Sábado 28 de setiembre de 2002
 

Una republiqueta

 

Por Jorge Gadano

  El candidato con mayores posibilidades de ser el próximo presidente del Brasil, Luis Inácio Da Silva, "o Lula", dijo hace algunos días al diario "O Estado" de San Pablo que "Brasil no es una republiqueta cualquiera, no es Argentina". Quiso así demostrar que su país podrá vencer las dificultades que agobian al nuestro. Como era de esperar, y tal cual sucedió después de que el presidente uruguayo dijera que éramos una manga de ladrones, el gobierno argentino se molestó. El ministro del Interior, Jorge Matzkin, dijo que "son declaraciones que no nos agradan". Pero como "Lula" se disculpó, el presidente Duhalde, de visita en Brasilia, pidió "no magnificar" el episodio. Tiene razón: después de que nos han dicho ladrones, coimeros e insignificantes, uno no puede escandalizarse porque digan que nuestro país es una republiqueta. Va siendo hora de que nos acostumbremos.
Dicho sea de paso: la declaración es una demostración de que en ese enorme territorio que -en una especie de metáfora cartográfica- los mapas muestran sentado sobre el nuestro, hay miedo a caer en la catástrofe que padece la republiqueta vecina. En el Brasil el índice de riesgo-país (que aquí seguíamos a diario hasta que se perdió en los espacios siderales) ronda los 2.000 puntos, el dólar llegó a un nivel récord desde que el real reemplazó al cruzeiro y el desempleo aumenta. Sin contar con que en la ex capital del país, Río de Janeiro, hay barrios enteros poblados por cientos de miles de habitantes en los cuales la autoridad no es la del Estado sino la de los narcos. El jueves 12 de este mes en nueve de esos barrios los comercios cerraron en señal de duelo por la muerte de Ué, un narcotraficante asesinado en la cárcel "de máxima seguridad" Bangú I por el número uno del narcotráfico en Brasil, Fernandinho Beira Mar. Eran dos de los 43 presos del establecimiento, supuestamente "controlados" por un centenar de guardias. Para llegar a Ué, Fernandinho pasó por seis puertas de rejas, munido de las correspondientes llaves y portando un teléfono celular y una pistola. El "Comando Vermelho", que Fernandinho encabeza, hizo suya la cárcel, tomó rehenes e izó una bandera roja en los techos del establecimiento. Fernandinho se dejó fotografiar por los medios en ropa playera, sonriente y rascándose la barriga.
Se dijo que la gobernadora del Estado, Benedita da Silva (dirigente del partido de "Lula", el partido de los Trabajadores), había decidido "invadir" la cárcel, pero lo que finalmente hizo fue transar con el líder narco, finalmente trasladado a un cuartel de la policía militar, donde permanecerá hasta que -es una posibilidad- decida evadirse.
Por más que en nuestro continente cuando se habla de "republiquetas" se piensa en pequeños países como Haití, Nicaragua o Dominicana, signados en su historia por las dictaduras de Duvalier, Somoza y Trujillo, no sería atinado generalizar esa relación. Suiza, por ejemplo, no es el país virtuoso que muestran las apariencias, pero está lejos de ser una republiqueta a pesar de su pequeñez territorial.
Parece más apropiado aplicar esa designación a una república degradada, en la que las instituciones son una mala copia de lo que debieran ser. Y si es así, no cabe duda de que la Argentina tiene los perfiles nítidos de una republiqueta.
Sabemos que nuestras Fuerzas Armadas distan de ser un motivo de orgullo y que lo propio ocurre con las fuerzas de seguridad, en particular las que se ocupan de cuidar las vidas y los bienes de los ciudadanos en la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires.
Pero para empezar por arriba, lo primero es ver las instituciones de la Constitución, empezando por la presidencial. Tenemos que después de una dictadura feroz, el primer presidente de la democracia debió abandonar el poder antes de cumplir con su mandato de seis años. El que lo reemplazó cumplió con sus dos mandatos, pero millones de argentinos hubieran preferido que se fuera antes; y el tercero, electo por cuatro años, renunció cuando apenas llevaba dos. Después la Asamblea Legislativa designó a un gobernador pero a la semana, aterrorizada por lo que venía haciendo, lo reemplazó por el que tenemos ahora.
Sin ocuparnos del canciller Ruckauf -para no caer en el sadomasoquismo- pasamos al Senado de la República, que en su anterior composición hizo todo lo necesario a fin de convencernos de que la honestidad era un valor secundario para muchos de los patricios que ocupaban las bancas, dignamente representados por el salteño Cantarero. Ahora, con nuevos representantes provinciales en las bancas, el diario londinense Financial Times informó que hubo senadores que intentaron coimear a los bancos extranjeros con sucursales en el país. De uno y otro lado dijeron que no, pero el diario ratificó que sí. ¿Y saben una cosa?: uno le cree al diario.
Por último, el Poder Judicial. Sólo con la capacidad de aguante que hemos adquirido en las últimas décadas los argentinos podemos soportar la lectura de que el único juicio que en estos días molesta a Carlos Menem es el que se le sigue por haber omitido en su declaración jurada de bienes que tenía una cuenta en Suiza. Y que el juez de la causa es Norberto Oyarbide.
Claro que, tratándose de nuestra magistratura, eso es lo de menos. Lo demás es que el primer magistrado judicial es un abogado riojano que llegó al cargo sin ningún mérito académico y sólo por ser amigo de Menem (una especie de Horacio Angiorama de alcance nacional) y que está mostrando intenciones de sumir al país en el caos si el Congreso no desiste del juicio político contra todos los integrantes de la Corte Suprema.
No queremos ser una republiqueta, pero desde hace décadas los gobiernos vienen haciendo todo lo necesario para que lo seamos. Con bastante éxito.
     
     
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