Lunes 4 de noviembre de 2002
 

Carisma y poder

 
  La gestión del presidente Fernando de la Rúa se vio entorpecida desde el comienzo porque muchas provincias, incluyendo a las más grandes, estaban dominadas por políticos opositores que, después de haberlo adulado mientras duró una breve luna de miel, no vacilaron en privilegiar a sus propios intereses hasta que, agotado el capital suministrado al radical por las urnas, algunos optaron por derrocarlo. Pues bien: desgraciadamente para el presidente electo brasileño Luiz Inácio "Lula" da Silva, los comicios que le supusieron un triunfo histórico resultaron desastrosos para el Partido de los Trabajadores que lidera. Este sólo logró imponerse en tres estados, todos de importancia reducida: Mato Grosso do Sul, Acre y Piaui. En consecuencia, aunque la situación personal de Lula es claramente mejor que aquélla de De la Rúa, un dirigente que siempre fue resistido por el grueso de sus correligionarios que lo consideraban excesivamente conservador, en términos políticos es decididamente peor. Estará obligado a negociar continuamente con los gobernadores poderosos de los estados que, sumados, generan el 98% del producto nacional encabezados por San Pablo, distrito cuyo peso en el Brasil podría equipararse con aquel de Buenos Aires en la Argentina.
A diferencia de De la Rúa, Lula tiene "carisma" de sobra, pero esto no quiere decir que esté en condiciones de manejar el Partido de los Trabajadores con la soltura propia de un típico caudillo latinoamericano. Por ser de origen genuinamente popular, el PT no se asemeja al PJ de las primeras épocas sino más bien a los partidos socialistas europeos en los que una franja amplia de los militantes comulga con la extrema izquierda. Por lo tanto, una vez instalado en el Planalto, Lula tendrá que buscar la forma de apaciguar a gobernadores estaduales conscientes de su poder, a activistas petistas que tratarán de forzarlo a tomar medidas arriesgadas y, obvio es decirlo, los mercados financieros, el FMI y Washington. A menos que logre convencer a una proporción adecuada de los interlocutores así supuestos de la conveniencia de ayudarlo a alcanzar sus objetivos, su gestión podría paralizarse.
En América Latina y en el resto del mundo abundan los que esperan que Lula por fin demuestre que "la izquierda", una corriente amplia que disfruta del apoyo de la mayoría de las élites urbanas, es capaz de algo más que protestar contra el statu quo, protagonizar revoluciones fallidas o crear dictaduras aún más feroces y oscurantistas que las militares. Sin embargo, dadas las circunstancias le será difícil gobernar con un mínimo de eficacia. Si bien es de prever que los emotivamente comprometidos con su gestión se concentren en su relación con "los mercados", atribuyendo los reveses que con toda seguridad le aguardan a la hostilidad de los "neoliberales", cuando no de los norteamericanos, los obstáculos más imponentes que tendrá que enfrentar serán los supuestos por los grupos de poder tradicionales atrincherados en el Estado nacional y en los gobiernos estaduales que, lo mismo que sus homólogos argentinos, se resistirán a hacer concesiones en beneficio del conjunto. Será éste el caso de San Pablo, estado que se ha dotado de una ideología desarrollista propia que le sirve para hacer más convincente su defensa de las prerrogativas locales.
Una de las debilidades intrínsecas del sistema presidencialista latinoamericano consiste en que un líder carismático puede conseguir muchos votos más que los obtenidos por su propio partido. Lula ha ganado la carrera presidencial brasileña por un margen realmente impresionante, pero al hacerlo se ha alejado tanto no sólo de sus rivales directos como José Serra sino también de sus propios partidarios que es de prever que quedará aislado en la cumbre. Para empezar a concretar sus promesas, tendrá que lograr transformar su gran popularidad personal en poder político efectivo. Además, Lula no podrá permitirse caer en la tentación de intentar violar las reglas básicas de la democracia brasileña. Si lo hiciera, perdería: como sabemos, el establishment político tradicional es hábil y totalmente despiadado cuando es cuestión de defenderse contra aquellos que quisieran obligarlo a ponerse al servicio de proyectos que podrían resultarle costosos.
     
     
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