Sábado 12 de octubre de 2002
 

Se quedan todos

 

Por Jorge Gadano

  Desde, por lo menos, el tiempo de las relaciones con los Estados Unidos primero carnales con el régimen de Carlos Menem, luego intensas con el presuntamente dirigido por Fernando de la Rúa, se pretendió que el país del Norte fuera un ejemplo que el nuestro debería seguir. Se recordará que Menem hablaba con orgullo de sus diálogos coloquiales con George Bush padre, y que recibió con alborozo la noticia de que la Argentina había sido designada aliada "extra OTAN" de los Estados Unidos. Definitivamente, estábamos en el Primer Mundo.
Con De la Rúa algún pudor hizo que se tomara cierta distancia de tales pasiones, pero no tanta como para que el canciller Adalberto Rodríguez Giavarini dejara de dar un carácter privilegiado a las relaciones con aquel país, que pasaron a ser "intensas". Algún ardor erótico se mantenía.
Las biografías empresarias de George Bush hijo y del vicepresidente Dick Cheney no son, quizás, un ejemplo a seguir, si se está a los informes en los que se ha regodeado la prensa liberal norteamericana. Tampoco las palizas que la policía, en particular la de Los Angeles, suele propinar a negros e hispanos. Hubo una -que recorrió el mundo en 1991 debido a que fue registrada por una cámara de televisión- de la que fue víctima Rodney King, y que trajo como consecuencia uno de los más graves motines callejeros en la historia del país, producido cuando los policías acusados fueron absueltos.
Pero hay buenos ejemplos. Muy a su pesar, el senador demócrata Robert Torricelli, famoso por haber impulsado la ley que acentuó la severidad del embargo contra Cuba, renunció a su candidatura a la reelección cuando se hicieron públicos los "regalos" que recibió del empresario de origen asiático David Chang. Los más importantes fueron una contribución de 53.700 dólares a su campaña de 1996, un reloj Rolex de 8.000 dólares y menudencias como gemelos de oro de Tiffany y un televisor de 52 pulgadas.
Chang, condenado a una pena de prisión de 18 meses, admitió que a cambio de los regalos había recibido "favores políticos". Torricelli también fue llevado a juicio, pero terminó absuelto. Sin embargo, una amonestación del Comité de Etica del Senado y la condena de la opinión pública precipitaron la dimisión, de gran impacto político porque los demócratas tienen en el Senado una endeble mayoría, de 50 a 49.
En realidad, el factor desencadenante de la retirada de Torricelli fue una encuesta que le dio a su oponente republicano una ventaja de 13 puntos. Pero, como quiera que sea, aquí esos ejemplos no influyen. Senadores tan "regalones" como los argentinos hay pocos, y sin embargo todos permanecen en sus bancas, inmunes a cualquier denuncia, cuando no indignados por los daños morales que les causan las que denominan "operaciones de prensa".
Aunque "la Justicia" no haya encontrado responsables, el caso de los sobornos relacionados con la sanción de la ley de reforma laboral quedó grabado a fuego en la conciencia de la sociedad argentina. Si alguien dice "Cantarero", se sabe que no es uno de los candidatos a la santidad que hacen cola ante la Congregación para las Causas de los Santos, en el Vaticano.
Ahora, después de que el periodista Thomas Catán publicó en el Financial Times que algunos senadores habían pedido dinero a banqueros para votar en contra de un proyecto de ley, se han sucedido proclamas senatoriales impregnadas de dignidad republicana, iracundos anuncios de que se querellará al periodista y, en medio del ruido, alegatos de que éste es un "nuevo" Senado (por lo tanto limpio), porque quienes ocupaban las bancas cuando se alzó el escándalo fueron reemplazados por otros tribunos en las elecciones del año pasado.
Los nombres son, en efecto, otros. Hay un "nuevo" Senado. Pero entre los "nuevos" figura, por ejemplo, el neocatamarqueño Luis Barrionuevo, meritorio sin duda por haberle ganado una interna a Ramón Saadi, pero no tanto si se tiene en cuenta que su fama no lo llevará al panteón de los próceres (aunque, en verdad, uno nunca sabe).
Como quiera que sea, nuevo en los nombres, no lo es en las prácticas. No sólo por la denuncia del diario inglés, confirmada por el presidente del cuerpo, Juan Carlos Maqueda, cuando dijo que "algo hubo". En marzo pasado los mismos senadores confirmaron que todo sigue igual cuando aceptaron que Maqueda les "regalara" un denominado "adicional por desarraigo" de 1.200 pesos.
El decreto de Maqueda beneficia a los senadores del interior -todos menos cinco- que cada fin de mes cobran 9.271 pesos, con los cuales se podría pagar el subsidio oficial mensual a la desocupación a 60 familias. Aunque hay un argumento de peso del lado de los senadores, aportado por el neuquino Sergio Gallia: un legislador debe vestir bien, porque -decimos aquí- no le faltan reuniones con gente importante. Por ejemplo, banqueros, que no lo van a recibir si se viste en una tienda del Once.
Seguramente, Gallia y sus colegas del interior suscriben a la letra la consigna que lanzó el mandamás santiagueño Carlos Juárez en las vísperas de las elecciones en su provincia. "Que se queden todos", proclamó. Para él, hombre del interior, la consigna opuesta es "porteña" y dirigida contra los hombres del interior. Desde los tiempos de Rivadavia y Rosas, nada ha cambiado.
     
     
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