Martes 29 de octubre de 2002
 

El viejo oficio de entretener

 

Carmen Loguercio retoma antiguas tradiciones en los 24 relatos que forman "Cuentos sulfurosos". Narraciones que entretienen, contadas a la luz de las velas.

  El deber primero de toda narración es entretener: Lo supieron nuestros antepasados cuando junto al fuego en medio de la noche relataban sus peripecias diarias a los demás miembros de la tribu, peripecias que generalmente eran exageradas y deformadas. Ahí estaba el germen de la narración literaria. Estos veinticuatro relatos de Carmen Loguercio, que presentó en viernes pasado su colección de cuentos infantiles, tienen el loable propósito de entretener, de contar una historia atractiva.
"Cuentos sulfurosos", excelente edición de Kárabos; retoma también cierta tradición antiquísima como es la del relato "enmarcado", cuyos primeros testimonios aparecen en la literatura oriental con "Las mil y una noches" o "El Calila e Dimna" y que en la Edad Media tuvieron gran auge en Europa, en títulos "El Conde Lucanor" o el "Decamerón" de Boccaccio, libro con el que "Cuentos sulfurosos" establece diversas relaciones intertextuales.
Un grupo de personas queda aislado por la nieve en los hoteles de la villa de Copahue; como el temporal durará varios días y hay que economizar energía, varios integrantes deciden formar, a la luz de las velas, el "Grupo de Narradores Noctámbulos Unidos" que se reúnen durante quince noches para contar historias.
Con este recurso Carmen Loguercio logra engarzar un collar de historias muy variado. Las hay situadas en el siglo XVII como "Margarita de Vergara..." y "La aventura de las tres enamoradas...". También las de época contemporánea como "La muda". Las hay realistas, fantásticas como "Dolomitte" uno de los relatos más logrados del volumen, otras que rozan la ciencia ficción como "El Juan. Los Juanes. No Juan". Hay también mezcla de géneros como la delirante cantata "Los copahues" donde resaltan el humor y la ironía; o el poema musicalizado "Curú Leuvú". También un concurso de relatos entre jóvenes que luego los leen ante el auditorio. En suma todo cabe dentro de esta estructura de "trama-marco" que le da unidad estructural al libro.
Todo volumen de cuentos tiene el talón de Aquiles de la disparidad y éste no escapa a esa regla; pero también estos relatos tienen el plus de lo inesperado, del cambio constante de temas, de registros muy disímiles que la autora trata de dosificar haciendo gala de su oficio.
Estas historias están atravesados por el doble registro de la oralidad y la escritura. El registro oral, si bien nunca cae en el coloquialismo, aparece en el propósito de los narradores que a su turno buscan lucirse con su historia ante el auditorio. Y ese propósito de hace visible en la elección de un estilo sencillo y en una estructura narrativa despojada y de breve extensión. Una voz narradora vincula unas historias con otras y en esa voz aparecen las marcas de lo escrito, ya que hay una elaboración estilística más compleja, como por ejemplo en los relatos de época hay una ajustada selección de términos que crean ya de por sí toda una atmósfera.
Carmen Loguercio apuesta por escribir su literatura desde los márgenes de los circuitos de prestigio, desde la Patagonia. Una experiencia de varias décadas de vivir en esta región se trasluce en cierta atmósfera del texto que no recurre al paisajismo ni al costumbrismo regional.
Escribir desde nuestra Patagonia significa una voluntad de contribuir lentamente a una tradición que se sigue gestando, la tradición de las letras patagónicas que los escritores y los lectores estamos ayudando a construir.

Néstor Tkaczek
   
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