Domingo 24 de noviembre de 2002
 

Flojos y especuladores

 
  Puede entenderse el enojo que siente el presidente de la UCR, Angel Rozas, toda vez que piensa en el estado de su partido que, afirmó, "está lleno de flojos y especuladores". Sin embargo, también es comprensible que sólo una minoría reducida de los convocados se diera el trabajo de asistir al "foro de intendentes" celebrado en la sede del Comité Nacional: de los 656 con los que cuenta el radicalismo en el país, treinta manifestaron cierto interés por las opiniones de su jefe. Es que, como Rozas sabe muy bien, la UCR está inmersa en una crisis que amenaza con resultarle terminal. Nadie está en condiciones de decir lo que representa aparte de las carreras personales de sus afiliados más notorios mientras que su experiencia más reciente en el poder fue poco feliz y concluyó de forma escandalosa. Por lo tanto, parece más que probable que en las elecciones que se prevén para el 27 de abril sus candidatos a la presidencia reciban un castigo tan severo que ninguno consiga acercarse a los ex radicales Elisa Carrió y Ricardo López Murphy, y mucho menos a los peronistas más votados.
Sin embargo, aunque no cabe duda de que Rozas es consciente de que el movimiento centenario que encabeza está en graves problemas, no parece tener en claro los motivos que, por cierto, no se limitan a los errores cometidos por Fernando de la Rúa, lo cual debería serle evidente porque, al fin y al cabo, a mediados de los años noventa la UCR ya había dejado de constituir la segunda fuerza política del país. En la raíz de la debacle está la negativa de los radicales a adaptarse a los cambios que se produjeron tanto en el país como en el resto del mundo a partir de la Segunda Guerra Mundial y que, andando el tiempo, asegurarían que sus "doctrinas" no tardarían en parecer absurdamente anticuadas. Además, lejos de reaccionar ante el surgimiento del peronismo renovándose por completo, optó por intentar mimetizarse con el nuevo movimiento populista, diferenciándose sólo por su mayor apego a las reglas democráticas y, según sus voceros, a "la ética".
Para demasiados radicales, hacer frente al fracaso de la Alianza es fácil: lo atribuyen a la personalidad indecisa del "conservador" De la Rúa y a su voluntad de ceder frente a las presiones "neoliberales", explicación que les parece más que suficiente. Asimismo, siguen imputando el fracaso igualmente rotundo del gobierno de Alfonsín a un "golpe de mercado". Parecería que no les ha preocupado la falta de un ideario adecuado para los tiempos que corren porque preferían dedicarse a inventar excusas a menudo fantasiosas destinadas a permitir a los jefes mantener su control sobre el aparato partidario pero que a juicio de los demás sólo han servido para probar que la UCR es incapaz de gobernar con el mínimo de firmeza y coherencia que el país tiene derecho a exigirle.
El naufragio de la UCR no puede achacarse a nada más que la flojera y actitud especulativa de sus integrantes actuales. También es forzoso tomar en cuenta la costumbre de los jefes partidarios de turno de expulsar a sus figuras más innovadoras, como Arturo Frondizi y, últimamente, como Carrió y López Murphy. De haberse tratado de miembros de un partido comparable con los existentes en los países principales de Europa, los radicales se hubieran esforzado por formar una síntesis del rigor fiscal reivindicado por López Murphy por compartir la opinión del español Felipe González de que la seriedad en el ámbito así supuesto es fundamental con la combatividad social y afán de impulsar reformas institucionales que se han hecho la marca de fábrica de Carrió. De una serie de debates internos en torno de tales asuntos pudo haber surgido un partido moderno que estuviera en condiciones de gobernar el país, ahorrándole los cataclismos que se produjeron al hundirse la gestión de un presidente radical como consecuencia de lo que para muchos fue un "golpe civil" urdido por el peronismo bonaerense en combinación con el radicalismo de la misma provincia liderado por el titular de la propia UCR y sus allegados, contradicción ésta que, como es lógico, ha contribuido a la caída en la insignificancia de un movimiento que, de haber manifestado sus dirigentes más agallas, hubiera evolucionado en el partido de gobierno natural del país.
     
     
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