Lunes 28 de octubre de 2002
 

Espejo ecuatoriano

 
  Hace un par de años, la mera idea de que la Argentina pudiera tener mucho en común con Ecuador, uno de los países más pobres, más corruptos y peor gobernados de América Latina, hubiera ocasionado bastante extrañeza, pero los sucesos de los diez meses últimos han reducido tanto las diferencias que ya no parece del todo absurdo comparar sus respectivas situaciones. Por el contrario, el parecido es llamativo. Lo mismo que los ecuatorianos, hemos visto un corralito bancario que ha privado a los ciudadanos del derecho a acceder a sus ahorros, el desplazamiento en circunstancias confusas de una serie de presidentes y, claro está, el rechazo multitudinario a "los políticos" que no han sabido hacer frente a la crisis. Además, no sorprendería en absoluto que los resultados de las próximas elecciones en la Argentina se asemejaran a los arrojados por las celebradas el domingo en Ecuador en las que ningún candidato logró acercarse al "techo" supuesto por el veinte por ciento de los votos, lo que garantiza que el gobierno que finalmente surja será sumamente débil.
Otro punto que la Argentina tiene en común con Ecuador consiste en que ha sido tan reducida la confianza de la ciudadanía en la competencia de sus dirigentes políticos, que pocos los creen capaces de defender el valor de la moneda, de ahí la convertibilidad recién fallecida en nuestro caso y la dolarización plena aún vigente en aquel de los ecuatorianos. Lo mismo que aquí hasta mediados del año pasado, en Ecuador escasean los políticos que estén dispuestos a recomendar el abandono del "chaleco de fuerza" monetario autoimpuesto aunque los más entienden que los frutos no han sido demasiado satisfactorios. Como sabemos, salir de un esquema considerado excesivamente rígido resultaría tan extraordinariamente difícil que en retrospectiva las medidas necesarias para conservarlo podrían parecer menos costosas.
Al igual que su pariente argentina la convertibilidad, la dolarización fue preconizada como "la solución" para Ecuador y no es de descartarse que andando el tiempo se vea transformada en "el problema". Sin embargo, tanto la fe excesiva en los beneficios de una fórmula económica que puede resumirse en una sola palabra como la convicción difundida de que es la fuente de todos los males no son sino dos caras de la misma moneda: si bien nadie negaría la importancia de la estabilidad financiera, es escapista atribuir el atraso económico de los países a nada más que su ausencia. Para colmo, a raíz de la propensión a suponer que en el fondo todo podría ser "solucionado" por un decreto sencillo que sirva ya para abolir la moneda nacional, ya para restaurarla, en ambos países tales medidas han contribuido a demorar las reformas acaso menos espectaculares pero no por eso menores que serían precisas para posibilitar el crecimiento sostenido.
De haber aprovechado nuestros gobiernos la tregua que fue brindada por la convertibilidad para concretar cambios destinados a asegurar que en adelante el país estuviera en condiciones de manejar su propia moneda, nos hubiera ahorrado las calamidades que sobrevinieron al "agotarse" el esquema, pero puesto que a muchos el uno a uno pareció más que suficiente, ni Carlos Menem ni Fernando de la Rúa se sintieron obligados a emprender las reformas drásticas requeridas. Del mismo modo, los ecuatorianos "dolarizados" han continuado más o menos como antes, con la diferencia de que muchos ciudadanos pueden imputar sus desgracias a que el espacio de maniobra del que disfrutan sus gobernantes se ha visto severamente limitado por su incapacidad para emitir. Se trata de una verdad a medias. Son evidentes las ventajas de poder ajustar el valor de la moneda a fin de adecuarla a la coyuntura, pero sucede que en la mayoría de los países latinoamericanos han sido tan horrendas las consecuencias de los intentos de aprovechar la flexibilidad resultante que en algunos llegó un momento en el que el grueso de la población prefirió ir al otro extremo, motivo por el cual no es del todo inconcebible que, si la Argentina cayera nuevamente en la hiperinflación, el gobierno optara por quemar los barcos y emular al ecuatoriano adoptando el dólar estadounidense como la única moneda nacional, lo que sería un desastre pero, tal vez, mejor que las alternativas.
     
     
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