Lunes 9 de setiembre de 2002
 

Las exigencias de la solidaridad

 

Por Andrés Daniel Tocalini

  A medida que la crisis sigue avanzando y sus efectos acentuándose en nuestra devastada sociedad argentina, somos testigos de un resurgimiento de actitudes y gestos solidarios. Las campañas y los eventos con fines de ayuda se multiplican. Las propuestas solidarias surgen de la creatividad individual o acciones grupales, así como de diversas iniciativas institucionales.
La solidaridad se organiza y también es respuesta espontánea frente a situaciones límite que no pueden esperar.
La solidaridad se va contagiando y pareciera que socialmente vamos asumiendo que la situación que vivimos nos exige ser solidarios. Pero no podemos olvidar que la solidaridad también tiene sus exigencias.
Exige contenido, reflexión, pensamiento. No se trata se hacer teorías sobre la solidaridad, pero sí que empecemos a responder algunas preguntas básicas que necesitan de opciones personales y de consensos comunitarios: por qué, para qué, cómo...ser solidarios.
La solidaridad exige una mirada abierta y crítica a la realidad. Una mirada que sepa hacer memoria del derroche millonario que se hizo en la última década en la planificación y ejecución de programas sociales que no lograron cambiar los mecanismos generadores de la pobreza. Una mirada que sepa advertir que no se pueden volver a dilapidar los recursos que nos pertenecen en una nueva telenovela electoral que parece desarrollarse aséptica a los acontecimientos que hemos vivido y a la situación de derrumbe social que estamos padeciendo. La solidaridad tiene que animarse a tener una mirada política.
La solidaridad exige un compromiso con el cambio que todos estamos pidiendo. Tiene que ser parte del cambio y no convertirse en una pantalla que calme los efectos de la crisis y no permita advertir que detrás de propuestas maquilladas nos auguran "más de lo mismo".
La solidaridad exige un acercamiento al dolor de los que padecen la pobreza y la exclusión. No se trata de reacciones generosas a partir de la impresión mediática que nos producen las imágenes de niños desnutridos que nos muestran a diario. La solidaridad auténtica tiene que nacer del dolor que conmueve y rebela. Debe nacer del dolor que no puede dejar de calmar el hambre de hoy. Pero que tampoco puede dejar de luchar para que mañana, el hambriento, no sólo tenga su pan sino el derecho y la dignidad de poder ser responsable de su propio pan. Los pobres no son estadísticas que impresionan, son personas que sufren.
La solidaridad exige coherencia entre lo que hacemos y lo que opinamos.
Aquellos que "no trabajan porque no quieren", que "son vivos porque siempre vivieron de la ayuda social", que "hay que encerrar porque no quieren estudiar ni insertarse en la sociedad", que "no tienen qué comer pero siguen teniendo hijos" o "viven en un rancho pero tienen televisor y equipo de música", son los mismos que comen en los comedores que ayudamos, se visten con la ropa que donamos y participan de los programas que solidariamente apoyamos.
La solidaridad exige una opción cotidiana: en nuestra propia familia, con nuestros hijos, con nuestros padres, con nuestros vecinos, con nuestros compañeros de trabajo... todos sabemos bien que "la caridad bien entendida comienza por casa". Y todos experimentamos también que la violencia, el desencanto, el conflicto, la angustia, la desesperanza que vivimos como sociedad argentina no sólo tocan las puertas, sino que se han metido también en nuestros ámbitos y en nuestros vínculos cotidianos.
La solidaridad finalmente exige un sentido, una motivación... para muchos es religiosa, social, militante, humanitaria, política,... pero para todos no puede dejar de ser comunitaria. La solidaridad es hoy la posibilidad de reconstruir los lazos sociales, las visiones compartidas, los consensos necesarios para pensar y poner en marcha un modelo de sociedad más justo y más humano.
Todas estas reflexiones sobre la solidaridad no son teorías vacías o motivaciones éticas para un sermón. Son el resultado de vivir y compartir experiencias solidarias, así como la necesidad de aprender de las mismas para poder vivir y proponer una solidaridad auténtica.
Entre esas experiencias, la Semana de los Chicos, que la Fundación Ninquihué organiza en General Roca desde hace cuatro años, que me ha tenido como organizador y ahora como testigo y acompañante, nos ha enseñado que la solidaridad auténtica es posible. No sólo porque las donaciones recibidas han sustentado las necesidades de alimentación de todo el año (y esto no es poco), sino porque con cada paquete de arroz o de fideos fue posible encontrar actitudes de acercamiento, de compromiso, de cambio en la comprensión y en la mirada social hacia "los chicos de la calle", de propuestas superadoras. En definitiva la posibilidad de humanización... porque la solidaridad auténtica humaniza: a quien recibe y a quien da.
Y en estos tiempos necesitamos mucha solidaridad... porque hemos perdido bastante humanidad.
     
     
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