Lunes 11 de noviembre de 2002
 

El acuerdo con el Fondo
Monetario Internacional

 

Por Osvaldo F. Pellín (*) y Oscar Zalazar (**)

  Las exigencias del Fondo Monetario Internacional (FMI), en el marco de las actuales negociaciones, consistentes -según trascendidos extraoficiales- entre otras en el incremento de las tarifas públicas de los servicios privatizados, libre flotación del dólar, eliminación de los bonos emitidos como cuasi monedas, ajuste en la banca pública -Banco Nación incluido-, ajuste en el gasto público, en especial el de las provincias, parecen conspirar contra la tan natural como sorprendente mejoría que parecería insinuarse en la situación económica del país, por la performance que presentan algunos indicadores económicos. Es evidente que, aunque persistan muchas de sus fallas estructurales -descargado el gobierno nacional de la obligatoriedad del pago de los servicios de la deuda y frenado el endeudamiento que alimentaba la permanencia de la convertibilidad, además de la decisión de devaluar la moneda-, ha podido demostrar que en esas condiciones el país ha detenido la caída de la funesta crisis de diciembre del 2001. Ante este cuadro de situación, llama poderosamente la atención el comportamiento que viene asumiendo el FMI con la deuda pública argentina en todo el proceso de discusión que se viene realizando hace ya casi un año.
Es tan "desconcertante" este comportamiento, que hasta su ex alumno preferido en materia de aplicación de sus recomendaciones fiscales y monetarias, Domingo Cavallo, ha reconocido públicamente que el FMI " había decidido -sin comunicarnos a los argentinos- obligarnos a abandonar la convertibilidad pese a todas las argumentaciones que en defensa de aquélla argumentó su creador". Manifiesta además el ex ministro que "pareciera que el Fondo quiere que nuestro país extienda la cesación de pagos a los organismos multilaterales (Banco Mundial y sus instituciones: BIRF, AIF, CFI y OMGI) (1), lo que claramente significaría aumentar aún más el descomunal desorden en el que está sumida nuestra economía".
Para tratar de comprender esta indefinida actuación del organismo internacional, vale la pena transcribir sintéticamente algunos comentarios que, en relación con la intervención en el proceso de globalización de la economía mundial, le cupo al mismo, según la visión de Joseph E. Stiglitz (Premio Nobel de Economía) en su libro: "El malestar en la globalización" de Editorial Taurus, quien además se desempeñó como economista jefe y vicepresidente senior del Banco Mundial (BM) (2).
J. E. Stiglitz va más allá de la simple crítica al FMI, ya que considera que para comprender las graves fallas de la globalización es importante observar, además, el funcionamiento que tuvieron en tal sentido el BM y la Organización Mundial del Comercio (OMC). Básicamente, Stiglitz considera que muchas de las políticas recomendadas por el FMI contribuyeron aún más a la inestabilidad global, fundamentalmente porque los fondos y programas en muchos casos empeoraron la situación de los pobres y, como en el caso argentino, acentuaron la tasa de desempleo a niveles incontrolables. Critica el autor también la hipocresía del organismo internacional, por cuanto sus políticas y recomendaciones tendieron siempre a favorecer a los países industrializados más ricos, así como también a los intereses comerciales y financieros de esos estados.
A nadie escapa sobre la encrucijada en que se encuentra el organismo actualmente, ya que por un lado se debe casi incondicionalmente a los países miembros que ejercen el poder de la globalización mundial y que tienen mayoría en las decisiones que se toman, con el agravante de que su principal accionista, Estados Unidos, es el único miembro que ostenta el derecho a veto de sus resoluciones; por otro lado están los principios y objetivos que alentaron su creación y que, como lo reivindica Stiglitz, estuvieron respaldados en una concepción keynesiana de reconocimiento de que los mercados no siempre funcionan como lo insinuó oportunamente el Consenso de Washington (EE. UU., FMI y BM) a partir de 1980.
Creemos que el dilema se resolverá en la medida en que el acuerdo represente una pieza de valor en las expectativas políticas del FMI. Ya sea que sirva para evitar una potenciación de posiciones del Brasil con la Argentina, para evitar que el default también alcance a las entidades multilaterales de crédito o que el fracaso de sus métodos en la Argentina arrase con su propio prestigio, bastante maltrecho, luego de las muy diversas intervenciones fallidas en los últimos diez años en varias regiones del mundo.
La Argentina tiene la necesidad de reprogramar sus deudas y superar su categoría de país incumplidor, por lo que es imprescindible un arreglo con el FMI. Pero esa definición debe estar atada a un acuerdo que está haciendo falta entre todos los sectores involucrados en el problema. Ello permitirá lograr pensar, en forma conjunta, un enfoque único de nuestra situación nacional que armonice con el marco de referencia regional que impone el mercado latinoamericano y sobre dicha base discutir entonces los términos de la carta de intención con el FMI.
Las conclusiones quedan expuestas: la experiencia de la convertibilidad y sus requerimientos de perpetuo endeudamiento ha finalizado. Aun así el país demostró en estos meses que tiene resto para emprender el desafío de ser normal. Este atisbo, pequeño pero no despreciable de que otro camino es posible y virtuoso, no puede quedar al margen del acuerdo.


(1) El BM se compone de las siguientes instituciones: el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (BIRF), la Asociación Internacional de Fomento (AIF), la Corporación Financiera Internacional (CFI) y el Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones (OMG).
2 ) Cabe aclarar que solamente los países miembros del FMI pueden acceder al BM.


(*) Ex diputado nacional.
(**) Ex ministro de Economía del Neuquén.
     
     
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