Martes 29 de octubre de 2002
 

El desafío ante Lula

 
  Como él mismo parece entender muy bien, Luiz Inácio "Lula" da Silva no debió su triunfo arrollador en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas al entusiasmo de los votantes por las teorías de la izquierda local, sino al hecho de que la mayoría de sus compatriotas espera que, por su condición de hombre de la clase obrera, pueda permitirle mejorar su propio nivel de vida. De más está decir que no le será nada fácil satisfacer tales expectativas. Si bien los jefes del Partido de los Trabajadores que lidera Lula siempre han criticado, con plena razón, la distribución extraordinariamente inequitativa de la riqueza que caracteriza a su país y a sus vecinos, la triste verdad es que dicha riqueza es relativamente modesta. Aunque el Brasil posee "la novena economía del mundo", ni siquiera alcanza la mitad de la italiana, que es la más pequeña de las grandes, a pesar de que su población sea casi tres veces mayor, lo cual quiere decir que pase lo que pasare durante muchos años el grueso de los brasileños seguirá hundido en la miseria.
El problema fundamental del Brasil, pues, consiste en que es un país muy poco productivo, realidad que sin duda alguna tiene mucho que ver con la extrema desigualdad que efectivamente impide a la mayoría participar de la parte moderna de la economía. El gobierno del presidente Fernando Henrique Cardoso ha procurado integrar a una franja impulsando reformas sociales y educativas, pero los resultados positivos de sus esfuerzos han sido limitados debido a una crisis económica parcialmente atribuible a factores externos, razón por la que tantos brasileños se han convencido de que lo que su país necesita es un "cambio" mucho más drástico que el ensayado por el ex académico progresista.
¿Podrá el gobierno del PT lograr mucho más? Desgraciadamente para Lula, la feroz crisis financiera que ha contribuido a su victoria apabullante significará que en la primera fase de su gestión por lo menos tendrá que intentar tranquilizar a "los mercados" sin abandonar su compromiso con los que acaban de elegirlo. Si cae en la tentación de "luchar" contra "los mercados", alternativa ésta que atrae a quienes toman la política por un drama ideológico sin preocuparse demasiado por las consecuencias concretas para los pobres, el pueblo brasileño podría pagar un precio abultado por sus eventuales triunfos simbólicos. En cambio, si su equipo opta por privilegiar la macroeconomía, correría el riesgo de compartir el destino de Cardoso que inició su gestión como un "progresista" internacionalmente renombrado para terminarlo, a juicio de muchos latinoamericanos, como representante del "neoliberalismo" del "consenso de Washington".
Por motivos en el fondo culturales, en América Latina los políticos, economistas e intelectuales, sean éstos contestatarios o no, propenden a subestimar los problemas planteados por el atraso al dar por descontado que para resolverlos será suficiente aplicar el "modelo" correcto para que, un par de años más tarde, la situación pesadillesca actual quede definitivamente superada. Sin embargo, aun cuando el gobierno de Lula resultara ser un dechado de eficacia, honestidad y solidaridad, tendrían que transcurrir muchos años antes de que la mayoría de los brasileños pudiera disfrutar de un estándar de vida que no sea llamativamente inferior a aquel de los habitantes pobres de Andalucía o del Mezzogiorno italiano. Desafortunadamente, no existen atajos. Por lo tanto, convendría que los que quieren que la elección de un presidente de origen obrero que encabeza un partido que se considera de izquierda señale el comienzo de una nueva época en América Latina moderen sus expectativas. Aunque la impaciencia es comprensible y parece legítimo afirmar que, por ser tan urgentes las necesidades de los ya hundidos, será forzoso tomar medidas espectaculares, pero mientras la productividad tanto del Brasil como de todos los demás países latinoamericanos sea tan exigua en comparación con la de los países avanzados, no habrá ninguna fórmula política o económica concebible que sea capaz de asegurar que "el cambio" que virtualmente todos desean ver se materialice en los próximos años. Lo entiendan o no, los que se niegan a comprender esta realidad sencilla no pueden ofrecer nada más que nuevas frustraciones.
     
     
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