarrados a la pared como al tiempo. Alborozados como quien descubre un fósil, fantaseábamos con una vieja carta que en su interior no había llegado a destino.
Pero averiguando nos enteramos que todavía estaban en funcionamiento y entonces nuestro entusiasmo mutó. Fue como haber encontrado vivo al Celacanto, aquel pez que se creía ya fósil.
Los buzones centenarios también viven y gozan de buena salud. El Correo Argentino los recorre puntualmente todos los días y cada tanto recoge algunas cartas.
En nuestro vapuleado país existe algo que sigue funcionando ininterrumpidamente desde principios del siglo XX y es esa cajita de hierro agarrada a una pared en su cuadra. No es poca cosa, es casi un milagro.

Horacio Licera

   
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