Lunes 28 de octubre de 2002
 

Argentina, una unidad básica

 

Por Carmen Coiro

  Lo dijo uno de los precandidatos del justicialismo, tal vez el menos favorecido de todos sus colegas, José Manuel de la Sota: la Argentina se ha convertido en una unidad básica.
A 26 años de la dictadura militar, a más de veinte de la recuperación de la democracia, hoy el país, lejos de haberse convertido en lo que soñó la enorme mayoría de los argentinos cuando se fue el último dictador del poder, exhibe no sólo una profundísima crisis económico social, sino una enorme disfunción en su sistema político institucional, como si tanta sangre derramada durante los años negros, y tanto entusiasmo por la vuelta del sufragio libre, hubieran sido en vano y fueran necesarios todavía muchos años de lucha y desesperanza hasta consolidar una verdadera democracia republicana.
Entre aquellos años y los que hoy discurren hubo un fenómeno que tal vez explique la sinrazón de la hora que hoy vive el país: la consolidación en el poder del menemismo, con la enorme ayuda del alfonsinismo, que abrió una brecha de una década que otra vez retrasó el reloj de la historia.
Hoy, a la salida de ese otro oscuro período con Menem al poder, y del que lo continuó con De la Rúa, la Argentina aparece de nuevo en pedazos y la cruda realidad se ve con absoluta claridad ante el llamado a elecciones del 30 de marzo.
Con todas las fuerzas políticas atomizadas, dispersas y, lo que es peor aún, enfrentadas, el proceso electoral en marcha no reúne las mínimas condiciones que deben lucirse en una democracia.
Enancados sobre una crisis inédita, los partidos políticos, más bien sus dirigentes, se dividieron en tres grandes grupos: los que harían cualquier cosa por conservar una cuota de poder, los que lo intentan pero sienten que no tienen resto para llegar, y los que decidieron marginarse, o bien asqueados por el panorama actual, o bien por la convicción de que tal como están planteadas hoy las reglas del juego no tienen lugar, porque todo el espacio lo ocupa el enfrentamiento entre el duhaldismo y el menemismo.
Y allí es donde se debe haber inspirado De la Sota para calificar al país como una unidad básica: hoy, la lucha política a nivel de los ciudadanos solamente existe en los sectores más castigados, que luchan en forma constante y enérgica a través de piquetes y asambleas barriales. Mientras el resto de los ciudadanos -la enorme clase media empobrecida- sólo tiene fuerzas para tratar de sobrevivir a tantas desgracias soportadas, los pocos políticos que retienen su cuota en la devaluada torta del poder, tan ávidos están de las migas que ni siquiera aceptan intentar repartírselas. Igual, la gente los mira desde afuera, con desprecio, con náuseas.
El escenario presuntamente preelectoral actual no podría ser peor: el Frepaso, la fuerza política emergente como reacción al menemismo, ha muerto de la mano de su líder, Carlos "Chacho" Alvarez, que optó por el ostracismo. El radicalismo agoniza sin esperanzas de recomponerse en esta etapa, gracias a la desastrosa, autista, gestión de De la Rúa, y el justicialismo, el partido tradicionalmente mayoritario en el país, se despedaza por conservar aunque sea una mínima promesa de permanencia en el poder, y en consecuencia, en el ejercicio de influencias, el reparto de favores y los beneficios sectoriales. Las fuerzas de centro izquierda también optaron por pelearse en vez de unirse y solas no parecen tener chances de llegar a ningún lado.
Entonces, por decantación, las elecciones que supuestamente se harían el 30 de marzo se dirimen entre Duhalde y Menem. Los demás precandidatos quedan en la tribuna y no pueden ingresar a la cancha.
Con la ayuda de la Justicia y la promesa de un inequívoco respaldo de la resucitada Corte Suprema, de color mayoritariamente menemista, el ex presidente siente que tiene todas las fichas de ganador: sí, de ganador en los enredos palaciegos, en la política del "arreglo" que supo exhibir con tanta eficacia. El actual presidente Duhalde sangra por la herida al constatar que sus meses de gestión no le fueron suficientes para reunir los apoyos necesarios para enfrentar a su archienemigo, ya que éste conserva casi todos los hilos de los líderes que supo instalar en cada uno de los poderes de la República.
Mientras dirimen entre ellos si es el consejo o el congreso el que convoca a las internas, los argentinos siguen votando en las encuestas -una mayoría de ellos- por "nadie". Está claro que hoy, ninguno de los precandidatos en danza reúne la cantidad suficiente de votos como para garantizar una gestión sin sobresaltos por un buen tiempo.
Sin la esperanza de Carlos Reutemann -el otro "abandonador" - como componedor, ahora el duhaldismo apuesta a fortalecer su imagen para proponer al propio presidente como posible candidato, según comienzan a deslizar en algunos círculos de la Casa Rosada. Si así fuera, se confirmarían las sospechas de Menem de que su rival quiere postergar las elecciones para mantenerse un tiempo más en la presidencia, aprovechando que los vientos de la economía no soplan tan gélidos como al inicio de su gestión.
Todo está por verse en la trayectoria política que hoy recorre la Argentina, y ello hace imposible pronosticar qué será lo que ocurra aun en el corto plazo. Es que nunca como ahora, el divorcio entre los ciudadanos y sus dirigentes ha sido tan ancho. La brecha, lejos de ir cerrándose como una herida, sigue abierta y sangrando.
     
     
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