Viernes 15 de noviembre de 2002
 

El capitalismo rojo

 

Por Aleardo F. Laría

  Toda forma legítima de ganancia, sea por el trabajo o no, debe ser protegida". Con esta frase el presidente Jiang Zemin introducía el principio básico de todo capitalismo, la defensa del beneficio, en el peculiar "socialismo de mercado" chino. Por la llamada teoría de las Tres Representaciones, aprobada en su reciente Congreso, se asume que el Partido Comunista Chino ha dejado de ser el partido exclusivo de los obreros y los campesinos y representa, a la vez, a las fuerzas productivas avanzadas, a las fuerzas de la cultura y a los intereses de un amplísimo sector de la población. Las "fuerzas productivas avanzadas" están conformadas por empresarios, financieros, intelectuales, técnicos, profesionales independientes y autoempleados, es decir el sector capitalista de la economía. "Es impropio -continuaba diciendo Zemin- juzgar si la gente es progresista o reaccionaria políticamente tomando en cuenta sólo si tiene propiedades o cuántas propiedades tiene".
Si China ha abrazado definitivamente el capitalismo, o todavía mantiene un perfil de socialismo con mercado, es prematuro decirlo. Lo único cierto es el espectacular crecimiento de la economía china que ha triplicado su Producto Interior Bruto en estos últimos 13 años, situando al país en el séptimo puesto de la clasificación mundial. El crecimiento de China ha rondado el 9,3% anual entre 1990 y 2001 y la actual desaceleración mundial no le ha impedido crecer al 7% anual. Este mercado de 1.300 millones de habitantes representa una atractiva oportunidad para las empresas extranjeras que han ingresado cerca de 200.000 millones de dólares en nuevas inversiones. Sólo las inversiones necesarias en el área de Pekín para los Juegos Olímpicos del 2008 se estiman en 22.000 millones de dólares. Ahora, en las ciudades chinas, la gente se siente atraída por la moda, el consumo y las discotecas, pero esto no debe extrañar si tenemos en cuenta que en 1949 China era uno de los países más pobres del mundo, con el 80% de su población analfabeta.
Las reformas capitalistas introducidas en la economía china no deben hacer perder de vista que se trata de un modelo opuesto al neoliberalismo anglosajón de libre mercado. El Estado ocupa un lugar prominente en la planificación del desarrollo y dirige un deliberado proyecto de industrialización. El gobierno ha elegido a 100 empresas para hacerlas competitivas a escala internacional como hicieron japoneses y coreanos. Los comunistas pusieron a la venta la mayoría de las empresas estatales, pero se han quedado con el control de las que ocupan espacios estratégicos en el sector de la energía, las comunicaciones y el transporte. China practica el control de capitales y no deja a los inversores internacionales a corto plazo invertir en sus bolsas, para protegerse de los movimientos incontrolados de capital especulativo internacional. Una política que le permitió salvar a la economía del impacto devastador de las crisis financieras del este asiático durante 1997 y 1998.
En 1995 el gobierno comunista adoptó oficialmente la idea de "revitalizar a China mediante la ciencia y la educación", lanzando la idea de una economía basada en el conocimiento. La Academia China de las Ciencias comenzó un programa de reestructuración con el objetivo de seleccionar áreas clave de investigación. Por otra parte las universidades chinas admitieron 1,6 millones de nuevos estudiantes en 1999, duplicando las plazas universitarias en los últimos años. El gobierno chino ha resuelto construir su propio Silicon Valley en Pekín, conformando el Parque Científico de Zhongguancun. Se ha creado un fondo para apoyar actividades innovadoras en pymes y para facilitar la transferencia de conocimientos de los laboratorios de investigación a la producción.
No se debe olvidar que China es todavía una nación en vías de desarrollo, con más de 800 millones de habitantes en las zonas rurales. Esto plantea una serie de interrogantes, puesto que las nuevas clases medias se están acercando a los parámetros de consumo de las sociedades occidentales. Se ha calculado que si China tuviera un ingreso per cápita comparable al que hoy tiene España, dado el tamaño de su población, el Producto Interior Bruto de China sería más grande que la suma del resto de todos los países industrializados. Si los chinos utilizaran la misma tecnología de los automóviles occidentales y cada hogar tuviera uno, se generaría un grave problema ambiental no sólo en China sino en todo el mundo. Pero el dilema más grande se sitúa en el terreno de la política. China ha sido descripta como una suerte de mercado- leninismo. Se ha dicho adiós a la economía colectivista, pero se conserva el régimen político autoritario propio del régimen stalinista de mitad del siglo XX. El mercado y las nuevas tecnologías están trayendo a los chinos la libertad individual que la cultura tradicional y el comunismo maoísta le habían negado. Los próximos años nos dirán si un quinto de la humanidad ha alcanzado, además del progreso material, la enorme fortuna de vivir en democracia.
     
     
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