Martes 22 de octubre de 2002
 

¿Choque de civilizaciones?

 

Por Francisco Tropeano

  Hay épocas históricas de crisis profundas, como la que se está desarrollando en nuestros tiempos en el mundo, que condicionan fuertemente el desarrollo muy complejo de nuevas ideologías. Estas, al expresar intereses dominantes, intentan fundamentar "el curso de la historia", identificándolo y compatibilizándolo con la situación histórica concreta del momento, eternizando las formas históricas de organización social. Así lo hace por ejemplo, Francis Fukuyama en "El fin de la historia". No es por supuesto el único. El best-seller de Samuel P. Hungtinton "El choque de las civilizaciones" (edit. Paidós, nov. 2001), y sus reflexiones sobre la reconfiguración del orden mundial, intenta fundamentar conflictos en el mundo y sirve de "fundamentación teórica" seudocientífica para justificar, por ejemplo, la próxima guerra del Medio Oriente, como también las agresiones, crímenes, despotismo que despliega con desfachatez e impunidad demencial el poder hegemónico del imperio. Hungtinton niega raíces económicas o ideológicas en el desarrollo histórico, "superándolas" con la primacía de cuestiones culturales o religiosas (que por otra parte pertenecen a la superestructura social). Pretende hacernos creer que estas manifestaciones de la conciencia no son precisamente expresiones ideológicas, cuyo papel se revela en la solución de los problemas sociales que aparecen en la(s) sociedad(es). Cumple así una función social de los intereses dominantes, para perpetuar regímenes económicos y políticos que aseguren su predominio en el mundo. Esta es la esencia de lo que este "profesor" de historia nos enseña en su libro. Pero debemos recordarle que en virtud del desarrollo histórico desigual, cuya existencia verificamos, hasta ahora ningún sistema (con excepción del comunismo primitivo) ha predominado en forma exclusiva y menos definitivamente en el mundo como lo pretende Fukuyama o desde otro aspecto (igualmente reaccionario y fascista -con sus diferencias culturales- religiosas y de razas) fundamentarlo Hungtinton, con su "occidentalización" de las civilizaciones más avanzadas e impulsoras del progreso humano. Afirma por ejemplo que "El choque intercivilizatorio de las ideas políticas generadas por Occidente está siendo sustituido por un choque de cultura y religión entre diversas civilizaciones", que sirve muy bien a la cruzada emprendida por el gobierno de los EE. UU. con Bush a la cabeza, contra el "infiel" o "el mal", asemejándose mucho al retorno del ideal del "Servicio de Dios" en la Edad Media. O cuando argumenta que "Occidente conquistó el mundo no por la superioridad de sus ideas, valores o religión (a los que se convirtieron pocos miembros de otras civilizaciones), sino más bien por su superioridad en la aplicación de la violencia organizada". Los sistemas sociales no son tomados en cuenta por Hungtinton, son congelados en una rigurosa estratificación, religiosa, cultural, en las civilizaciones. Sirviendo las fuerzas políticas, la lucha, la prosperidad o el progreso a las constreñidas consideraciones de la organización geopolítica permanente de servir a la lucha o a la guerra entre civilizaciones.
Como la civilización occidental es la más desarrollada económicamente, según Hungtinton, la crisis de la misma estaría dada por el "consumismo", ignorando así olímpicamente el drama de la miseria y de la pobreza en extensas áreas de Occidente y también en su propio país, que a pesar de ser la primera potencia económica mundial registra más de cuarenta millones de pobres y un altísimo porcentaje de analfabetos y semianalfabetos que superan el dieciocho por ciento de su población. Para justificar -con enorme hipocresía- la nueva cruzada civilizadora de Occidente, Hungtinton remata que "la cuestión religiosa pasaría a definirse en esta lucha final, que a todas luces ha de librarse entre las grandes religiones: cristianismo e islamismo".
