Martes 5 de noviembre de 2002
 

El doloroso rompecabezas de la memoria

 

Está abierta la muestra de Argra en Neuquén. Reúne imágenes de la violencia en Plaza de Mayo.

 
Los neuquinos se acercaron a ver el reflejo de los "días de furia".
NEUQUEN (AN).- La violencia que se vivió en la capital del país en diciembre último aparece sin filtros en la muestra anual de los fotógrafos nucleados en Argra (Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina) que quedó inaugurada el viernes en la galería del Concejo Deliberante de esta capital -Leloir 300.
Ninguna de las setenta fotografías que conforman la exposición es estática. Todas tienen el movimiento que resulta del enfrentamiento entre manifestantes y fuerzas represivas.
Golpean las imágenes registradas por las cámaras que recorrieron esas calles, y juntas reconstruyen lo vivido en aquellas convulsionadas jornadas de diciembre.
Los fotógrafos acercan esos hechos en el tiempo, como una advertencia contra el olvido.
Para hacer posible la difícil tarea de armar el rompecabezas de la memoria, la mirada del fotógrafo no se detiene. Apunta y dispara. Esa es su arma.
Los fotógrafos también aparecen arrinconados en esas fotos, porque asumieron la responsabilidad de retratar la historia de este pueblo en cada centímetro de negativo. Para algunos, el resultado del trabajo de estos reporteros gráficos es terrible y conmovedor. Para otros, es una amenaza. Primer cuadro: un De La Rúa triunfal asume el mandato junto a su esposa y al vicepresidente Chacho Alvarez. Segundo cuadro: más adelante en el tiempo, serias caras de preocupación del presidente y los miembros de su gabinete. Tercer cuadro: el helicóptero que trasladó a De La Rúa el día de su renuncia despega de la azotea de Casa Rosada.
El primer gran cacerolazo. Miles de manifestantes hacen chocar cucharas y cacerolas en la plaza -que es una plaza, pero son varias en todo el país-.
"Arriba las manos". Un grupo de personas camina con los brazos en alto como podría suceder en cualquier arresto hollywoodense. En segundo plano aparece un cordón policial. En otro cuadro, la policía montada se apropia del ancho de la calle, mientras un hombre con el torso desnudo y de rodillas sostiene una bandera argentina frente a ellos. Esa es su manera de hacerles frente.
Las llamas y el cielo ennegrecido. La sangre chorrea en las escaleras del Congreso.
Los gases invaden la plaza. Débiles banderas y algunas pancartas se enfrentan a los camiones hidrantes. Incendios varios y vidrios rotos.
Los chicos ensangrentados están tirados en la calle. La muerte aparece como un golpe, estruja corazones, empaña miradas. Sobre las extensas banderas argentinas, descansan los cuerpos.
Las Madres de pañuelos blancos enfrentan a un grupo de la policía montada. Cuidan a los manifestantes, se ubican ellas en el frente de batalla. Hacen de escudo, como lo hicieron en tantas otras oportunidades.
La ternura rompe con la violencia: una mujer sentada en el pavimento abraza a su hija que llora. En un segundo plano, a pocos metros, avanza la policía con sus caballos.
Al final, el olor nauseabundo que queda como resultado de la mezcla de los olores de la guerra. El silencio y el desconcierto. La angustia de no saber lo que vendrá. El deseo de que esas escenas no vuelvan a repetirse.
   
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