Sábado 23 de noviembre de 2002
 

Kafka

 

Por Jorge Gadano

  Los mejicanos son conocidos popularmente por el sombrero charro, los mariachis y las balaceras. No, en cambio, por su capacidad para el humor más fino y, a la vez, penetrante y crítico. Por ejemplo, ironizan sobre las inagotables posibilidades del Estado de dar empleo a quienes trabajan para el partido oficial diciendo que (se podría aplicar a estas provincias) "vivir fuera del presupuesto es vivir en el error".
A los sociólogos los llaman "ociólogos", y para describir la magnitud de la burocracia estatal mejicana y de las complicaciones de cualquier trámite en una oficina pública dicen que "si Kafka hubiera vivido en México habría sido un escritor costumbrista".
Lo sería igualmente si hubiera dedicado su literatura a las negociaciones, actuales y anteriores, entre los funcionarios que, unos tras otros, ocupan los despachos del Ministerio de Economía de la Nación, y los del Fondo Monetario Internacional, siempre renovados también. Porque desde tiempos casi inmemoriales viene siendo una costumbre que la Argentina prometa lo que no va a cumplir, y el Fondo acepte a sabiendas de que no lo cumplirá. Luego, cuando el incumplimiento se produce, otorga un "waiver" (perdón), que sirve de punto de partida para una nueva negociación. Y vuelta a las andadas.
Así era hasta que el gobernador de San Luis, convertido de pronto por esas cosas que pasan en la Argentina (y que podrían haber convertido a Kafka en un escritor de humor negro) en presidente hebdomadario de la República, hizo la fiesta del default. Para los acreedores de la Argentina -entre los que figuran los plomeros y carpinteros norteamericanos tan dignamente representados por el secretario del Tesoro de los Estados Unidos- la celebración debe haber sido la mayor agresión sádica que hayan tenido que soportar en su vida. Hay que ponerse en la piel de un acreedor cuyo deudor le dice "no te voy a pagar" en medio de risas y aplausos.
Así nació, para millones de personas que sabían muy poco de él o que no sabían nada, "el Adolfo", convertido en precandidato a la presidencia de la República ya no por una semana sino por cuatro años. Y junto con él vino a nuestro pequeño mundo sureño Anne Krueger, la madrastra del FMI.
Desde entonces hasta ahora llevamos diez meses de negociaciones en pos de un arreglo que unas veces se acerca y otras se aleja. De lo que se trata, hasta donde este columnista de modestos conocimientos en materia económica puede entender, es de que el FMI diga sí para que la Argentina pueda iniciar una peregrinación en el mundo financiero que, vaya uno a saber cuándo, la haga nuevamente confiable. Naturalmente, lo primero que tendrá que hacer es negociar con los carpinteros y los plomeros.
Pero por más que el gobierno argentino dice que sí, el Fondo dice que no. Haciendo una metáfora futbolística a la que son tan aficionados muchos políticos y no pocos periodistas, Eduardo Duhalde dijo que el Fondo "nos corre el arco".
En general, lo que los funcionarios fondomonetaristas han reclamado siempre es el cumplimiento de reglas que la Argentina aceptó cuando adhirió al FMI, en 1955. Eso se traduce en ajustes. Antes del jubileo de Rodríguez Saá, los incumplimientos originaban una renegociación y nuevos acuerdos dentro de plazos razonables. Pero con el default se produjo un cambio cualitativo, una "crisis de confianza". Porque el gobierno de Duhalde puede prometer el oro y el moro, pero no le creen.
En realidad, aunque por motivos distintos, hay millones de argentinos que tampoco confían, ni en el gobierno nacional, ni en el de sus provincias. Sin embargo, nuestros negociadores parecen creer que si los gobernadores ponen su firma en el compromiso está todo resuelto. Así ocurrió en abril pasado, pero las diferencias continuaron arrastrándose penosamente hasta que, el domingo y lunes pasados, una nueva reunión de gobernadores volvió a firmar. Falta que el Congreso otorgue su aval -un trámite que, dicho sea de paso, está tropezando con algunas dificultades- para que todo se resuelva.
¿Es así? Uno no puede menos que preguntarse por qué la palabra de los gobernadores debe ser más creíble que la de Duhalde. Si no cumplieron con los 14 puntos firmados en abril, ¿por qué se debe confiar en que cumplirán con los doce que firmaron ahora?
Naturalmente, si seguimos hacia abajo habría que ofrecer al Fondo la firma de los intendentes, lo que tampoco bastaría, porque con sólo ver estampada en el documento la firma de Luis Castillo los funcionarios de la entidad monetaria huirían espantados.
La conclusión, ciertamente desoladora, es que ni siquiera alcanzaría con que todos los argentinos firmáramos. Tal cual está, el Estado argentino no es confiable. Ni para el FMI, ni para los bancos, ni para los estados extranjeros, ni -y aquí está el meollo de la cuestión- para los mismos argentinos. De modo que habría que empezar por casa: reconstruir el Estado, el sistema político, y después ver. Con alguna urgencia, porque la Argentina se rehace o se deshace.
     
     
Tapa || Economía | Políticas | Regionales | Sociedad | Deportes | Cultura || Todos los títulos | Breves ||
Ediciones anteriores | Editorial | Artículos | Cartas de lectores || El tiempo | Clasificados | Turismo | Mapa del sitio
Escríbanos || Patagonia Jurásica | Cocina | Guía del ocio | Informática | El Económico | Educación