Lunes 4 de noviembre de 2002
 

Los abogados

 

Por Mario Alvarez (*)

  En su visita al país, Alain Touraine nos ha anticipado a los argentinos un futuro nefasto, a poco que sigamos reiterando, tozudamente, nombres y fórmulas que largamente han demostrado su fracaso, degradando hasta límites inimaginables nuestra (así llamada) "calidad de vida".
Para muchos otros analistas políticos, el país es hoy un gran enfermo terminal, agonizante, al que ya casi no se le descubren signos vitales.
Esta dura metástasis supura corrupción, delincuencia, pobreza extrema, tristeza, parasitismo, desigualdad, violencia, marginalidad, hambre, ineficacia, injusticia, inmovilidad, incultura, exclusión y una profunda sensación generalizada de abatimiento y fracaso, imposible de superar.
En este grave marco, todos perdemos algo cada día, y miramos hacia la frontera casi alucinante de las próximas elecciones buscando el rostro de algún Mesías que mágicamente venga a sacarnos de este largo sueño que nos tiene viviendo como seres mediocres y decadentes, en un país al que materialmente le sobra mucho de lo hoy escasea en el resto del mundo.
Las expresiones de sana resistencia que se extienden a lo largo de la geografía nacional son una bocanada de aire fresco que sirve para mitigar en algo el agobio cotidiano de los que menos tienen, pero a pesar del saludable perfume solidario que de ellas emana, no son suficientes, ante la gravedad de la crisis, para torcer el rumbo de la historia.
Es casi una obviedad decir, a esta altura de los acontecimientos, que frente a este destino caótico que se nos avecina, urge recuperar una alternativa sólida, nacional, democrática, igualitaria. No violenta.
Llegado entonces a este punto de inflexión, se me ocurrió meditar acerca del aporte que los abogados podemos (y debemos) hacer para ayudar a superar la encrucijada actual, lo que equivale a decir que "...además de cumplir con nuestro rol profesional y técnico, tenemos que comprometernos a denunciar cualquier ataque a la libertad, al tiempo que combatir en todos los frentes contra la iniquidad, la injusticia, el maltrato y la violencia" (Dr. Oscar Cevey. "Derecho Humano").
La disminución de trabajo también nos ha alcanzado a nosotros. Y es lógico que así sea, porque -entre otras cosas- la perversidad del actual modelo económico, la exclusión social y el desamparo que el mismo genera a menudo nos reclama atenciones profesionales no remuneradas, que trascienden un eventual resultado procesal.
Porque, como bien decía Ortega y Gasset: "Para determinar la misión del abogado es necesario reparar y partir no del hombre que la ejerce, sino de la necesidad social a la que dicha actividad sirve".
Es innegable que los cuerpos legislativos de todo el país se componen, en amplia mayoría, de profesionales abogados. Casi todos los últimos presidentes argentinos y muchos de los actuales candidatos también lo son. Somos los abogados los que pensamos las leyes que le allanan el camino al poder financiero actual, muchas veces usurario y predador; los que flexibilizamos las relaciones laborales en desmedro de los trabajadores; los que diseñamos leyes confusas que sólo sirven para "acorralar" en su impotencia al ciudadano "común"; los que a pedido del poder de turno inventamos extrañas alquimias doctrinarias para justificar el quebrantamiento de la Constitución, o para justificar una jubilación de privilegio; somos abogados los que a menudo ayudamos a enarbolar la bandera de un remate evitable, etc. etc.
Por cierto, también han sido abogados muchos de los que ofrendaron su vida poniéndole el pecho a la prepotencia de la última dictadura; son abogados los que redactan las declaraciones de principios y promueven la defensa irrestricta de los derechos humanos; o en protección de los consumidores entrampados; los que recorren gratuitamente los pasillos de las cárceles brindando protección legal a los que no la tienen; los que promueven alternativas para frenar la voracidad insaciable de acreedores desaprensivos, etc. etc. Quede dicho, entonces, que no estoy denostando la profesión como tal, del mismo modo que no se puede despreciar la política en sí misma, sino a quienes la envilecen.
No se trata de hacer maniqueísmo. Por supuesto que no. Nos hemos moldeado en diferentes escuelas, y por ende nos está permitido discrepar. Muchos de nosotros nos hemos equivocado una y mil veces. Pero si a todos nos cabe el derecho a equivocarnos, del mismo modo nos está permitida la autocrítica y -llegado el caso- una saludable retractación.
Lo que quiero decir, en este intento, es que en toda crisis subyace la posibilidad de cambio, y si algo quiere y exige la sociedad argentina actual, es organizarse efectivamente sobre la base de parámetros de justicia ciertamente efectivos y equitativos, acordes con una escala de valores (hoy casi inexistente) que sirva para apuntalar lo nuevo que se pretende: una nueva sociedad, más justa y equitativa. Más humana.
En circunstancias tan difíciles como las que hoy vivimos, nunca vistas en años anteriores, y a consecuencia de las cuales todos -de una manera u otra- exhibimos muestras palpables de agotamiento y desazón, sintiéndonos mal hasta con nosotros mismos, el desafío es terminante.
Todos los argentinos (y no sólo la dirigencia política) debemos asumir conductas personales diferentes. Esto es indudable. En esta nueva empresa sólo caben aires de transformación, y los abogados (la mayoría de los cuales venimos de universidades públicas y gratuitas, sostenidas por la plata de todos) estamos llamados a repensar los dogmas jurídicos actuales, establecidos por el sistema económico imperante, ofreciéndole a la sociedad nuevos paradigmas de solidaridad, justicia y libertad.
El Manifiesto de la Reforma Universitaria del año "18 planteaba en la Argentina de entonces: "Todos los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan".
En el país dolorido que hoy tenemos, los abogados podemos hacer mucho por recuperarlas.

(*) Abogado
     
     
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