Viernes 25 de octubre de 2002
 

Partidos postizos

 
  Puede que la UCR aún exista legalmente pero, como todos salvo los correligionarios más obtusos entienden muy bien, en realidad ya no es más que una cáscara vacía de lo que era, cuyas vicisitudes sólo interesan a un puñado de dirigentes. Tal y como están las cosas, tendrá suerte si en las próximas elecciones consigue más del cinco por ciento de los votos. Asimismo, el Partido Justicialista, una organización tradicionalmente ecléctica, ha degenerado en una mezcla desconcertante de líneas internas que sólo comparten la voluntad de aprovechar la sigla más exitosa de la historia política del país. Es posible que por falta de alternativas las diversas fracciones logren sumar una proporción satisfactoria de los sufragios, pero esto no significaría que disfruten de buena salud. En cuanto al Frepaso, el MID, el Polo Social y tantas otras entidades que acaso existen en teoría pero que en realidad son meros fantasmas que vagan en un limbo jurídico porque enterrarlos formalmente requeriría un trámite engorroso, a esta altura calificarlas de "partidos políticos" es un tanto absurdo. A lo sumo, sirven de vehículos para ciertos personajes ambiciosos, lo mismo que el ARI que, como es notorio, se limita a Elisa Carrió y los resueltos a sacar provecho mientras puedan de su "carisma" mayormente mediático.
La verdad es que la Argentina ya carece por completo de partidos políticos en el sentido tradicional del término, deficiencia que, claro está, no es tanto la causa de sus calamidades recientes cuanto un síntoma más de la negativa de la clase dirigente a afrontar la realidad. Atribuir dicha carencia al individualismo presuntamente excesivo de nuestros dirigentes no sirve para mucho, porque no hay motivos para suponer que sean fundamentalmente distintos de sus homólogos de otros países. Sucede que la razón por la que los políticos locales no han sabido agruparse en partidos estables comparables con los europeos o norteamericanos consiste en que el desafío planteado por la condición del país es tan grave, que casi sin excepción los dirigentes son reacios a comprometerse con las medidas forzosamente antipáticas que serían necesarias para hacerle frente. Tan intenso es su deseo de destacarse como opositores al gobierno de turno, que en el pasado no han disimulado el alivio que sintieron cuando los militares se encargaron del manejo del país, permitiendo de esta manera que los políticos desempeñaran el único papel que les gusta.
Sin embargo, puesto que a partir de 1983 representantes de todas las corrientes principales -liberales y populistas, peronistas, radicales e izquierdistas- han tenido la oportunidad para procurar aplicar sus respectivos remedios o enterarse de que por los motivos que fueran no funcionarían, esta modalidad aberrante ya se ha agotado. Nadie en sus cabales puede creer sinceramente que las recetas tradicionales radicales, peronistas o progresistas nos ayudarían a salir del pozo en el que hemos caído. Pero, de ser tan irresistible la tentación contestataria y tan poco atrayente una actitud más práctica, ningún partido ha podido adecuar su pensamiento a fin de adaptarlo a las circunstancias actuales. Cuando Ricardo López Murphy trató de hacerlo, lo único que logró fue en efecto su propia expulsión del radicalismo por pecar contra los textos sagrados: parecería que en la Argentina de nuestros días el realismo es considerado suicida.
Sin partidos políticos grandes que, además de saber cosechar votos en abundancia, sean capaces de gobernar, las perspectivas futuras de la democracia en el país se harán cada vez más sombrías. Aunque a toda sociedad le conviene contar con su cuota de contestatarios natos que nunca estarán en condiciones de formar parte de un gobierno a menos que estén dispuestos a "traicionar" a sus presuntas convicciones, ninguna puede sobrevivir mucho tiempo si la mayoría abrumadora de los políticos se comporta de este modo no por ser idealistas soñadores sino por oportunismo y cobardía. Si la Argentina está experimentando una "crisis de gobernabilidad", es porque el grueso de sus líderes políticos, casi todos formados en el contexto de "ideologías" crudamente voluntaristas que en otras partes fueron archivadas hace décadas, no posee la lucidez ni las agallas suficientes como para gobernarla.
     
     
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