Miércoles 20 de noviembre de 2002
 

No olvidemos la educación

 

Por Mario Teijeiro (*)

  El estado (calamitoso) de la educación pública es al mismo tiempo causa y reflejo de nuestra decadencia. No ha sido capaz de igualar oportunidades, contribuyendo a la marginación y empobrecimiento de vastos sectores sociales. Pero la decadencia cultural a la que ha contribuido ahora retorna como un bumerán, ya que las limitaciones socioculturales harán cada vez más difícil rescatar la marginalidad. Las preguntas relevantes son varias: ¿qué es lo que produjo esta debacle educativa?, ¿puede la escuela ayudar a revertir las desigualdades?, ¿qué tipo de transformación educativa es necesaria para alcanzar ese objetivo?
La corporación educativa culpa a la sociedad misma por el deterioro educativo: la culpa sería principalmente de los padres, porque no valoran apropiadamente la función de la educación y de los docentes. Esa desvalorización de la educación es lo que en última instancia habría permitido que los políticos pongan el presupuesto educativo en una lista de baja prioridad, lo que ha producido el deterioro del salario y la desvalorización social del docente. También culpan a los padres por no incentivar a los hijos a tomar la tarea educativa con responsabilidad. Culpan a los medios por transmitir valores negativos y hacer aún más difícil la tarea docente. Culpan al "modelo", por aumentar la pobreza y empeorar las condiciones para que los chicos aprendan. Por supuesto, nadie puede negar la importancia de estos factores negativos. Lo que no puede aceptarse es que esos argumentos sirvan como excusa para que la escuela no cumpla con su función de enseñar y se limite a un rol de "guardería". La paradoja es que cuando más hostil es el medio sociocultural, mayor es la responsabilidad compensadora que tiene la escuela.
Los gremios por su parte han reducido el debate educativo a una cuestión de reivindicaciones sociales de los "trabajadores de la educación". Que los chicos aprendan historia o matemáticas, no tiene importancia. Como ha declarado Marta Maffei, lo importante es que los chicos aprendan del ejemplo de lucha de sus maestros por las reivindicaciones sociales. Que estudien y se preparen para competir y comportarse como ciudadanos responsables, sería una mera pretensión capitalista, para tener mano de obra calificada que aumente sus beneficios. Transmiten la idea de que el futuro personal no depende del esfuerzo y la responsabilidad individual, sino de la protesta social. La falta de disciplina y de actitud ante el esfuerzo que se observa hoy en las aulas es un indicador de que están logrando ampliamente su objetivo. Estamos deseducando e hipotecando el futuro de generaciones enteras.

Las responsabilidades compartidas

Es absolutamente cierto que el deterioro del salario docente es muy importante. Con los salarios actuales es imposible atraer a la docencia a jóvenes con vocación y potencial, lo que haría infructuosa cualquier política de mejoramiento de la docencia. También es cierto que con mayor apoyo de la familia la tarea educativa se facilitaría. Si removiéramos el comportamiento perverso de los medios de comunicación, colaboraríamos en evitar la implosión cultural que estamos viendo y facilitaríamos la tarea escolar como transmisora de valores positivos. Si mejoráramos la situación económica y el empleo, contribuiríamos a que los chicos lleguen al colegio en mejores condiciones de aprender. Pero aceptado todo esto, no pueden soslayarse los vicios estructurales del sistema educativo que le impiden a la escuela (aun con condiciones externas óptimas) proveer una educación de calidad.

