Domingo 22 de setiembre de 2002 | |||
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Enrique Zabert, el que venció la tuberculosis |
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Nació en Rosario hace ya 80 años. Se recibió de médico en 1954 y creó en el Alto Valle un equipo que se dedicó de lleno a la lucha "desde la trinchera" contra esa enfermedad que "era como el sida hace unos años". |
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El nieto, boquiabierto por el bombardero de saludos, no pudo menos que decir: "¡Qué famosos que somos abuelo!" Por la explosión demográfica de Neuquén es muy probable que por estos días -en un eventual paseo de Enrique Zabert- la repercusión no sea como aquélla. Pero para muchos vecinos ex pacientes, el viejo doctor es poco menos que un ídolo. A Zabert no le gusta nada eso de la fama y de hecho en una charla con este diario jamás habló en primera persona sino de "nosotros" o del "equipo". En cambio, admite que se emociona con el reconocimiento de la gente. En Loncopué, hace un año, se reencontró con un hombre a quien, cuando muchacho, le detectó y curó de tuberculosis en la revisación preincorporación al Ejército. "En aquella época (60-70), tener tuberculosis era como tener sida, quiero decir lo mismo que tener sida hace unos años porque afortunadamente las cosas han cambiado. Con información y atención las cosas cambian", grafica Zabert quien en 1960 con 35 años de edad dejó su Rosario natal, pisó Neuquén por primera vez y supo que era para siempre. "El que sabe Zabert", advierte el cartelito con una caricatura del médico que le ganó la batalla a la tuberculosis entre los 60 y los 70 con un programa tan sencillo como innovador: el tratamiento domiciliario supervisado, adoptado luego por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Zabert lleva diez años como jubilado pero sigue trabajando en el centro de atención de enfermedades respiratorias que comparte entre otros profesionales y con su hijo Gustavo. -Como hombre de ciencia, usted... -ensaya el periodista sin terminar la pregunta. -No, no, no soy un hombre de ciencia, no soy un investigador, yo soy de un trabajador de trinchera -responde como sacudiéndose. Es allí, en lo que él llama trinchera, donde está la explicación del éxito de Zabert. El hombre y su equipo se pusieron el mameluco para trabajar en medicina y fueron al terreno para pelearle a la tuberculosis. "En esa época teníamos una docena de camas disponibles y cuando pasaba algo, los primeros que recibían el alta eran nuestros pacientes. Obviamente eso complicaba el tratamiento y hubo que ingeniárselas". -¿Que hicieron? Diseñamos el tratamiento domiciliario supervisado y salíamos todos los días casa por casa dos veces por semana con cada paciente; a todos le llevábamos la medicación, como sea pero llegábamos con la medicación y controlábamos todo. A la par de los trabajos en consultorio, Zabert y su equipo se hicieron de un equipo radiográfico móvil que enganchaban a una camioneta Ford 62. Con el equipamiento a cuestas, treparon las cordillera, llegaron a las comunidades mapuches y no dejaron poblado sin visitar en campañas que a veces duraban más de dos semanas. "Hemos terminado de revisar gente a las doce de la noche, cuando llegábamos a un lugar no nos íbamos hasta que terminábamos, discutíamos todos sobre todo; ése fue el gran secreto", cuenta Zabert que en 1954 se recibió de médico cirujano en la Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, pero se dedicó de lleno a la infectología. En el Alto Valle, Zabert y su equipo llegaron a atender a más de un centenar de pacientes con enfermedades respiratorias. Iban de Neuquén a Cipolletti, del centro a la zona rural sin pausa. No deja de nombrar a su gente, los hombres y mujeres del equipo que consiguió inaugurar el primer dispensario de vías respiratorias. Nombra a las doctores Elsa Moreno, Luis Ramón, Osvaldo Pellín, Brasili, Estela Perrone, Alicia Gillone, Gorni, a la enfermera Salomé Orellana... y a muchos otros. Sepan los lectores que Zabert pidió que se los nombre a todos pero es técnicamente complicado. Zabert dice que a esta altura siente satisfacción por haber vivido "una vida plena" y piensa que su hijo Gustavo "me ha superado como profesional y eso me llena de orgullo". -¿Qué siente cuando a diario ve cómo muchos profesionales joven hacen todo lo posible para irse del país? Es una cosa que no se puede entender; es increíble que el país no cuide sus cerebros. Esa a la fuente de trabajo y de desarrollo hacia el futuro, son profesionales que ha costado mucho capacitar. No voy a descubrir nada si digo la capacidad que tienen nuestros profesionales, los investigadores argentinos están trabajando en todas partes del mundo. -¿Esto se puede revertir? -Yo creo que sí, soy optimista que apenas se den las condiciones, cuando esos profesionales tengan campo acá, van a regresar. Tengo conocidos que están trabajando en el instituto nacional de la salud (de Estados Unidos) en Washington y que quieren volver...si se dan las condiciones va a volver. -¿Hay un futuro posible para los jóvenes profesionales? -Por supuesto que sí, hay muchísimos jóvenes que tienen capacidad y muchas ganas. Me han invitado un par de veces a la facultad de Medicina y me quedó muy en claro cuál es la capacidad de nuestros chicos, concluyó el médico que le ganó a la tuberculosis. Alegría por "haber sembrado una semilla" NEUQUEN (AN).- "Es una gran satisfacción ver que mi hijo Gustavo me ha superado, y que uno de mis nietos (el hijo de Gustavo) también está estudiando medicina, es como que uno ha sembrado una semilla". |
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