Miércoles 23 de octubre de 2002
 

Aire, agua y fuego

 
  En el dorso de su mano lleva escritos con birome los motivos por los cuales vale la pena estar vivo. El nombre de un chico, algo parecido a un corazón flechado y una frase que habla de amor pero que no alcanzo a distinguir del todo.
No importa lo que digan los amargados de siempre, una frase puede marcar la diferencia. Y a veces es la vida o la muerte. Nunca resuelves esa duda hasta que no ha sido dicha de principio a fin.
Ella, de labios dulces, mirada triste y unas insoportables ganas de amar, existe intensamente en este momento. No es un sentimiento cualquiera la envidia que recorre mi espalda al ver el brillo que tienen sus ojos.
Una frase es la llave que abre la puerta de lo vasto y lo impreciso. Fundamenta tu historia personal, la que un día contarás. Una frase escuchada o leída en el momento justo te convierte en un ser hermoso.
El único pretexto que me guía es encontrar más de esas fórmulas de energía que calientan la sangre.
Palabras que incitan a revolucionar hasta la última de mis moléculas, que me enfrentan al abismo y me dejan caer suavemente. Droga exquisita entre las mejores drogas que una mente ha imaginado.
Palabras y más palabras dichas por otros: bellas, profundas, directas, en medio del caos nos han encontrado. Por esos mantras flotando en el aire, grabados en la piel, en las murallas del barrio, en los epígrafes de las revistas, en pantallas de computador, es que me levanto (porque derrumbarse es una costumbre muy humana).
Tengo miles guardadas, y conozco a miles que coleccionan las suyas y las comparten. Palabras que nos roban y nos regalan en secuencias de amores frenéticos. Nos matan o despiertan como un shock eléctrico sobre el pecho.
Cuando pierdo el rumbo, cuando ya no recuerdo quien aprieta las teclas, busco en libros, en discos, en películas, y respiro un día más. Y encuentro. Como esta de Luis Alberto Spinetta: "y tu amor es un vieja medalla / y tu amor luna en la nada / y tu amor es una vieja medalla / y tu amor / pues yo lo encontraré".
Una simple y verdadera de Sam Shepard: "No puedo respirar sin tí".
O esta otra de Abilio Estévez que compartimos con una amiga del alma, y no me canso de repasar por las noches: "Todas las palabras me prestan servicio. Todas las plegarias me sobrecogen. Todas las blasfemias me sirven. Todos los cantos me exaltan. He ensayado un número infinito de despedidas. Al final siempre regreso: me entristece la idea de marcharme".
El otro día hallé una en un librito del grupo de teatro barilochense "El Brote", que desde entonces llevo conmigo. Es del poeta Enrique Arias y dice: "El sol lo sé hacer a ojos cerrados y sueño con Angélica". Esas palabras son el aire, el agua y el fuego.

Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar
   
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