Domingo 6 de octubre de 2002
 

Sin solemnidad

 

Carlos Torrengo
ctorrengo@rionegro.com.ar

  Bordeando la decadencia total.
Así está el sistema político rionegrino.
Y la bordea sin interés por hacerlo al menos con solemnidad.
Esa solemnidad de las águilas blancas de Homer -Canadá-, que percibiendo la decadencia física se alejan de los suyos. Y con sus últimas fuerzas, intentan que su vuelo final tenga majestuosidad.
Y como toda decadencia, la que tratamos aquí se expresa incluso vías conductas insólitas de un inmenso tramo de la política rionegrina.
No es extraño. Menos en un país donde el filósofo Luis Barrionuevo dice que la moral del Senado es inmaculada.
El viernes -por caso- sucedió en la Legislatura rionegrina un hecho degradante. La reunión de la Comisión de Asuntos Constitucionales de la Legislatura terminó en un escándalo. Gritos y desplantes que dejaron vociferando solo a un diputado radical veranista de dudosos pergaminos legislativos -Edgardo Corvalán-, signaron el final de la reunión.
Encuentro en el que se analizaba un tema que el radicalismo ensucia y degrada con tenaz ferocidad: la reforma política.
Pero la decadencia en cuestión también se expresa en los términos que se razona en algunas franjas de la oposición.
Un caso. El líder del Movimiento Popular Patagónico -Julio Salto- no sabe dónde jugar sus fichas en las próximas elecciones.
Lidera un partido cuyo derrotero en la última década fue signado por las contradicciones. En cada vaivén dejó girones de poder. Y se le esfumó la interesante proyección provincial que había atesorado con denuedo.
Hoy, la gravitación electoral importante del MPN se reduce a Cipolletti, su cuna. Esto es así más allá del tercer puesto logrado meses atrás en la muy particular elección para intendente de Bariloche.
Pero en Cipolletti, aquel poder es significativo. Tanto como para que no sea aventurado que el MPP aspire a la intendencia de la ciudad. No es una apuesta menor. Máxime si se computa que ahí manda el impetuoso líder y candidato a gobernador por el Frente Grande, Julio Arriaga. Un hombre que, según sus acólitos, está arrasando con votos desde Mursmark a Río Negro, y con renovación de urnas en El Alamein.
Hoy Salto está ante una disyuntiva. O aferra al MPP a Cipolletti para buscar la comuna. O, aun sin ser contradictorio con ese proyecto, arriesga colocarlo en una política de alianza de alcance provincial que le posibilite perfumes que no olvidó.
Y como no son pocas las tiendas políticas provinciales interesadas en los votos cipoleños del MPP, Salto dibuja acuerdos.
Sí, son dibujos y nada más. Pero en esos dibujos Salto bordea la claudicación de principios por los cuales batalló con decisión y destreza.
- Me gustaría que se conformara un movimiento con Mendioroz a la cabeza...arrasaríamos- dice Salto. Y luego acota:
- Sí, ya sé...Mendioroz también fue y es una pieza del régimen radical que se robó y hundió la provincia...pero bueno, uno tampoco puede andar con tanto remilgo...
Queda claro que si estuviera abierta la posibilidad, Salto no tendría dificultades en asociarse a Mendioroz.
Hay anomia en este dibujo de Salto. Porque Salto se pasó años denunciando estilos y formas de ejercer el poder de ese régimen y la corrupción de la que está sospechado.
Además, un dibujo no siempre es neutro. En este caso expresa claudicación y resignación a convicciones y principios.
O sea, ese dibujo también habla de la decadencia del sistema político rionegrino.
Decadencia que también abona el PJ rionegrino.
Está en campaña electoral manteniendo bien vigorosa su eterna imposibilidad de construir consensos internos que lo cohesionen. Desde ahí, transforma la actividad política en una especie de flagelo.
Este PJ es un caso alarmante de masoquismo político: crea sus propias crisis y no sabe cómo resolverlas.
Hoy, que el escenario electoral le sea favorable. Sin embargo persiste en el seno del partido una especie de "represión" a la racionalidad que exige el manejo de esa alternativa.
Carlos Soria lanzó su precandidatura a gobernador en términos distantes a aquella exigencia. Operó desde esa cultura del poder que lo caracteriza: excluyendo toda posibilidad de someter a la reflexión amplia lo que decidirá.
Entonces, arrancó primero y tajante. "Yo converso todo, menos mi precandidatura", dijo. Los resultados de este método se verán en los tiempos por venir.
Juan Carlos Del Bello también está en campaña. Y mientras marcha, siente que de su tropa le llega un canto: "Negocia con Eduardo Rosso y Carlos Larreguy", los otros dos precandidatos a gobernador.
Pero a lo largo de la campaña Del Bello también endureció su dermis. Quizá por estas horas se haya reunido con Rosso y Larreguy. Pero por ambos mantiene un secreto desdén. Lo dice en voz baja y fondo de turbinas de jet. Pero lo dice. Señala que con el primero puede encontrarse. "Pero no tengo ganas de hablar con él...es un fantasma de la política", acota.
Por el segundo, ni fu ni fa.
Pero en todo este tema Del Bello anida una inquietud. No la confiesa, pero se detecta. ¿De qué se trata?: no quiere que el arpa de la unidad termine dándole la candidatura a Rosso.
Porque es el dirigente peronista con mejor imagen, porque tiene ojos claros o por lo que sea, pero a Rosso.
Del Bello quiere la interna. Y derrotar a Soria. "Mientras el gringo sea candidato, yo lo soy", dice. Ambos mantienen buena relación. Juntos definieron la fecha de elección. Una decisión que irrita al rossismo.
Y como Soria no se bajará, Del Bello se mueve con una consigna: manda la interna. Ambos comparten un mérito: dicen lo que piensan y apuestan en consonancia.
Pero claro, se batirán en la interna. Mecanismo democrático, sin duda. Pero que en este peronismo sembró más desencuentros que opciones de poder.
     
     
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