Miércoles 6 de noviembre de 2002
 

El peligro de un choque Bush-Lula

 

Por Andrés Oppenheimer

  Contrariamente a lo que muchos piensan, la mayor amenaza para las relaciones entre Estados Unidos y Brasil tras la elección de Luiz Inácio Lula da Silva no serán las diferencias ideológicas, sino una cuestión de formas: el peligro de que Lula o el presidente George W. Bush se vayan de boca y entren en un círculo destructivo de críticas mutuas.
Desafortunadamente, tanto Lula como el gobierno de Bush hablan de más, y tienen muy poca tolerancia para las críticas. En las últimas semanas, ambos lados han hecho declaraciones que -si continúan después de que Lula asuma el poder el 1º de enero- podrían llevar a una peligrosa espiral descendente. Y considerando el peso del Brasil en América Latina, esto podría afectar las relaciones de Estados Unidos con toda la región.
Lula, un socialista que fue moderando su retórica en el último año, ha estado actuando con bastante responsabilidad desde su elección. Entre otras cosas, nombró un colaborador moderado, Antonio Palocci, como jefe de su equipo de transición.
A diferencia de lo que han dicho varios congresistas de derecha norteamericanos, es muy difícil que Lula haga un gobierno de izquierda radical. Aunque quisiera, no podría: junto con otros partidos de izquierdistas, Lula sólo contará con un 33% de las bancas del Senado y un 43% de las del Congreso, bastante menos del 60% que necesitaría para aprobar reformas constitucionales. Para gobernar, Lula tendrá que negociar con el centro, y quizás con la derecha.
Pero el peligro es que, por lo que pude observar en un reciente viaje al Brasil, Lula se irrita con mucha facilidad y a menudo hace comentarios ligeros sobre otros mandatarios que podrían causarle problemas como presidente.
Hace unas semanas, según me afirman funcionarios cercanos a la conversación, la embajada de Estados Unidos en Brasil le sugirió a Lula que, en aras de construir una buena relación con Estados Unidos, haría bien en continuar sus críticas a las políticas norteamericanas, pero sin hacer ataques personales al presidente Bush o a su gabinete. Hasta ahora, sin embargo, Lula y los suyos no han podido contenerse.
A principios de esta semana, el ex presidente brasileño Itamar Franco, quien apoyó la candidatura de Da Silva, llamó al secretario del Tesoro de Estados Unidos, Paul O"Neill, un "psicópata"". Un día antes, O"Neill había manifestado su confianza en que Lula será un presidente serio y responsable, pero añadió ante una pregunta que los mercados probablemente estarán pendientes de las declaraciones de Lula en los próximos días para asegurarse de que "no es un loco".
Como era de prever, en el actual clima de hipersensibilidad política, el diario "O Estado de Sao Paulo" publicó la noticia bajo el título: "O"Neill dice que Lula tiene que probar que "no está loco" ". Eso, a su vez, llevó a Franco a insultar a O"Neill, quien ya había irritado a los brasileños meses atrás al incluir al Brasil junto con la Argentina entre una serie de países a los que calificó de corruptos.
El mes pasado, el propio Lula hizo un ataque personal contra el representante de Comercio de Estados Unidos, Robert Zoellick, quien había dicho en una entrevista para esta misma columna que si el Brasil no estaba interesado en firmar el ALCA y quería "comerciar con la Antártida"", era libre de hacerlo. Lula respondió que él no respondería a una declaración de "un subordinado de un subordinado"", lo que no sólo llevó el debate a un plano personal, sino que era una afirmación errónea, porque Zoellick tiene el rango de ministro.
Pero el peligro de afirmaciones irresponsables también viene de Washington. El 24 de octubre, el poderoso presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la cámara baja del Congreso norteamericano, el republicano Henry Hyde (representante por Illinois) escribió una carta pública a Bush advirtiéndole que Lula es "un radical procastrista que por motivos electorales se ha presentado como un moderado"".
Para colmo, después del ataque terrorista del 11 de setiembre del 2001, el gobierno conservador de Bush no tiene mucha tolerancia para las críticas, ni siquiera de los amigos. Si Bush enfrió las relaciones con Alemania, su aliado más importante en la OTAN, por las críticas que le hizo el presidente Gerhard Schröder en relación con los planes de guerra contra Irak, uno puede concluir que reaccionaría igual o peor si el nuevo presidente brasileño incurriera en ataques semejantes.
¿Qué debería hacer Estados Unidos? Lo mismo que el Brasil: suavizar su discurso, defender sus intereses sin entrar en ataques personales y sobre todo evitar prejuicios ideológicos. No hay garantías de que Lula no regrese a su antiyanquismo de antes, pero si los funcionarios del gobierno de Bush no miden sus palabras, las posibilidades de que eso ocurra serán mucho mayores.
     
     
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