Miércoles 6 de noviembre de 2002
 

Fuego sagrado

 
  A esta altura debería saber cual es el verdadero color del cielo. De tanto que lo remachan por televisión. Cielo: espacio sideral desde el cual las bandas pontifican y nunca rajan. Pontifican también, ya que están, los conductores, los periodistas serios, los analistas económicos, los escritores de moda, los actores fashion, las modelos que han sobrevivido a sus dietas, los futbolistas a punto de irse al extranjero "a triunfar". Pontifican acerca de lo bueno, lo malo y lo feo. Ellos, tostados de laboratorio, la tienen clara. La señal del éxito es, por caso, cuando tu nombre aparece en el epígrafe de una revista de gente definitivamente linda o el talk show de las 15 se acuerda de que -¡hoy!- es tu cumpleaños (y estás separado).
Ellos han visto caer las lágrimas de Dios. Conocen el sabor del ombligo de las pibas patas largas que recorren las pasarelas del mundo (esas chicas, sobretodo, triunfan). Pontifican mejor que el Papa, y eso que el Papa es un campeón en decir cómo son las cosas en la Tierra y en el Infierno. Los actores hacen de sinceros, los futbolistas de cultos, las modelos de listas, los músicos de humildes, los periodistas de periodistas, los brutos de sabios, los cocineros de clowns y los sabios de accesibles. Cada uno de los protagonistas del show sabe mejor que vos o yo de qué va esto de ser felices. Por eso pueden definir la consistencia del amor y qué formas adquiere en la cama. ¿O alguien se cree con el derecho de gozar más que Araceli? La solidaridad y el placer de los anónimos no vale nada. No hay un flash que perpetúe la instantánea de esa humanidad
Los demás no tenemos la menor idea, viejo. Peleamos la guerra santa de los pañales berretas, le afanamos tiempo al tiempo para escribir un poema intrascendente, imaginamos que bailamos mejor que los ángeles a las tres de la mañana en el líving de casa y, al final del día, no damos más. Estamos cansados. Su realidad es cristal líquido. La nuestra es de palo.
Son reales (nosotros de mentirita) y es in-creíble: la brutal estupidez de Marley (a punto de comerse una tarántula en Shangai) o Catalina (sintetizando en dos palabras mil años de arte), la tontería a la décima potencia de Dolores Barreiro, la suprema imbecilidad de los "Grandes Hermanos" y sus derivados, el chismerío patético de la tarde, y la lista sigue y hastía porque gana en rating y en conversaciones de lunes a la mañana. Son parte de nuestro sistema.
Todo lo profundo ha quedado fuera de discusión. Todo por lo que vale la pena vivir. La superficialidad es una enfermedad desagradable y peligrosa. Y así vamos, como si fuera gratis. Olvidados de Shakespeare, de Wilde, de Cortázar, Debussy, de Jorge Dexler o del hombre inteligente de la esquina. Olvidados de cualquier otra cosa que no sea la última gira de Britney Spears. Ni hojas que caen del cielo.
Ni siquiera una frase con un punto de vista alternativo. Una que mencione que hay miles de formas de encarar el día a día aunque todo parezca derrumbarse, que la búsqueda no cesa, que el éxito se mide en la intimidad, en la sonrisa de los hijos o los nietos, que un buen libro es un viaje y un amigo un milagro, que hay quienes prefieren el anonimato a la fama, un pueblo costero a Las Vegas, un beso al dinero del mundo. Que el sexo es maravilloso aunque tu chica no tenga 90-60-90 y tú no pases de los 12 centímetros. Un graffiti que diferencie entre la mierda y el fuego sagrado.
Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar
   
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