Falsificar o vulgarizar la ciencia histórica es frecuente, pero pretender su reduccionismo a valores culturales que habrían determinado el desarrollo de los pueblos y los que además hoy serían desencadenantes de un conflicto universal como "choque de civilizaciones", es una ofensa a la mediana inteligencia de los demás, una vana pretensión de "investigador" de la realidad mundial y un esfuerzo de justificación de la guerra colonial imperial, para poder solventar, a costillas de los pueblos del mundo, la profunda crisis en desarrollo del capitalismo en su etapa de descomposición y destino incierto de su acumulación en escala globalizada. Es una acabada muestra del paroxismo paranoico que nutre la Central de Inteligencia de los EE. UU. Si tales "reflexiones" nos movilizan a refutar este servilismo intelectual, es por la necesidad de alertar -por muy modesto que sea el aporte- sobre las intenciones de la política norteamericana de impulsar una guerra planetaria con cualquier tipo de "argumentos" y con señales de fatalismo histórico acerca del inexorable "choque de civilizaciones".
La estrategia geopolítica que el gobierno republicano, encabezado por el ilegítimo y fraudulento presidente Bush, nacido del mayor escándalo "democrático" de violación de la voluntad popular en su país y fruto de la decisión de apoderarse del poder por parte del complejo militar industrial de los EE. UU., tiene por lo menos estos claros objetivos: a) controlar el área petrolífera y gasífera más rica e importante del mundo, con cerca del 70% de reservas mundiales comprobadas (incluidas las ex repúblicas sudorientales de la URSS con base en Afganistán- Pakistán); b) tratar de dar solución a su crisis económica por la vía Estado-complejo militar industrial y la de sus aliados y al resto del mundo vía exportaciones; c) asentar militarmente su poderío en esas áreas directa e indirectamente a través de gobiernos títeres, e impedir la ruptura del poder unipolar por parte de potencias que pudieran coaligarse: Rusia-China-India para atraer un nuevo eje de poder a otras naciones de Asia y el Medio Oriente; d) afirmar su competencia y liderazgo económico en la disputa por los mercados mundiales con la Unión Europa y los países del este Europeo y Oriente (sosteniendo al Japón, con su monumental déficit comercial y de balanza de pagos con ese país, tratando a su vez de sostener el dólar que terminará a mediano plazo desplomándose seguramente).
Los argumentos de Hungtinton de inevitabilidad del "choque de civilizaciones" o "choque de culturas" o también de la "guerra de las grandes religiones", son muy útiles para la justificación de las políticas imperiales de la guerra. Hungtinton toma del historiador A. Toynbee el concepto de la filosofía de la historia de "civilizaciones" como fundamental. La historia sería la suma de las veintiuna civilizaciones, todas ellas "detenidas" o "petrificadas" pasando por las mismas fases. ¿Pero en qué se diferencia o distingue una civilización de otra? Hungtinton contestará: en la cultura, en las religiones; ignorando de tal forma condiciones económicas-sociales, del nacimiento y desarrollo concretos de cada una de ellas en sus distintas etapas históricas. ¿Cómo nacieron y se desarrollaron estas civilizaciones? Hungtinton contestará que como resultado de la conciencia humana, de las religiones y no como un proceso material; así las civilizaciones aparecen como algo meramente espiritual, incognocible, como fruto de creencia, de la fe y de otras supersticiones. En definitiva, de la irracionalidad del pensamiento y su estratificación mística o, en el mejor de los casos, de una "minoría creadora" al decir del historiador A. Toynbee, creando valores culturales y actuando conforme a los "desafíos" exteriores (el medio geográfico). De tal forma habría civilizaciones del desierto y de la pradera, de las montañas y de la llanura, pero no explica nada por qué razón en un mismo medio natural subsisten sistemas sociales diferentes. Hungtinton busca también, apoyándose en las hipótesis de Toynbee sobre el "gobierno universal" o de la "guerra universal" como lo sostiene, pero sugestivamente a desarrollarse fuera del territorio de los Estados Unidos.
Pensamos y adherimos a la necesidad de conocer la historia del pasado, porque ella pertenece a quienes crean la historia del futuro y la usan o se valen de sus enseñanzas, como instrumentos del conocimiento para el cambio del presente. Por eso despreciamos a estos vulgarizadores, interesados en falsificar la historia.
     
     
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