La importancia del Estatuto
del Docente

El problema educativo emblemático es el Estatuto del Docente, que "protege" por igual a maestros meritorios, maestros mediocres y ñoquis. Los problemas del Estatuto incluyen cláusulas abusivas que fomentan la desidia y la irresponsabilidad laboral. Iguala remuneraciones en función de la antigüedad, en lugar de diferenciarlas en función del mérito y el esfuerzo del docente. Pero lo que es más grave y decisivo, impide despedir a maestros irresponsables y mediocres y su reemplazo por quienes estén en mejores condiciones de enseñar. Hoy el Estatuto del Docente es un obstáculo insalvable para mejorar la docencia y por lo tanto la calidad educativa.
¿Cómo es posible que una "conquista" como el Estatuto del Docente se haya convertido en un impedimento gravísimo para mejorar la educación? La sanción del Estatuto en 1958 fue motivada por las mejores intenciones. Desde principios del siglo XX, la profesión docente congregaba profesionales con prestigio social, bien remunerados y con el mejor capital cultural disponible. A eso se había llegado luego de décadas de privilegiar la educación como una política de Estado. La llegada del populismo (con su eslogan "alpargatas sí, libros no") fue el primer golpe al sistema meritocrático. La estabilidad docente y los nombramientos se "politizaron". La adhesión al partido empezó a ser causal de despido y de nombramientos "por acomodo". En este contexto, el Estatuto del Docente sancionado durante el gobierno del Dr. Frondizi fue una conquista de una profesión de clase media frente a los avances del populismo. Su justificación era la protección de la excelencia educativa.
Pero las buenas intenciones no alcanzaron. El Estatuto sirvió para defender la estabilidad de maestros amenazados por la politización, pero sólo evitó que el deterioro docente fuera más acelerado. Nada pudo impedir que el populismo se manifestara plenamente a través del nombramiento de burócratas y maestros con pocos méritos, por el solo hecho de tener punteros que los bancaran. Los "ñoquis" se multiplicaron y los presupuestos se achicaron, esto último por la falta de prioridad que el estatismo populista le dio a la educación. Como consecuencia, los sueldos de los maestros se hicieron trizas.
Ya no fue posible renovar el plantel docente con jóvenes con un capital cultural adecuado. Para ellos la profesión perdió atractivo económico y status social. La fuente de reclutamiento de nuevos maestros cambió a sectores sociales con menor "capital social". Así los señores maestros y profesores fueron reemplazados por "trabajadores de la educación". El error original fue intentar compensar un problema gravísimo (la injerencia de la política populista en la educación) con un instrumento inadecuado que introdujo nuevas perversiones. La paradoja es que lo que intentó ser un instrumento para proteger a los buenos docentes de las arbitrariedades de la política, se ha convertido ahora en un instrumento que le da estabilidad a los "ñoquis" y a los maestros mediocres.
Si hay un sector donde no puede hacerse política social con el empleo, ése es el sector educativo. El interés de un maestro mediocre nunca puede anteponerse al futuro de los 25 alumnos de su clase. En la docencia el único criterio aceptable es el darwiniano: deben permanecer sólo los mejores. Jamás habrá igualdad de oportunidades si la educación de los sectores más carenciados no queda a cargo de maestros tan capacitados como los de escuelas que atienden a sectores medios y altos.

La reforma requiere mucho más

La eliminación de la estabilidad laboral y de otros excesos del Estatuto del Docente son una condición necesaria pero no suficiente para revertir la decadencia educativa (vale insistir en la necesidad de mejorar sustancialmente las remuneraciones docentes de maestros al frente de grado). Pero de nada valdría eliminar la estabilidad del docente si las decisiones de personal continuaran en manos de burocracias estatales. Si así lo fuera, la estabilidad legal sería meramente reemplazada por una estabilidad de hecho, garantizada por la presión de burócratas y gremialistas activistas. Es por eso que la eliminación de la estabilidad laboral debe ser complementada por una descentralización total de las decisiones del personal docente a nivel de escuelas autónomas, a las que se les debería otorgar capacidad plena para resolver todos los aspectos remunerativos, de nombramiento y despido de personal (entre otras capacidades administrativas y académicas).
Una educación pública de calidad es la única esperanza para mejorar el nivel y reducir la desigualdad de ingresos en el mediano plazo. El deterioro al que hemos llegado es tal, que necesitamos una nueva epopeya "sarmientina". Pero para poder hacerla, el primer obstáculo es político, ya que primero es necesario independizar la educación de la política, de la burocracia educativa y de los gremios. Solamente así podemos aspirar a una educación de calidad al servicio de los padres y que cumpla medianamente con un objetivo de igualdad de oportunidades.

(*) Presidente del Centro de
Estudios Públicos
     
     
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