Sábado 30 de noviembre de 2002
 

La variante ecuatoriana

 
  En América latina, muchos hablan como si creyeran que existe una amplia gama de "alternativas", todas buenas, al orden actual, pero por desgracia los intentos de encontrar un camino distinto del ya transitado por los países desarrollados suelen conducir muy pronto a una recaída en los males tradicionales de la región. Es lo que ha sucedido en Venezuela, donde la rebelión contra la clase política dio pie al régimen populista del ex golpista Hugo Chávez y es factible que algo similar ocurra en Ecuador, país en que otro ex golpista, Lucio Gutiérrez, acaba de triunfar en la segunda vuelta electoral, derrotando al multimillonario bananero Alvaro Noboa, por un margen muy cómodo. Si bien Gutiérrez no se ha proclamado artífice de nada tan fantasioso como la "revolución bolivariana" de Chávez, llega al poder con la reputación de ser un "izquierdista" resuelto a reducir la brecha enorme que, como en todos los países latinoamericanos, separa a los pocos ricos de los muchos pobres. Se trata de una ambición que deberían compartir todos los políticos, incluyendo a los "derechistas", no sólo de Ecuador sino del resto de América Latina, por ser la extrema desigualdad una característica del atraso, pero hasta ahora ningún movimiento político ha conseguido formular un programa capaz de transformarla en realidad. Puede que el PT del próximo presidente brasileño Luiz Inácio "Lula" da Silva logre innovar en este ámbito fundamental, pero ni siquiera sus muchos simpatizantes confían mucho en sus posibilidades.
Al igual que Lula y a diferencia de Chávez, Gutiérrez ha moderado mucho su retórica últimamente, afirmándose dispuesto a respetar la dolarización y a acordar con el FMI, aunque insiste en que no tomará medidas que a su juicio sean antipopulares. Según ha dicho, su objetivo principal consistirá en la lucha contra la corrupción, con cadena perpetua para todo funcionario que se apropie de más de cinco mil dólares de dinero público, y contra la evasión impositiva. Se trata de prioridades que a primera vista parecen ideológicamente neutras, pero que de instrumentarse la estrategia anunciada con eficacia supondrían un ataque frontal contra el régimen ecuatoriano que, como el nuestro, se basa en el clientelismo y en el saqueo sistemático, bajo los pretextos habituales, de la sociedad por parte de la corporación política. Huelga decir que la lucha frontal contra la corrupción ha ocupado un lugar prominente entre las propuestas de casi todos los mandatarios latinoamericanos que se han elegido en los años últimos, algunos de los cuales no tardarían en verse acusados de anotar nuevos récords en la materia.
Puesto que Gutiérrez necesitará contar con la colaboración de legisladores comprometidos con la vieja clase política ecuatoriana, no le será nada fácil atrapar a los delincuentes sin poner en riesgo las instituciones democráticas. La situación ante el coronel retirado, pues, se asemeja bastante a aquella que tantos dolores de cabeza le ocasionó al entonces presidente Fernando de la Rúa que, a la hora de elegir entre el enfrentamiento con los corruptos y la gobernabilidad, optó por ésta, decisión que, claro está, no le resultó del todo beneficiosa. Aunque Gutiérrez no procede de la clase política ecuatoriana cuya reputación colectiva es tan mala como aquélla de la Argentina, tendrá que trabajar con ella o emprender una aventura de desenlace incierto.
La tarea frente a Gutiérrez es enorme. Para reducir la pobreza en su país le sería necesario impulsar una larga serie de reformas políticas, económicas y culturales que con toda seguridad serán resistidas por el grueso de sus compatriotas, incluyendo a los líderes de movimientos que lo apoyaron durante la campaña y esperan ser premiados. Así las cosas, no extrañaría en absoluto que su gestión pronto degenerara en un ejercicio meramente demagógico porque, al fin y al cabo, es mucho más fácil pronunciar discursos vehementes, encabezar protestas y denunciar a Estados Unidos, de lo que es estimular la productividad de una economía primitiva. Aunque Gutiérrez parece entender que el desarrollo plantea desafíos que son muy pero muy difíciles, de ahí el compromiso a destinar el 30% del presupuesto nacional a la educación, es natural que en el resto del mundo su triunfo haya sido saludado con más escepticismo que entusiasmo.
     
     
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