Martes 8 de octubre de 2002
 

Grandes desafíos

 
  Aunque las elecciones brasileñas tendrán que ir a una segunda vuelta que se celebrará el próximo 27, a juzgar por los resultados del domingo pasado el ganador será con toda seguridad Luiz Inácio “Lula” da Silva, el ex tornero que representa las esperanzas de decenas de millones de personas de que su país deje de ser el más inequitativo del mundo. Desgraciadamente para ellos y también para Lula, empero, sería difícil concebir una coyuntura menos propicia que la actual para las reformas necesarias para producir algunas mejoras sociales, las que de todos modos serán imprescindibles para que el Brasil logre evolucionar en un país capitalista moderno. Puesto que el Brasil, lo mismo que la Argentina, se ha acostumbrado a depender casi por completo de los capitales extranjeros, a Lula le será sumamente difícil conseguir que su país progrese en una etapa signada por el escaso interés de los inversores por arriesgarse en los llamados “mercados emergentes”. Por el contrario, por una variedad de motivos podría verse impulsado por grupos ideologizados a reaccionar frente a los problemas gigantescos provocados por una deuda pública excesiva repudiándolos al atribuirlos a un orden internacional injusto, opción que puede resultar políticamente atractiva pero que, como hemos aprendido, no contribuye en absoluto a mejorar los ingresos de los sectores más vulnerables. Antes bien, tal y como ya ha sucedido aquí, un default agresivo desembocaría en la depauperación de una parte de la clase media y la caída en la indigencia de los ya desesperadamente pobres.
El triunfo parcial de Lula ha sido celebrado aquí por muchos que lo han tomado por una derrota del “modelo neoliberal” encarnado, suponen, por el presidente actual Fernando Henrique Cardoso, juicio que en vista de los antecedentes de un mandatario antes considerado izquierdista es un tanto absurdo. De todos modos, sucede que el rasgo más notable de lo que podríamos denominar el “modelo latinoamericano” no es su presunto “liberalismo” sino su dependencia de los créditos externos y de la voluntad de las empresas multinacionales de contar con sucursales en distintos lugares de la región, realidad que no se ha visto modificada por los cambios de moda intelectuales. Si no fuera por la dependencia así supuesta, los países de la región podrían estar en condiciones de adaptarse a las circunstancias imperantes, como suelen hacerlo los integrantes más vigorosos del “Primer Mundo”, pero mientras tanto su destino seguirá siendo determinado más por las vicisitudes de “los mercados” internacionales y por la actitud del FMI y de Washington, que por la voluntad de sus dirigentes o los deseos de los votantes. Hasta ahora, el objetivo principal de los que quisieran romper con el “modelo” consiste en castigar a los países ricos por su mezquindad, no en obligar a sus propios compatriotas a emprender los cambios políticos, sociales y, de más está decirlo, culturales que les permitirían valerse por sí mismos en un mundo que está volviéndose cada vez más competitivo debido a los avances tecnológicos y la participación creciente de China y, en menor medida, la India.
¿Estará más dispuesto Lula que la mayoría abrumadora de los políticos latinoamericanos a hacer frente al hecho de que la única forma eficaz de independizarse es conformarse con los recursos propios, como en efecto han hecho muchos países de Asia oriental, entre ellos el Japón, Corea del Sur y Taiwán, sin por eso creerse víctima de una especie de conjura primermundista? Es posible que sí. Aunque sus rivales procuraron humillarlo señalando que carecía de un diploma universitario, el que Lula no sea otro abogado, sociólogo o economista le ha sido ventajoso porque, como en diversas ocasiones él mismo ha subrayado, nunca se ha sentido preocupado por las abstracciones ideológicas que tanto han incidido en la manera de pensar de las élites regionales cuyo fracaso histórico difícilmente podría ser más patente. Asimismo, el Partido de los Trabajadores que encabeza ha administrado bien algunas de las ciudades principales del Brasil precisamente porque siempre ha hecho hincapié en el sentido común, anteponiendo servicios públicos eficaces y la lucha contra la corrupción a la aspiración a sacar de la galera una “alternativa” inédita.
     
     
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