Sábado 14 de setiembre de 2002
 

Un revolucionario

 

Por Jorge Gadano

  Políticos, en particular peronistas, y militares distinguidos en la segunda mitad del siglo pasado, cuentan entre quienes creen, o han creído, que los argentinos son un pueblo ávido de revoluciones, siempre dispuesto a darle sus votos a todo aquel líder mesiánico que, uniformado o no, le promete que va a hacer una revolución, bien que sin dar demasiadas precisiones sobre las características que esa revolución tendrá, aunque dejando que cada uno crea lo que mejor le convenga.
Sucede que quienes han ganado elecciones o derrocado gobiernos con ese tipo de promesas no las han cumplido, pero como la memoria popular es frágil y la desesperación renueva creyentes, siempre aparece algún nuevo "revolucionario" dispuesto a prometer que acabará con todas las injusticias. Y allá vamos.
Los militares, convencidos de que toda promesa de revolución seduce, prometieron dos revoluciones en la segunda mitad del siglo XX: la Libertadora de Aramburu-Rojas y la Argentina de Juan Carlos Onganía. La primera terminó sin pena ni gloria a los tres años, con unas elecciones pactadas entre militares y políticos.
Como el desenlace, aún inglorioso, no fue penoso, en 1966 los militares insistieron con otra "revolución" que quiso ser "argentina" y terminó en una catástrofe. Por eso, el golpe de 1976 no pretendió ser más que un "proceso de reorganización nacional", una designación que disfrazó la masacre conocida después y cuyos principales responsables todavía dan vueltas por los tribunales. El "proceso" fue contra ellos.
El portador más exaltado de la revolución es hoy "el Adolfo", nombre de pila que populariza al gobernador-propietario de la provincia de San Luis, administrada por la vicegobernadora Alicia Lemme desde que "el Adolfo", al cabo de su presidencia hebdomadaria, advirtió que el cargo de jefe del Estado era un fruto que podía caer en manos de cualquiera. "Si Menem pudo, por qué no yo", se dijo, y ahí lo tenemos, primero en intención de voto.
Carlos Menem fue también un "revolucionario", aunque en su caso la revolución prometida no fue Libertadora ni Argentina, sino apenas "productiva". Más modesta, pero revolución al fin, y convocante porque iba de la mano de un "salariazo".
La convocatoria revolucionaria del Adolfo, que estremeció de gozo a las diez mil personas que lo vivaron en el Luna Park, es más contundente y abarcadora. En una carrera contra cualquier otro revolucionario del planeta, anunció que la suya será "la primera revolución del siglo XXI". Y a la hora de hablar de los contenidos, la definió como "nacional y popular", algo que no es demasiado preciso pero que bastó para llegar a los corazones adolfistas.
La revolución adolfista contagia. Es tan así que se le han sumado personalidades como Aldo Rico y Hugo Moyano, hasta hace poco insospechables de nada que pudiera emparentarlos con alguna inclinación hacia la izquierda. Aldo Rico ayudó a que Eduardo Duhalde se reeligiera en la provincia de Buenos Aires, y Moyano no escatimó elogios a Carlos Ruckauf, tenido como un presidenciable hasta que huyó de la gobernación de esa misma provincia.
Otro caracterizado integrante de la alegre caravana bautizada como "Movimiento Nacional y Popular" es el dirigente radical bonaerense y ex intendente de San Isidro, Melchor Posse. Su participación es importante no porque sea el radical más presentable -francamente, no lo es-, sino porque significa la apertura de las filas peronistas hacia otro partido de raigambre popular, tal cual sucedió en 1946 con la incorporación del radical correntino Jazmín Hortensio Quijano a la fórmula que encabezó Juan Perón.
A pesar de que gobernó la provincia de San Luis durante un tiempo suficiente como para producir allí algún hecho revolucionario, no se sabe de ninguno. Podría, no obstante, ser tenido como un paso antiimperialista el que denunció la empresa norteamericana Procter & Gamble, que después de haber comprado una empresa radicada en San Luis bajo el régimen de promoción industrial fue estafada por un estrecho amigo del Adolfo. El juicio, por varios millones de dólares, debió hacerse en Buenos Aires porque la Justicia puntana no ofrecía garantías. Eso, en Estados Unidos, cayó mal.
Ni siquiera se puede tomar la jubilosa declaración del default como un punto de partida de la revolución adolfista, porque una semana es poco tiempo para hacerla, o siquiera para dar a conocer sus principales lineamientos. No obstante, es dudoso que el pensamiento revolucionario del Adolfo siga los caminos trazados por las grandes revoluciones de la modernidad. Por ahora todo lo que tenemos es la promesa de "refundar al país con una revolución nacional y popular que transparente esta patria". Con eso ya está a la cabeza de las encuestas de intención de voto, así que ¿para qué más?
     
     
Tapa || Economía | Políticas | Regionales | Sociedad | Deportes | Cultura || Todos los títulos | Breves ||
Ediciones anteriores | Editorial | Artículos | Cartas de lectores || El tiempo | Clasificados | Turismo | Mapa del sitio
Escríbanos || Patagonia Jurásica | Cocina | Guía del ocio | Informática | El Económico | Educación