Sábado 16 de noviembre de 2002
 

Sin crédito

 
  Para alivio de los deudores morosos y satisfacción de muchos legisladores, los bancos y otras entidades financieras han aceptado postergar "voluntariamente" hasta el próximo febrero las ejecuciones judiciales de las garantías que habían recibido cuando prestaban dinero en circunstancias muy distintas de las actuales. Pero si bien en el corto plazo esta medida podría ayudar a prolongar el "veranito" que tanto complace al gobierno de Eduardo Duhalde, esto no quiere decir que todos los efectos serán positivos. Al fin y al cabo, los más concuerdan en que hoy en día uno de los problemas económicos fundamentales consiste en la falta de crédito, el que no comenzará a aparecer hasta que los bancos tengan algunos motivos para confiar en poder recuperar por lo menos el dinero prestado. Aunque muchos banqueros reconocerán que podría convenirles esperar un poco más si esto significa que los morosos lograrán recuperar su capacidad de pago -lo que, de producirse una mejora económica, podría suceder en muchos casos-, si llegan a la conclusión de que el gobierno, en combinación con los legisladores, está resuelto a asegurar que las garantías no sirvan para nada, sencillamente dejarán de ofrecerles créditos a los deseosos de invertir en sus empresas o comprarse una vivienda.
Huelga decir que encontrar un punto de equilibrio entre los intereses de los deudores por un lado y de los acreedores -para no hablar de los ahorristas- por el otro no es fácil en absoluto. No cabe duda de que muchos morosos tomaron créditos de buena fe, con la plena intención de honrarlos en el plazo acordado, porque ni ellos ni los propios banqueros preveían que un gobierno pudiera declarar el país en bancarrota y devaluar el peso de forma tan extraordinariamente torpe como hicieron los encabezados por Adolfo Rodríguez Saá y Duhalde. Sin embargo, también los hay que nunca se propusieron devolver el dinero: entre éstos figuran los clientes habituales de los bancos estatales que se han visto beneficiados por el caos en el que se precipitó el país a fines del año pasado. Desgraciadamente para la mayoría, en nuestro país abundan los empresarios que entienden que siempre ha sido un buen negocio acumular deudas, ya con un banco, ya con el Estado, porque tarde o temprano sobrevendrá un blanqueo. Puede que la situación actual sea sui géneris, pero es evidente que la decisión "voluntaria" de los bancos de postergar las ejecuciones judiciales ha contribuido a confirmar la idea generalizada de que en la Argentina siempre es mejor ser un deudor moroso que un acreedor impaciente, actitud que, claro está, ha contribuido mucho a frenar el crecimiento, por depender éste de la disponibilidad de crédito y en consecuencia de la convicción de que los contratos siempre serán respetados.
Por ser este acuerdo del gobierno con los bancos el resultado de las presiones políticas muy fuertes de funcionarios y legisladores célebres por su miopía, sorprendería que las partes aprovecharan plenamente la oportunidad para renegociar las deudas con el propósito de alcanzar en cada caso el arreglo menos malo posible, lo que podría reducir notablemente el número de ejecuciones previstas que, según los interesados en subrayar las dimensiones del problema, afectarían a más de 50.000, pero que conforme a los bancos sería apenas 30 por entidad significante. Puesto que en este ámbito como en tantos otros el poder político importa más que el derecho o la realidad, sería lógico que los morosos más previsibles siguieran procurando mantener firmes a sus aliados en el Congreso, negándose a renegociar con los bancos, aun cuando su actitud perjudique tanto al país como a aquellos endeudados menores que de otro modo podrían convencer a sus interlocutores de que sería de su interés mutuo estirar los plazos. Es que mal que les pese a aquellos políticos que hablan como si creyeran que prestar dinero es de por sí un pecado propio de usureros, mientras los financistas tengan motivos para creer que aquí las garantías no valen nada, el crédito seguirá siendo sumamente caro y la negativa comprensible de los bancos a darlo impedirá que se ponga en marcha una economía que continuará asemejándose a un camión sobrecargado sin gasolina en el que lo único que funcione como corresponde son los frenos.
     
     
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